El patrón oro se instauró en Reino Unido en 1821, cuando imperaba como centro de poder mundial. Fue un sistema monetario en el que el valor de las monedas estaba vinculado al oro. Los países fijaban el valor de su moneda en términos de una cantidad específica de oro y garantizaban la convertibilidad de sus divisas en oro. El precio de la onza troy fijado era £4.25 (libra esterlina) y así se mantuvo hasta 1931. El sistema promovió la estabilidad cambiaria y facilitó el comercio internacional, ya que las tasas de cambio eran fijas. Todo fue bien, hasta que los gobiernos vieron limitadas al extremo sus capacidades para responder a crisis económicas, especialmente durante la Gran Depresión. Entonces, el modelo colapsó.
Causales de un colapso
No fue de la noche a la mañana, ni de un año para otro. El colapso del patrón oro fue un proceso complejo dado por la interacción de factores interconectados, entre los que destacaron: i) el impacto de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), que infligió un golpe devastador al sistema.
Los países involucrados suspendieron la convertibilidad del oro para financiar el esfuerzo bélico y se abocaron a emitir grandes cantidades de papel moneda. Como ley de lógica económica, este dinero inorgánico se tradujo en altos niveles de inflación, erosionando la confianza y la estabilidad de las monedas. Muchos países abandonaron temporalmente el patrón oro, durante y después de la guerra.
Los mismos británicos habían perdido la fe en que Londres y su libra esterlina pudieran seguir jugando indefinidamente el rol de garantes de la estabilidad financiera y comercial, y fuente de confianza y certidumbre para la inversión, la creación de riqueza y empleo en el mundo.
Ya el modelo estaba muy descolocado. La agitada inestabilidad monetaria predominante en el decenio de 1920s se reflejaba en desequilibrios e inseguridad en el intercambio entre los principales países. Era prueba irrefutable de la incapacidad del patrón oro para facilitar los objetivos a los que con proba eficacia había servido durante cosa de un siglo. Los duros embates de la guerra lo habían trasquilado en demasía.
Un segundo factor fue ii) la Gran Depresión y políticas monetarias rígidas. La Gran Depresión en los años 1930s exacerbó las debilidades preexistentes del patrón oro, cuya manifestación fue más explícita en la posguerra, la década de los 1920s. Muchos países tuvieron que aplicar políticas deflacionistas, en un esfuerzo por mantener la paridad del oro, agudizando la contracción económica.
En función de proteger sus reservas de oro, elevaron las tasas de interés, atizando el fuego de la recesión. Como resultado, río abajo, la presión económica y social alcanzó niveles críticos, lo que indujo al abandono del esquema y la adopción de políticas monetarias más flexibles y expansivas.
Un tercer factor fue iii) la Rigidez del sistema y los desequilibrios globales. En un contexto extremadamente complejizado, se hizo difícil (o imposible) mantener el “equilibrio perfecto” de flujos de oro entre países, conforme a lo exigido por la regla del patrón oro. La carencia de mecanismos adecuados para ajustar los desequilibrios, más un ciclo de devaluaciones pro-competitivas practicadas por muchos, fueron factores coadyuvantes a la severa deflación que se registró. Echaron más leña al fuego que dio con el colapso del modelo.
El punto es que, en el decenio de los 1930s, el patrón oro era ya una “reliquia decadente”. Sus signos vitales ya no respondían. El mundo carecía de un modelo que inspirase confianza y certidumbre, y mostrara eficacia para facilitar el desarrollo del comercio local y global. El esquema estaba acabado.
Podría decirse que el deceso le llegó en 1931, cuando Reino Unido abandonó el modelo achacando la culpa de la desgracia a Estados Unidos, por la aplicación de los “abominables aranceles a la importación”; y a Francia, por la aplicación de las “mezquinas devaluaciones” dictadas en función de garantizarse a sí misma ventajas competitivas espurias. De inmediato, otros 25 países hicieron lo propio. Soltaron al modelo en banda.
Sin embargo, el derrumbe definitivo aconteció en 1933, cuando Estados Unidos no pudo más y tiró la toalla. Esto, tras vanos intentos por salvarlo a base de restricciones impuestas al comercio, denunciadas con despecho por Inglaterra. No hubo ni pudo haber de otras. Su tiempo del patrón oro estaba cumplido. Era la hora de crear un nuevo paradigma de regulación de las relaciones económicas, financieras y comerciales internacionales.
Aprestos hacia un nuevo Acuerdo
El crac bursátil de 1929 fue un anticipo de lo que se veía venir, la Gran Depresión que flageló a las principales economías en los años de 1930s. Fue horrible. Particularmente, en la economía estadounidense: en 1934, con relación a tres años atrás, el PIB se había encogido 28%, el comercio había sumado una caída de 29% y el desempleo había trepado hasta 22%. Semejante resultado suponía una presión severa y hacía de caldo de cultivo para la creación de un nuevo modelo de estabilización monetaria internacional capaz de asegurar oportunidades y condiciones adecuadas para la creación de prosperidad.
