La única glorieta en el Paseo de la Reforma de Ciudad de México que no tenía monumento sino una palmera, acaba de quedar huérfana. Luego de más de un siglo de contemplar las vicisitudes de la rutina meshica, terminó por secarse. Le echaron la culpa a unos hongos (no alucinógenos), a la contaminación (no diaria pero casi), a los más de dos mil metros de altura y hasta a la Casa de Bolsa que está enfrente. Todos terminaremos igual, me dije satisfecho, como si hubiera descubierto un nuevo átomo y así evité pensar en una alegoría de los tiempos actuales.

Por consiguiente, la noche del domingo veinticuatro de abril, el gobierno capitalino extrajo lo que quedaba de ella; esto es, las hojas amarillentas y los muchos metros del tronco muerto. Para esto ya tenía preparado todo el espectáculo, digo, el operativo: cuadrillas de trabajadores (más de cuarenta), grúas hidráulicas (dos), camiones, camioncitos, patrullas, ambulancias, vendedores ambulantes (que llegaron por su cuenta), mirones, metiches y ociosos.

Doña Claudia Sheinbaum, la Jefa de Gobierno, también había acudido a despedirla y, con lágrimas en su twitter, anunció que pondrían otro arbolito. Ojalá y sea de Navidad, para que Santa Clós se acuerde de nosotros, pensé irreflexivamente. No, nada de pinos navideños, habría una consulta ciudadana para escoger entre otra palma, una jacaranda, una ceiba y no sé qué más.

Finalmente unos setenta mil enterados eligieron un árbol longevo, oriundo de México: el ahuehuete. Armado de un nombre melódico y con resonancias del náhuatl, éste no le teme a nada ni a nadie y tiene tres mil años para crecer y ofrecernos su cariñosa sombra. Prueba de ello es que ni juntando a treinta gentes agarradas de las manos, pueden rodear su fabuloso tronco. Tampoco si los ponemos unos encima de otros alcanzarían su copa.

Ahora bien, en esta ciudad existe otro ahuehuete famoso. Según la leyenda, Hernán Cortés, uno de los villanos favoritos de la historia patria, se recostó junto a él y lloró largo y tendido después de una cruenta batalla con los aztecas, en la que casi pierde la armadura y hasta el caballo. Por eso se le conoce como El árbol de la Noche Triste, aunque los historiadores y aguafiestas insisten aburridos que en ningún documento se alude al mismo; pero de qué don Hernán lloró, lloró…

Ese mítico testigo se encuentra en la calzada México-Tacuba y pese a su milenaria resistencia nada pudo contra un incendio ocurrido a inicios de los años ochenta que lo dejó maltrecho…Si buscamos alguna imagen en internet, veremos un tronco gigantesco y deforme, como salido, obvio, del fuego (eterno), rodeado por una cerca y una placa ilegible.

Para hacerla de emoción y afín de contar la historia desde una perspectiva nacional, las autoridades cambiaron el nombre del lugar donde descansa el ahuehuete y ahora se llama la Calzada de la Noche Victoriosa; nombre que algún despistado no dudara en relacionarlo con el futbol.

Busco y encuentro más información sobre los ahuehuetes. Preparen sus bostezos, por ejemplo: « Árbol de hasta 40 m de alto, con tronco sumamente grueso, corteza café grisácea agrietada en tiras largas. (…) Hojas pequeñas y alargadas de 2 cm de largo…».

Es más, para que todo salga bonito, el nuevo ahuehuete será sembrado el cinco de junio, Día Mundial del Medio Ambiente. ¿Será un acto sencillo, discreto, casi silencioso, como la muerte de la palma? No lo creo, ya estoy viendo la divertida parafernalia: políticos echando una paletada de tierra al nuevo habitante de Reforma mientras sus asesores suben las fotos a Instagram.

Ojalá y así nos preocupáramos todos nosotros, autoridades y ciudadanos, por los árboles de la barranca que no han enverdecido, no es que les falte agua del río Florido, como dice la canción, sino cuidado y afecto permanentes…