«Ello, para citar a la inversa a un postulado perestroiko, no “incluye poner fin a la osificación del pensamiento social, para darle un campo de acción más amplio y superar completamente el monopolio de la teoría, típico del culto a la personalidad”». -Mijaíl Gorbachov. –

La historia de la política criolla registra una buena cantidad de líderes, dirigentes y figuras públicas que por el contexto en que se desarrollaron, protagonizaron escenas sui generis, en cuanto al grado comparativo de una actividad universal, con tintas socioculturales muy específicas de cada país. El caudillismo cívico-militar, la época del trujillismo, el tribalismo electoral representado en los doce años del Dr. Balaguer, la compra y venta de cédulas como mecanismo de intercambio comercial, el robo de urnas, la adulteración de resultados electorales, la utilización de métodos sofisticados para variar la voluntad popular, hasta la cancelación de unos comicios por el jaqueo burdo al sistema modelo llamado a corregir errores del pasado, son parte del folklore identitario local.

 

Destacan además, en este interín, los arreglos subrepticios entre opuestos para detener el ascenso al poder de un compañero de partido o simplemente, dañar su imagen ante la opinión pública para que otro emerja como la mejor opción a representar su marca. Se hizo en 1982, en el 86, a principios y finales de los 90s, para obstaculizar a Peynado e impedir el triunfo de Peña. De igual forma en 2004 y el 2012, fecha clave para el estudio de la recomposición del sistema de partidos como lo conocemos al día de hoy y, elemental, para comprender la participación de tres figuras fundamentales en el establecimiento de alianzas garantistas de la impunidad y el reparto de la cosa-pública como mecanismo idóneo de supervivencia política.

 

De aquella época, surgieron hombres con pensamientos disímiles sobre la administración del erario y la ejecución de políticas públicas definidas a priori en los espacios establecidos para la disertación y la confrontación de las ideas. Entre estos resaltan: Balaguer, Peña, Bosch y en último plano, cada cual a su manera: Hipólito y Leonel. Siendo estos, el referente presente del antagonismo electoral de ribetes pasionales e irracionales para la adquisición de adeptos en función del maniqueísmo ideológico. Quienes, a pesar del creciente rechazo a los políticos del pasado, se mantienen en un activismo constante, uno en función de lograr la repostulación de su compañero y el otro, tratando de reeditar las hazañas pasadas, pero ahora con muy remotas posibilidades.

 

En la otra orilla Danilo Medina, antecesor del actual presidente y heredero del leonelismo, detractor consumado de quien lo puso al mando de la nación y devorador consuetudinario de la “res-pública”, el culmen del peledeísmo totalitario y abanderado del avasallamiento presupuestario en las campañas proselitistas. En otra instancia de rango y poder inferior, pero copartícipe de la degradación sociopolítica, en aras de satisfacer apetencias meramente mercuriales, se encuentra el gerente general del bisagrarismo partidario y sepulturero de las grandes luchas enarboladas por el líder del -jacho prendío-. Sí, me refiero a Miguel Vargas, el símbolo dominicano de la traición, la desvergüenza y la deslealtad.

 

Del 12 al 20, para conceptualizar la atmósfera que nos llevó a tener al mando de la nación a Luis Abinader, se fraguó el conciliábulo tripartito que inició con la colocación de Miguel Vargas como germen de la división del peñagomismo, la consagración de la violación estatutaria por vía de poco más, poco menos de 37 sentencias amañadas, evacuadas por jueces afines al oficialismo de entonces, con miras a detener o socavar la democracia de un partido que se convirtió en colmado, administrado por un dependiente del alcohol y pagador compulsivo de placeres libidinosos. Eso trajo como consecuencia la articulación de una nueva cobija para los desalojados de la avenida Jiménez Moya, surgidos de las desavenencias y convertidos ipso-factos en la nueva mayoría política.

 

Concomitantemente, germinaba en la sociedad de economías medias, según la región, el deseo de variar la política de la carroña de los últimos años a un ejercicio pulcro, transparente y respetuoso en el uso de los fondos públicos, repartidos a mansalva en la era de neobochismo estatal, cual patrimonio heredado de sus progenitores. Hubo reclamos y exigencias sociales que, por su naturaleza política, coincidían con la ola de cambio promovida desde la nueva casa de los peñagomistas y validadas por una juventud cada vez más atenta a sus intereses.  Teniendo como resultado, la más importante transición de evolución política contemporánea en nuestro país, mismas que dieron paso a un estilo decente, honesto y ético de los recursos del Estado.