Los dominicanos tienen una relación complicada con la tasa de cambio. Si sube es noticia, muchas veces de portada, y si baja también lo es. Es posible que esto se deba al trauma que nos han provocado las crisis macroeconómicas que hemos sufrido, todas asociadas a devaluaciones espectaculares del peso.
Si esto es así, entonces muchos se preguntarán por qué no tener mejor un tipo de cambio totalmente fijo como hasta principios de los años 80s del siglo pasado. Ante esta opción debo decir que esos esquemas cambiarios hacían mucho daño a las economías y afectaban la competitividad.
La rigidez completa de un precio tan clave como el tipo de cambio es muy dañina a largo plazo e incompatible con una economía moderna, abierta al comercio y a los flujos de capitales.
Los países más avanzados dejan flotar sus monedas libremente; y economías más pequeñas han ido buscando el esquema que mejor les funciona. Pero hay algo en común: algún grado de flexibilidad tiene las monedas para moverse.
A pesar de esto algunos países se han ido al extremo y han abandonado por completo sus monedas. Tal es el caso de Panamá, El Salvador y Ecuador, por citar algunos ejemplos latinoamericanos. Pero la realidad es que a nosotros nos ha ido mejor conservando la independencia de nuestra política monetaria.
Vamos a decir que operamos con una flotación cambiaria manejada, evitando cambios bruscos. En tiempos “normales” nos hemos acostumbrados a que el tipo de cambio se mueva en un rango de depreciación anual en el entorno del 4%. Esto ha dado predictibilidad a las decisiones de consumidores y empresas y evita una pérdida de competitividad de la economía.
En coyunturas distintas, con ciertos perfiles críticos, el Banco Central permite una depreciación mayor, como la que vivimos en 2020, para que la economía pueda absorber los choques externos. Hasta aquí todo muy bien.
El tema ahora no es que el tipo de cambio está subiendo (como dicen en el argot popular), sino que está bajando (o sea que se está apreciando el valor del peso); y lo ha hecho por 16 meses consecutivos, el periodo más largo de apreciación cambiaria desde que se liberó el tipo de cambio hace unos cuarenta años.
Ya hay mucha gente buscando explicaciones esotéricas y mágicas en lugar de ir a lo básico. Desde hace un tiempo hay mayor oferta de dólares producto de las remesas, el turismo, las exportaciones de bienes y servicios, la inversión extranjera y los flujos de deuda externa. Oferta y demanda simplemente (fuentes mayores a usos, dirían algunos).
Parte de eso se debe al empuje que nos dio la economía norteamericana, a la confianza en nuestra economía, a la solidaridad de los dominicanos que viven en el exterior y a una buena combinación de políticas económicas.
Por un lado, ahora los exportadores de bienes y servicios reciben menos pesos por sus dólares. Por otro lado, a los importadores y consumidores les resulta más barato hacer sus compras en el exterior.
En términos netos hay un gran ganador: El Gobierno. Porque tiene que buscar menos pesos para pagar sus compromisos en dólares, que son muchos; y porque la apreciación de la moneda ha ayudado en la lucha contra la inflación. La razón es sencilla: el traspaso del tipo de cambio a la inflación en una economía como la nuestra es brutal. La apreciación del peso ha permitido contener las presiones inflacionarias.
Sin apreciación del peso y sin los subsidios que ha dado el Gobierno, la inflación interanual bien pudo haber superado el 15% en algunos meses. Y esto es algo que no queríamos.
Hay una interrogante que no puede faltar: ¿La apreciación del valor del peso ha afectado la competitividad? A mi juicio, la respuesta es que no. Pero para esto no basta con analizar el tipo de cambio nominal. Hay que reflexionar sobre el tipo de cambio real de la economía. En términos sencillos, es el tipo de cambio nominal ajustado por el diferencial de inflación con nuestros socios comerciales.
Si hacemos ese cálculo, encontramos que ese índice está en niveles similares a los del año 2019. Es decir, la apreciación ha sido tolerable hasta ahora en términos de competitividad. A cambio hemos mantenido la estabilidad social y económica. Yo acepto ese resultado y los exportadores deberían hacerlo también sin mayores preocupaciones. Ya pronto el tipo de cambio retomará su senda de depreciación histórica. Creo que esa es una apuesta razonable (¡con toda la confianza que tienen las predicciones en esta época!)