Si utilizamos el término “resiliencia”, tan en boga en estos días de guerra y crisis económica y energética global, tenemos indudablemente que conocer la historia de este psiquiatra y neurólogo francés nacido en 1937, profesor en la Universidad de Toulon, director de estudios de la Facultad de Ciencias Humanas y responsable del equipo de investigación en Etología Clínica. A partir de sus estudios y de sus vivencias creo este concepto, que significa renacer después de una etapa de sufrimiento, de una experiencia traumática; la adaptación a la adversidad en definitiva, la capacidad de resistencia.
Su historia personal nos conduce a los abismos del siglo XX: con solo 5 años su familia fue asesinada en el campo de exterminio nazi de Auschwitz. Después de múltiples peripecias pudo escapar de la deportación gracias a la ayuda de una enfermera y su infancia transcurrió en el más absoluto desamparo en aquella Francia sometida a Hitler.
En sus múltiples conferencias ha explicado que se formó como psiquiatra para poder comprenderse. Como la base de sustentación de nuestra personalidad se configura durante los primeros años de nuestra vida, el doctor Cyrulnik trabajó el concepto del “apego” y sus diferencias con el amor: el apego es un vínculo que se construye, el amor es un sentimiento.
¿Es posible educar en la resiliencia? Sí. Tiene que ver con cómo se construyen la personalidad y los sentimientos de seguridad desde la infancia principalmente y esto en la mayoría de los casos es transmitido por las madres. La “segurización” de los niños crea un apego que se teje en la cotidianidad diaria del hogar; es un vínculo muy fuerte, un sentimiento que fortalece como individuo, que genera seguridad a quien lo recibe. Aprender el apego desde la lentitud de cosas tan simples como compartir juegos, cantar, cocinar… construir vínculos juntos.
El doctor Cyrulnik explica que cuando comprendemos lo que nos ha sucedido tomamos posesión de ello; cuando entendemos lo que ha pasado por la cabeza de nuestro agresor, o de la sociedad, tomamos posesión de nuestra identidad y podemos volver a encontrar un espacio para la libertad.
Una infancia desdichada no determina nuestro desarrollo personal o impide la capacidad de forjar un comportamiento vital positivo pese a haber sufrido circunstancias difíciles. Para poder superar aquellos dolores y la carencia afectiva en una etapa tan determinante es necesario trabajar el “apego”, que convertirá a esa persona en una persona resiliente. Sus estudios y su trabajo con los niños soldados son muy esclarecedores.
Otra de sus reflexiones luminosas es la necesidad de crear una cultura que sea como el mar, con sus flujos, sus movimientos fluctuantes, en el día y en la noche, una cultura con ritmo…
A partir de sus trabajos, podemos preguntarnos, como sociedad, cómo enseñamos a los niños y niñas a amar y a socializarse desde el apego; tal vez, nos ayudaría a construir sociedades más empáticas y solidarias, menos violentas e individualistas. La educación es parte fundamental para la evolución y la adquisición del conocimiento necesario para solucionar problemas, desarrollar nuestras aptitudes y capacidades y formar parte de la sociedad. Pero donde se genera el apego y el amor es en el hogar, nos dice el doctor Cyrulnik.