Hace días, me tropecé con alguien en una gran plaza. Esta trabajadora se veía que daba la bienvenida a la hermosa tienda. Le pregunté por dónde se tomaba la escalera para subir al cuarto piso. Me indicó que siguiera de largo, pero la vi que sonrió con estilo y donaire.

En las escuelas donde enseñan lenguaje corporal, donde enseñan etiqueta y protocolo, en las agencias de modelaje, te enseñan a sonreír y no de manera maquiavélica sino con cierto carisma, para convencer a otros.

Que yo sepa, la muchacha había sonreído sin intenciones ulteriores. Llevaba algo en la mano y pensé que era “la guardiana” del caro lugar. Parecía un personaje griego que estaba allí para atajar a la gente. Es una contradicción: ella querría que a su tienda –es un decir–, entrara más gente, que se abarrotara y que muchos compraran algunos objetos, ropa, asuntos domésticos o la comida del mes.

A salir de la reunión, me enteré que la escalera no era peligrosa, pero tenía “su arte”. Había visto en videos de Internet que la gente tiene que tener cuidado cuando se montan en estas escaleras. El drama vino una vez cuando me di cuenta que en otra plaza, el ascensor tenía un límite de personas. ¿Es peligroso montarse en los ascensores de estos lugares?

Cuando salí de la plaza, vi un acontecimiento que llevo días cronometrando: el sol de la capital no es peor que el sol de Punta Cana, para estar a tono con lo que dice Jorge Luis Borges que sucedía con Plutarco quien se burló de aquellos que decían que la luna de Atenas era mejor luna que la de Corintio.

Alguien podrá argumentarme, quizá con mucha razón, que el sol de la playa es más intenso por el hábitat. Bajo esta suposición, podemos decir que la resolana del Mar Caribe surte sus efectos en los visitantes, pero igual puede decirse que si vas a la Plaza de España y te expones al sol, igual te quemarás. La piel lo demostrará y por esa razón en las horas pico, recomendamos el uso del protector solar. En aquella lejana infancia, el Coopertone hacia delicias de una piel frágil que recibía los embates de un sol intenso en la playa.

Queda claro que en la plaza España, y en los alrededores, un montón de turistas se apersonan en grupos para aprovechar un ambiente que estudia las primicias históricas. Quien va a la zona colonial en una mañana intensa, se da cuenta de la magia de este sol caribeño que quema nuestra piel, a la par de encontrar un entorno incomparable que tienes que disfrutar en las calles y los restaurantes. “Bienvenido a la plaza de España”, podría decir un letrero. Dos datos interesantes para los que visitan este lugar: el Alcázar de Colón data de 1514 y el Museo de las Casas Reales, de 1511.

En otros países, los “partes” de meteorología te dan la sensación térmica: puedes tener una temperatura de 22 grados, pero la sensación térmica puede ser mayor. Esto puede ocurrir sobretodo en época de verano donde se pide que vistas de acuerdo a lo que el ambiente te propone: pocas ropas, zapatos ligeros y alguna cachucha o gorra para evitar los intensos rayos directo a tu cara.

En el caso de exposición intensa al sol en las piscinas o en el mismo mar, no creo que tengamos muchas recomendaciones para evitar insolaciones y sería interesante ver si estas se registran continuamente en los hoteles criollos. Se cae de la mata que nuestra piel haya desarrollado mecanismos de defensa ante este sol, en comparación con la frágil piel de los turistas. Uno de los atractivos, vendidos a la par de las palmeras, es el intenso sol que algunos rechazan en los congestionados tapones capitalinos de muchas calles.

El habitante de una isla como la nuestra, tiene una especial relación con el clima. Podemos decir lo mismo para los habitantes de Minneapolis donde el frio produce grandes cubos de hielo que tienes que palear para que el lodo no se acumule en el garaje.

Hablé recientemente con un vecino que vino a pasarse la navidad a Santo Domingo: no me informó si lo hizo huyéndole al frío de Nueva York, pero lo que sí está claro es que aquí, como nosotros, se siente como un pez en el agua.

En la plaza del primer párrafo, no en la de España o de la Hispanidad, me quedó claro que la reunión fue fructífera y la chica de la tienda parecía que no estaba allí. En el vaivén, vi a una celebridad capitalina, de estas que salen en las películas dominicanas, que entraba quizá a otra reunión con algunos amigos como yo hice en ese soleado día.

Me encontré que era un tipo fácil que me miró y a quien yo vi de manera afable. Estas celebridades tienen claro que tienen que tener ojo avizor: hay que tener cuidado con todo lo que ocurre a tu alrededor. La ciudad ha cambiado. Y entonces, uno sonríe como si se hallara bajo un sol igual de candente que el de Bávaro. Claro, es el mismo.