“El que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de esta primera-Alexander Pope.

Entre las personas que cuestionan las últimas licitaciones del Instituto Nacional de Bienestar Estudiantil (Inabie) se encuentra una dama que intenta ser la más genuina defensora de los intereses de la Mipymes. Como es una mujer, y a todas les debo un respeto incondicional por mi origen familiar, trataré de ser magnánimo con ella, sin mencionar su nombre ni su abolengo profesional.

 

De esta señora dicen, quienes la conocen, que es su naturaleza “llevar la contraria a todo el mundo”. De difícil conducción por quienes ella misma considera sus más confiables allegados. Se afirma que gusta girar bruscamente enfrentando a quienes, en unos inicios luminosos, donde el curso se entendía como cristalino, la apoyaban. En sus afanes de procurarse correligionarios es maestra de la manipulación, con frecuencia amenazando con el apocalipsis de los intereses que defiende. Una auténtica resentida social que se mezcla con el caos para aprovecharlo conscientemente y así poder convocar a unos cuantos lastimados.

 

Unos contados proveedores que no fueron adjudicados pagan los salones de los hoteles donde disfruta el placer de las luces, cámaras y preguntas de reporteros. Un placer que no ha podido procurarse encauzando bien su formación o habilidades innatas.

 

¿Qué suele suceder cuando una persona constata que no se cumplen sus expectativas profesionales y de vida? Por un lado, esa comprobación puede ser positiva en la medida en que pueda traducirse positivamente en el plano de la autorrealización y el crecimiento personal.

 

Por otro, en muchos casos, como es el que nos ocupa, puede generar una insatisfacción crónica que produce espejismos patológicos bajo las nubes de un liderazgo indispensable en un mundo que no termina concediéndole el reconocimiento soñado. No obstante, se empecina en una percepción falsa: es la mejor y más auténtica defensora de las Mipymes. Muy latente está el miedo de fallar sobre la arena movediza de las grandes insatisfacciones personales. La depresión en estos falsos héroes puede convertirse en una realidad insufrible. Nuestra señora, indudablemente, muestra una alta necesidad de novedad, estimulación o activación social. Nos parece convencida de que Inabie es la fuente de todo ello.

 

Nadie en su sano juicio pensaría que las licitaciones recientes y algunas que faltan para culminar sean perfectas, aun conociendo todo el empeño que se puso en ellas y sin perder de vista el desastre administrativo recibido. En un proceso de mejora bien concebido los resultados, en su totalidad, no pueden ser siempre los esperados o deseados.

 

La misma dirección ejecutiva, públicamente, reconoce errores en el sistema de puntuación -no en la lógica que pone la nota-; en ciertas adjudicaciones atendiendo a la distancia y a la capacidad de producción, y en algunos resultados aislados del peritaje que no pudo estar bajo la supervisión o control de parte del instituto en todo el territorio nacional.

 

Al mismo tiempo, ocultar que una gran parte de las causas de las “exclusiones” fueron los fallos del Portal Transaccional; el desconocimiento por parte de cientos de Mipymes de los requisitos a cumplir; la apuesta a la persistencia de prácticas inmorales que caracterizaron procesos anteriores y la presentación en la institución de los recursos de reconsideración (impugnaciones) fuera de los plazos establecidos, es una evidente y triste falta de honestidad.

 

En vez de ello, la señora llanera solitaria vaticina intoxicaciones masivas de escolares enarbolando el argumento de las “grandes distancias” entre centros y proveedores adjudicados, además de posibles sometimientos a la justicia de los actuales funcionarios del Inabie.

 

Afirma, en enfermizo afán de notoriedad, que la actual gestión es peor que la precedente. La misma que dejó 2400 contratos sin certificar, atiborrados de errores garrafales; 8 mil expedientes financieros tirados en los cubículos de la institución para negociar por un valor de más de 8 mil millones de pesos; adjudicaciones posteriores de oferentes que no aparecían en el acta de adjudicación; adjudicaciones administrativas sin deliberación alguna en el comité de compras e implantación cuasi formal de un sistema de trueque de adjudicaciones por importantes sumas de dinero.

 

Ciertamente, los procesos actuales no han sido perfectos, no están exentos de fallas que tienen su origen en factores eminentemente técnicos, pero nunca-lo certificamos responsablemente- en componendas entre funcionarios e interesados (a esto sí podríamos llamarle “irregularidades”).

 

Lo ideal es inalcanzable, pero las mejoras siempre son posibles. La objetividad pesa mucho para algunos; las mentiras o el retorcimiento de los hechos es camino fácil para los espíritus mediocres sin muchos escrúpulos profesionales. La determinación de la dirección ejecutiva del Inabie, presidida por Víctor Castro -un hombre honrado a toda prueba-, es lograr la mayor participación de empresas en estos procesos respetando la normatividad que aplica y siempre en coherencia con las decisiones emanadas del órgano rector en compras y contrataciones, la DGCP.

 

Lo más importante, lo innegociable para el Inabie, es el bien mayor del bienestar estudiantil, no las empresas que figuran como beneficiarias de sus multimillonarias compras. En todo caso, no se discrimina a las unidades productivas por sus dueños o la influencia política de estos, sino por su capacidad productiva, certificaciones de calidad y buenas prácticas. La anti-calidad en las Mipymes sigue siendo su gran costo. La pretensión sincera del Inabie es que sea un beneficio diferenciador en cualquier mercado en el que incursionen.