“¿Cuánto tiempo de felicidad nos toca en la vida? ¿15 minutos?" Alejandro Dolina
La felicidad es un estado que vivimos anhelando a pesar de que el mismo tenga carácter huidizo y sea de difícil definición. Es un tema para privilegiados, puesto que para alcanzarla se requieren unas condiciones mínimas en las que evitamos el sufrimiento y la miseria. Para algunos se asemeja a una emoción alegre, incapaz de ser sostenida en el tiempo, para otros un estado de plenitud o bien, uno que se alcanza con la ausencia de problemas. “No podemos ser felices y conscientes, porque la felicidad no está en el presente” según mi amigo Simón, él observa la felicidad hacia atrás con las gafas de la nostalgia o el romanticismo.
En este sentido, el escritor Kurt Vonnegut dio un consejo para vencer esa inconsciencia del presente, para no dejarla escapar, decía: “Mi tío Alex que está en el cielo, una de las cosas que él encontraba objetable del ser humano era que rara vez notaban cuando los tiempos eran dulces. Así que podíamos estar bebiendo limonada a la sombra de un manzano en el verano y mi tío Alex interrumpía la conversación para decir "Si esto no es agradable, ¿qué es?". Vonnegut nos exhortaba a hacer lo mismo, "cuando las cosas estén yendo bien y pacíficamente, pausa un momento y di en voz alta "Si esto no es agradable, ¿qué es?". Comparto esta idea de que destacando el presente se disfruta más, ya que como leía en una reflexión reciente la realidad es que la alegría no deja cicatrices.
Ante la carencia y las limitantes de la vida, a través de la historia muchos se han refugiado en la religión para hacer las paces con los golpes del presente. En este sentido, una visión de la religión promete el paraíso, una aceptación de que el sacrificio actual será retribuido luego de la muerte, algo así como la felicidad futura… No en vano es la religión considerada como un opio por algunos, ya que puede desmotivar a la acción inmediata y hacer que los hombres acepten inequidades por la idea del paraíso futuro.
Porque en el paraíso debe estar la felicidad. No obstante, tampoco para los textos sagrados es fácil de definir, puesto que esta parecería variar según el individuo y sus tiempos. Porque incluso aquellas fórmulas de paraíso y felicidad en las que se ofrecen multitud de vírgenes o de reencuentros familiares no siempre satisfacen, porque la felicidad o el paraíso no es uniforme. Y hay personas cuyo infierno personal se compone precisamente de tener que lidiar con familiares y malas experiencias virginales. También porque según el filósofo Slavoj Zizek “nosotros no queremos obtener lo que creemos que queremos obtener".
A pesar de que se nos haga difícil definirla, Robert Waldinger en un TedTalk titulado "¿Qué hace una buena vida?" expone un estudio realizado por la Universidad de Harvard, en el cual se dio seguimiento a miles de personas por décadas. En este estudio, los investigadores quisieron predecir quién sería feliz y quién no. Cuenta Waldinger que "no fue su colesterol lo que predijo". Lo que constituía un pilar fundamental era qué tan satisfechos estaban en sus relaciones. Porque qué tan cercanas y buenas eran las relaciones lograba evadir los problemas propios de envejecer. Fue así como encontraron a personas que incluso a sus 80 años con dolor físico se sentían felices. Mientras que el dolor emocional pertenecía a aquellos que no estaban en buenas relaciones. "Y esas relaciones no tienen que ser perfectas todo el tiempo, algunos de nuestros octogenarios pueden pelearse entre sí todo el día, pero mientras sintieran que pueden contar con el otro no les afecta la memoria."
Es decir, este tipo de felicidad parte de la vida en comunidad, la misma no tiene relación con el egoísmo. En esta vida en comunidad podemos incluir como actividades necesarias para la felicidad (según Haidt, Seligman, Hari) el reconocimiento, el propósito de un trabajo, los valores y el avance en una estructura social. Otras agregadas fuera de la comunidad serían el contacto con la naturaleza, la seguridad, el ejercicio físico y un futuro optimista.
El riesgo de nuestros tiempos para Erich Fromm es confundir la felicidad con la diversión. Empeñar el tiempo en buscarla en la satisfacción del momento que da el consumo de bienes, comida, libros, películas… Ver el mundo como un “gran objeto para nuestro apetito”, como una promesa de “consumo ilimitado”. En ese camino creía Fromm que devenimos en seres que constantemente esperan y que siempre terminamos insatisfechos. La verdadera felicidad para Fromm se encontraba en una relación entre el espíritu creativo y lo genuino, en una "relación intensa de la conciencia, el hombre y la naturaleza".
Así como Fromm observa que la diversión y el consumo devienen en insatisfacción. El filósofo Bertrand Russell entendió que la vida llena de emoción es una vida agotadora "en la que se necesitan estímulos cada vez más fuertes para dar la emoción que se ha llegado a considerar una parte esencial del placer". Una carrera por consumir y divertirse termina obstaculizando la felicidad. Russell también citaba al dogmatismo como un obstáculo a la felicidad, esa "certidumbre excesiva en creencias absolutas".
No obstante, la felicidad no puede entenderse como un estado de perfección perpetuo donde la tristeza, la soledad o los problemas se escapan. Como dice Os Amoz “La felicidad eterna no es felicidad, al igual que un orgasmo eterno no es ningún orgasmo.” La ausencia de estas dinámicas puede desarrollar un individuo débil y aislado. Puede desarrollar un individuo incapaz de reconocer y valorar lo que le rodea. Zizek, incluso va más allá, cuando nos dice que la felicidad es una categoría conformista. Ya que “Algunas veces habita un placer en el sufrimiento, como cuando perseguimos un sueño, una meta… es una especie de fiebre donde la felicidad no entra”. Es decir, pretender vivir en ella es erróneo.
En el mito de Sísifo, Zeus condena por toda la eternidad a Sísifo a subir una gigantesca roca por una colina y una vez esté llegando a la cima, verla caer y obligarlo a repetir su tarea. No obstante, Camus reflexiona que hay que imaginar que Sísifo es feliz, pues ha aceptado su destino y el absurdo de la vida. Sísifo no desespera, entiende que “no hay sol sin sombra” y que “es indispensable conocer la noche”. Es así como “La felicidad y el absurdo son hijos de la misma tierra. Son inseparables”.
Toca entonces desarmar la alta vara de la felicidad inculcada. Puesto que, si tocan 15 minutos de manía o clímax en una vida, habrá que aprender a recibirlos y verlos partir. Perseguir la felicidad asociada al bienestar, la vida en comunidad y la plenitud, alejándola del consumo, placeres efímeros y los dogmas.