Abril está por concluir, pero sospecho que en el Museo Nacional de Antropología e Historia de la ciudad de México no han olvidado los escándalos de besos, besitos y besotes con los que iniciaron este mes.
No, los vigilantes no sorprendieron a ninguna pareja de adolescentes candorosos, que confiados en el aura protectora de la Piedra del Sol, se transmitían afecto, saliva y demás bacterias, pero tampoco se dieron cuenta del dizque performance que montó Pepx Romero.
El sábado dos de abril por la mañana, el tal Pepx andaba en dicho recinto cuando de repente le entraron unas ganas tremendas de repartir cariño y no tuvo mejor idea que arrejuntar sus labios a los de los dioses prehispánicos de nombres impronunciables. Nadie lo vio (ni Tláloc supo dónde estaban los guardias) salvo sus compinches que, celular en ristre, tomaron y tomaron fotos que irían a parar a sus redes sociales.
¿En qué estaría pensando el besucón? ¿En reivindicar la saliva, ese liquido corporal tan criticado por ser uno de los vehículos favoritos de la COVID? Luego me puse a leer sobre el asunto y lo que en realidad había motivado su "gesto artístico” (no sé si dejar las comillas o quitarlas) fue la indignación, el enojo, la rabia, la impotencia, etc., etc., etc., porque las casas de subasta en Francia ponen a la venta piezas mexicanas como las del museo, sin importarles que estas sean parte de nuestro patrimonio cultural y como tales, su comercio está prohibido…
Ahora bien, lo que hacen en París esos traficantes disfrazados de conocedores de arte es reprobable. ¿Por que actúan de esa forma? ¿Síntomas de su pasado (ni tan pasado) colonialista, imperial, abusador? ¿Será como lo menciona el mismo Romero, que dichas piezas invaluables acaban reducidas a meros objetos decorativos en los aburridos salones de unos cuantos ricos?
No pretendo descubrir el hilo verde, pero eso de expoliar tiene historia. Cualquiera que se haya dado una vueltecita por el Louvre puede admirar las enormes colecciones del antiguo Egipto (y preguntarse cómo llegaron hasta allá). Es más, una de las plazas más emblemáticas, la de la Concordia, está presidida por un obelisco. ¿Los muchos objetos fueron también obtenidos en alguna subasta? ¿Fue el resultado de nobles actos de rescate (léase robo) de las tropas napoleónicas? ¿El faraón tuvo a bien regalárselos al emperador para congraciarse con este?
Alguno dirá que esto no es exclusivo de los franceses, que los museos de Londres o Berlín también están rebosantes de recuerditos de la tierra de Cleopatra y que incluso Roma presume obeliscos en cada esquina, aunque allá han tenido el cuidado de “bautizarlos”, esto es; para evitar enojos del inquilino del Vaticano, les pusieron una crucecita en la punta…
No sé en que consista el arte, ¿experimentos, búsquedas, provocaciones, jugueteos de forma, volumen, color? Por lo mismo, no me espanta el performance en cuestión, pero tampoco estoy cierto de que me guste. Al menos no tuve la predecible reacción de muchos: “Me dan ganas de patearlo”, dijo Alejandro Rosas en un programa de radio, quien según Google es historiador y no alguien que nunca pudo ser futbolista…
Obviamente, si algo no podemos hacer en un museo es tocar; poco importa si usamos las manos o las lenguas. Por eso la autoridad inició un procedimiento administrativo de sanciones bla bla bla…Y pese a que aclararon que las babas de Pepito no ocasionaron daños irreversibles, se les olvidó mencionar qué estaba haciendo el personal de vigilancia en el momento de los arrimones. ¿Estaban dormidos, desvelados o de plano no había gente disponible? ¡Ay! Los recortes presupuestarios a la cultura…
Insisto, protestar es bueno para la salud ciudadana, aunque no sé para qué llevar hasta el extremo la canción de Consuelito Velázquez: “Bésame, bésame muchoooo”. Las piedras milenarias qué culpa tienen.
Igualmente, en París no sólo podemos presenciar subastas infames. En el cementerio de Père Lachaise descansa Oscar Wilde, cuya tumba también recibía besos (tronadores y llenos de carmín) por parte de turistas y admiradores. Recuerden el viejo y trillado refrán: no hay nada nuevo bajo el sol.
Tantas eran las muestras de afecto, que el monumento se deterioraba sin remedio hasta que, hará cosa de diez años, la autoridad decidió poner una barrera de plástico transparente. Era mejor besar la fría lápida, supongo. Por cierto, aquella tumba es tan provocadora como su genial residente. Se trata de una figura de inspiración egipcia con los brazos echados hacia atrás como si estuviera en pleno vuelo y en ella sobresalen (¡faltaba más!) un par de pechos con todo y genitales.
Por si fuera poco, don Pepx expuso su obra en el Palacio de Tokio, un sitio reservado al arte contemporáneo en aquella ciudad y no desaprovechó la ocasión para despotricar contra las subastas y la muda complicidad del gobierno francés. Lo que ignoro es si también se paseó por la casa de la Mona Lisa para hacer el mismo numerito, aunque allí vaya si hay guardianes y dudo que lo hubieran dejado mostrar sus dotes querendonas.
Para terminar, me pregunto si nadie le sugirió que llevara su borlote a la Embajada de Francia que a fin de cuentas, está al lado de Antropología. Me imagino que lo hubieran recibido con saludos suntuosos, café y croissants; además, estoy seguro de que hubieran tomado nota de su reclamo…