Hoy se cumplen 60 años de haberse concretado públicamente el infame golpe de estado militar que puso fin al efímero gobierno presidido por el hoy por hoy más remembrado prohombre dominicano del siglo XX, Juan Emilio Bosch Gaviño.

Con la tanta progenie política, ideológica e intelectual que le ha sucedido a Bosch y su obra, pero también, dada la trascendencia de lo ocurrido la madrugada de ese infausto 25 de septiembre desde la perspectiva del Estado de Derecho y sus principios rectores, última acción de ese tipo en la historia dominicana, es muy poco -si acaso algo- lo que resta por decir sobre sus días de expresidente forzosamente depuesto, o sobre las acciones encaminadas a su truncado retorno al poder en los meses venideros. 

Sin embargo, como una prueba más de que el conocimiento no es absoluto, aprovecho este triste aniversario para compartirles un dato que me parece muy poco conocido en República Dominicana, particularmente entre nuestros investigadores e historiadores, pues nunca advertido en sus decires. 

Se trata de un interesante episodio de lobismo dominicano con la procuración de que Estados Unidos apoyara al Presidente Bosch y no reconociera la recién instaurada junta militar deponente de aquel; dato que me compartido por mi distinguido colega y amigo Conrad Manuel Pittaluga Vicioso, al obsequiarme hace poco más de un año la obra The Defense Lawyer (2021), del prolífico y súper exitoso novelista norteamericano James Patterson -record Guinness como el autor con la mayor cantidad de bestsellers (114) para The New York Times-, en coautoría con Benjamin Wallace, y que trata sobre la vida del destacadísimo abogado penalista norteamericano Barry Slotnick, a cuyo nombre acompaña en la portada el siguiente eslogan “nunca perdió un caso mayor -sin importar que tan notorio o peligroso.” (Supongo que esta última línea motivó al amigo Conrad para el regalo, sobre todo porque en su dedicatoria me escribió “…esperando que sirva de inspiración para los casos y años que te quedan de litigante.”)

Pues bien, en el capítulo 15 del texto, a partir de la página 53, se cuenta -para aquellos que quieran creerlo- que el día 15 de noviembre de 1963, un Barry Slotnick de apenas 24 años de edad se presentó al hotel The Carlyle, ubicado en el Upper East Side de Manhattan, lugar donde el Presidente Kennedy y su esposa Jacqueline solían hospedarse siempre que visitaban New York. Kennedy estaba en esa ciudad para dar unos discursos y Slotnick se las agenció para conseguir una cita con él para discutir un asunto concerniente a uno de sus clientes.

Slotnick actuaba en representación de Gastón Espinal, Cónsul General de la República Dominicana en Estados Unidos durante los 7 meses del gobierno de Juan Bosch, y de quien se dice que con un grupo de seguidores -presumamos que perredeístas- había irrumpido en la oficina de aquel abogado ubicada en el tercer piso de la torre Rockefeller Center, un día del octubre de 1963, requiriendo de sus servicios una labor de lobby con el encargo de que Estados Unidos reconociera a Bosch como el mandatario legítimo del país.

A continuación procedo a traducir textualmente la parte final del relato:

“Cuando Slotnick salió del ascensor en el piso treinta y cuatro del Carlyle, vió agentes del Servicio Secreto a lo largo del pasillo. Había glamur en este mundo. Muy alejado del bullicio de su oficina compartida ubicada cerca del edificio de las Cortes o algo que él conociese mientras crecía, pero Slotnick se sentía vivo aquí, acercándose al interior del sanctum del poder.” 

“Un miembro del personal abrió la puerta y guió a Slotnick hacia la habitación 34A, informalmente llamada la suite presidencial. Era un pent-house dúplex y Slotnick se encontraba en la sala, vacía con excepción de él y el miembro del personal. Slotnick miró por los enormes ventanales, con sus vistas impresionantes al sur hacia Midtown y al oeste sobre Central Park. Notó un dibujo a carboncillo de tres bailarinas colgado sobre el sofá. Sobre la mesa, había una copia de Time y un libro titulado Flanders in the Fifteenth Century. Vió una caja de cigarros cubanos próximo a un teléfono blanco que tenía impreso en el dial la imagen de la Casa Blanca.”

“Pasaron veinte minutos, y Slotnick empezó a preguntarse si la reunión sucedería. Luego: “Sr. Slotnick.”

“Ese acento familiar de Boston.  Slotnick miró arriba, siguiendo el sonido. El presidente de los Estados Unidos estaba bajando las escaleras desde el segundo piso y caminaba hacia él -un Barry de veinticuatro años del Bronx. Y lo llamó Sr. Slotnick.”

“El gobierno de Estados Unidos, alarmado por la reciente ascensión de Fidel Castro en Cuba, estaba atento a otro gobierno latinoamericano con al menos un indicio de izquierda. Pero en su reunión de diez minutos, Kennedy le dijo a Slotnick que mientras él sea presidente, Estados Unidos nunca reconocería la junta de tres hombres que había depuesto a Juan Bosch.”

“Saliendo del The Carlyle, Slotnick se enorgullecía de que, así como Kennedy representaba el amanecer de una era de esperanza, él mismo estaba al borde de una carrera deslumbrante.”

“Una semana después, John F. Kennedy fue asesinado en Dallas.”

“Tres días luego de esto, Slotnick recibió un telegrama de Deam Rusk, Secretario de Estado de Kennedy, negándose a reconocer la presidencia de Bosch.”

Más allá de una fascinante historia que adorna la apertura de la evolución del brillante abogado Slotnick, de cara a la historia política nacional post dictadura, me parece un interesante episodio cuya reflexión nos invita a repensar muchas de las versiones e interpretaciones -sesgadas o no- que de la suerte del expresidente Bosch hoy se postulan como situaciones notorias o planteamientos incontrovertibles.

Por un lado, valoremos que carecemos de algún indicio o conjetura que desacredite el relato de Slotnick con posibilidad de cuestionar la expuesta vocación de Kennedy frente al depuesto presidente Bosch, y si contamos con hechos que nos permiten validarla por abducción, como las buenas relaciones que en términos políticos y afectivos caracterizó a ambos mandatarios. 

Ahora bien, que Kennedy afirmara que mientras él fuese presidente, Estados Unidos no reconocería el gobierno de facto constituido por una junta militar, no dice tanto como para garantizar que esto sería así o que apoyaría el retorno de Bosch al poder; pues como sabemos, su vida le fue arrebatada precisamente por un complot de fuerzas de su gobierno y el concurso de hombres de su claustro político. De ahí quizás el citado telegrama de Deam Rusk con la innegable postura oficial del gobierno norteamericano, posteriormente confirmada por iniciativas diplomáticas y pronunciamientos del sucesor de Kennedy, Lyndon B. Johnson, definiendo el destino del pueblo dominicano, y el resto es historia.