Como ocurre con todos los grandes conflictos bélicos, la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) fue un acontecimiento que se configuró cuando la Gran Depresión, dado un ambiente de intensa y compleja conflictividad geopolítica. Andaban en sus buenas los regímenes totalitarios, la expansión del fascismo y el militarismo, y el debilitamiento de las democracias liberales. Nada bueno era el entorno.
En este contexto, primaba la desconfianza, la tensión, la incertidumbre. La ausencia de un espíritu colaborativo en y entre las naciones. Era un ambiente oscuro, gris. Incierto. Estos ánimos adversos exacerbaron las crisis económicas, fomentando las políticas nacionalistas que lastraron el comercio internacional y aumentaron el resentimiento entre las naciones.
Así andaba el mundo geopolítico. Campeaba la agresión expansionista de Alemania, bajo Adolf Hitler; de Italia, bajo Benito Mussolini; y del Japón en Asia, bajo el Emperador Hirohito, cogido de manos de la figura militar del Primer Ministro y general del Ejército Imperial Japonés, Hideki Tōjō. Estos personajes, principalmente, plantaron un franco desafío al orden internacional en todos los sentidos. Al mismo tiempo que, de su parte, las potencias occidentales, sumidas como estaban en el charco del aislamiento, fracasaron en contener las asechanzas del “Eje”. El mundo no contaba con un mecanismo efectivo capaz garantizar la seguridad colectiva en ningún término: ni económica, ni política ni militarmente.
Bretton Wood, la inflexión
La Conferencia de Bretton Woods en 1944 fue un punto de inflexión en la historia económica mundial. Allí fueron establecidos los fundamentos del nuevo orden financiero internacional que prevaleció en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, alternativo del patrón oro.
De hecho, Bretton Woods fue un cónclave entre aliados; en que, los puntos focales en representación de sus respectivos intereses fueron, de un lado, Reino Unido, con John Maynard Keynes a la cabeza de los debates; mientras que, del lado estadounidense, el liderazgo lo ostentaba Harry Dexter White, un economista que, desde las entrañas del Departamento del Tesoro, se había constituido en el arquitecto de la diplomacia económica estadounidense en el escenario. Nota: no era la primera vez que los personajes se veían la cara; habían celebrado diversas reuniones preliminares de comités ad hoc, incluida la Reunión en Atlantic Citi, en junio de 1944, un mes antes de la Conferencia Bretton Woods.
El momento en que se celebró Bretton Woods los Estados Unidos emergían como la principal potencia económica y militar; y en esa calidad, era del superior interés establecer un orden que garantizara la estabilidad y evitara la repetición de los errores que llevaron a la Gran Depresión. Asimismo, que sirviera a los intereses estadounidenses y a una estabilidad duradera a nivel global.
La mesa estaba puesta, y White comió con su dama sirviéndose con la cuchara grande. Y con picante. Fue su momentum, el cual aprovechó con calidad, con cero desperdicios.
De un lado, las propuestas británicas defendían la creación de una moneda internacional (el bancor) y un sistema más equitativo que no diera a una sola nación un control excesivo. Mientras que, del otro lado, a base de una praxis de diplomacia económica sagaz que le permitió navegar las tensiones y rivalidades con otras potencias aliadas, principalmente la británica, los estadounidenses enfocaron el esfuerzo en establecer un sistema que consolidara su hegemonía en la posguerra.
La firmeza de visión, una combinación de negociaciones y concesiones estratégicas, más una gran dosis de conciencia de posición económica dominante en el concierto de las potencias concurrentes fueron determinantes para que el plan sustentado por la parte estadounidense se impusiera como la base del nuevo sistema financiero.
La fórmula de Bretton Woods anclaba las divisas de todos los países al dólar estadounidense, y ésta al oro; asegurando así la centralidad del dólar en el sistema financiero global. El precio del oro se fijó en 35 dólares estadounidenses por onza troy, y se mantuvo así hasta 1971. Esta ancla garantizaba una demanda sostenida de dólares en el comercio internacional, y confería a los Estados Unidos una influencia sin precedentes en el mundo. La era de la libra esterlina y de Londres como centro de gravedad de las finanzas llegaba así a su fin. El reino del dólar quedó establecido, y mudado el centro de poder mundial.
Fue un cambio nada fácil. Implicó una ofensiva diplomática rigurosa, inteligente, fina; con la que dos gigantes confrontaron sus ideas e intereses hasta concluir el resultado.
A sabiendas de que la estabilidad del sistema dependía no sólo de la estructura financiera, sino también de la cooperación internacional, la parte estadounidense abogó, además, por la creación de dos instituciones que reflejaran el poder económico de los Estados Unidos: el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF), conocido posteriormente como el Grupo Banco Mundial. Los dos organismos multilaterales esencialmente vinculados al nuevo orden mundial, los cuales, pese al predominio estadounidense, constituían para otras naciones un foro para resolver desequilibrios financieros y evitar el tipo de crisis vista en los años de 1920s, que habían precipitado la Gran Depresión.
Estando ya casi en sus finales Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ya habían emergido como la principal potencia militar de entonces. Y ahora, de Bretton Woods emergieron, además, como la columna vertebral del sistema financiero global. Es lo que han sido, hasta la actualidad.
Buenas lecciones pueden aprenderse de Bretton Woods.