Vuelve Lula. El 7 de enero, nuestro artículo “América Latina se aleja del neoliberalismo”, pronosticó que, al menos 12 países de los 20 de habla hispana o portuguesa, muy probablemente tendrían este año gobernantes declaradamente opuestos al programa neoliberal que ha predominado en el continente en los últimos 30 años. Con Petro (Colombia) y Lula (Brasil), este pronóstico se ha cumplido, e incluso rebasado, si se considera los gobernantes de centro derecha que intentan algunas (tímidas) reformas que se alejan de dicho programa.

 

El escenario emergente es heterogéneo. No se trata de un proyecto común y compacto en lo ideológico o político. La mayoría de los nuevos gobernantes han liderado alianzas y coaliciones variopintas con especificidades de cada país. Varios no cuentan con mayoría parlamentaria. La estructura social y económica, y las dinámicas políticas, más allá de las semejanzas culturales e históricas, muestran importantes diferencias. Comparten su compromiso con demandas sociales muy sentidas, en este continente que bate records mundiales de desigualdad, y la convicción sobre necesarias reformas económicas y sociales que contribuyan a retomar el camino de la prosperidad, pero esta vez con una fuerte aspiración de solidaridad y equidad.

 

La coyuntura internacional ha abierto nuevas oportunidades, pero presenta importantes desafíos e incertidumbre. Se pronostica crisis económica mundial. El debilitamiento de las hegemonías del mundo unipolar y la posible emergencia de un sistema mundo multipolar, produce turbulencias. El deterioro de la autoridad de las instituciones internacionales plantea riesgos de una nueva conflagración mundial.  El fracaso de la “guerra contra las drogas”. El calentamiento global y deterioro ambiental del planeta por el extractivismo desenfrenado, entre otros temas, conforman un complejo y atemorizante escenario mundial. Cunde la desesperanza. América Latina emerge, sin embargo, como un foco de esperanza, incluso más allá de sus fronteras.

 

Debatimos sobre esperanzas de un mundo mejor, sociedades más prósperas y equitativas, democracias más participativas. Rescatar la democracia, rescatar la política misma, parecen anhelo común de nuestras poblaciones, más allá del desencanto y frustración generados por la concentración de la riqueza, el clientelismo y su acompañante corruptela, que degradan la democracia, los partidos y sectores empresariales.

 

Rasgo común de los nuevos Presidentes victoriosos ha sido su capacidad y flexibilidad para interpretar aspiraciones y expectativas prioritarias de las poblaciones y, más allá de las diferencias ideológicas, aglutinar alrededor de programas reformistas.  Confluencias de sectores heterogéneos que valoran la democracia, los derechos y las libertades públicas y aspiran a mejor vida. Otro rasgo común es el compromiso de innovar para intentar superar las diversas y simultáneas crisis que han caracterizado el contexto neoliberal. Romper las ataduras estructurales que refrenan el desarrollo de las fuerzas productivas y mantienen en la miseria y pobreza a grandes sectores de la población.  Reducir las exclusiones sociales y culturales con políticas sociales efectivas de carácter universal y basadas en derechos. Rescatar y proteger los sistemas ecológicos (como la selva amazónica y los grandes ríos), cuyo deterioro ha puesto en riesgo la vida en el planeta. Superar el abordaje de “guerra preventiva” y de confrontación, por la tolerancia y búsqueda de coincidencias, con respeto a la diversidad cultural y política, y al derecho de cada pueblo de decidir, en libertad, su propio destino político.

 

Democracia, participación, respeto a la diversidad y a nuestros valores culturales,  justicia social, desarrollo de las fuerzas productivas, mejor distribución de la riqueza, respeto al medio ambiente, reconocimiento de derechos ciudadanos, fortalecimiento de la cultura de cada sector y pueblo, resolución pacífica de los conflictos y diferencias,  revalorización de la paz y los procesos electorales, y un quehacer político de nuevo tipo, más comprometido con valores y principios, son  banderas comunes que tremolan victoriosas en el continente. En esencia, son promesas incumplidas de la democracia liberal, proclamadas algunas de ellas por los fundadores de nuestras nacionalidades, desde el siglo XIX; otras se corresponden con los programas democráticos que confrontaron las dictaduras del siglo pasado; y algunas se vinculan a nuevas ideas sobre el papel del estado en el desarrollo económico y social, emergentes en el mundo académico internacional actual.

 

América Latina parece gritar a un mundo sumergido en crisis y conflictos que desparraman desesperanza a la humanidad, que es posible avanzar reformas, progresar con equidad, profundizando la democracia, libertades, tolerancia y paz, con unidad en la diversidad.  Más allá de las diferencias ideológicas y políticas hay un mundo de posibilidades de encuentro entre quienes abren puertas a la esperanza de un mundo mejor.

 

Renacen también esperanzas de una presencia más activa, coordinada y vinculada a intereses comunes latinoamericanos, en el complejo escenario mundial contemporáneo. De que se reanimen los espacios de confluencia latinoamericanos y de fortalecer las relaciones económicas y políticas basadas en la complementariedad e interés mutuo, sin hegemonismos. Es posible que la voz de América Latina contribuya a desmontar los riesgos militares, económicos, ecológicos, sociales y culturales que amenazan la humanidad. Habrá tropiezos, errores, avances y retrocesos, pero va renaciendo la esperanza.