Nosotras debemos ser siempre extraordinarias, pero de alguna manera ¿siempre lo estamos haciendo mal?” – Gloria, personaje de la película “Barbie”

El sábado pasado fui a ver la película Barbie por segunda vez. Nuevamente quedé fascinada con las docenas de mujeres jóvenes y niñas (pero también vimos abuelas, madres y hombres jóvenes) gozando un mundo vestidas de rosado y posando para tomarse fotos dentro de la caja de la Barbie o frente a los muchos posters de Barbie en la plaza. Ya había visto la publicidad de la película en Australia después de la conferencia en que estuve hace unas semanas. Por ejemplo, en una de las plazas comerciales a las que fui buscando algo de comer después de otro día caminando por Sydney, vi un grupo de chicas y chicos haciendo lo mismo frente a un restaurante totalmente decorado de rosado y con la publicidad de Barbie.

Cuando vi al grupo de adolescentes que les menciono, me sonreí porque como socióloga que soy siempre me llaman la atención las celebraciones y actividades grupales. En ese momento, pensé, como pensaron muchas de las personas que conozco, que Barbie sería una película superficial más destinada a generar millones y millones de dólares dándole a la gente lo que quiere ver. Sin embargo, cuando la fui a ver por primera vez con mi mejor amiga supe lo equivocada que estaba. En ese momento, nos dimos cuenta de que Barbie no es sólo un fenómeno mercadológico y de masas. También tiene un mensaje feminista que resuena porque nos muestra lo mucho que necesitamos cambiar como sociedad.

Y no digo que el contenido feminista de la película es la razón por la que van a ver Barbie los millones de personas que lo están haciendo en todo el mundo. Tampoco digo que, siendo como es, un producto de Hollywood no tenga como objetivo principal generar lo más posible en recaudación. De hecho, su salida conjunta con la película Oppenheimer sobre el creador de la bomba atómica fue una maniobra hiper calculada para celebrar el 100 aniversario de los estudios de Warner Brothers y dio paso al fenómeno “Barbenheimer” en las redes sociales. Y ya la película lleva más de 780 millones de dólares de taquilla a nivel internacional (con todo y la insensibilidad que mostraron relajando sobre la bomba atómica en Japón) así que esa meta claramente la están logrando.

Pero lo que no sabíamos quienes subestimamos Barbie antes de irla a ver y probablemente no saben quienes van por su glamour rosado, es que la película es también una crítica feminista del mundo en el que vivimos. A mí incluso me recordó otros filmes recientes protagonizadas por mujeres poderosas como The Woman King (La Mujer Rey), la segunda versión de Black Panther (La Pantera Negra) y la primera de La Mujer Maravilla. ¿Por qué? Porque usando la sociedad imaginaria de las Barbies (“Barbieland”) y el descubrimiento de Ken de que los hombres son los que mandan en nuestro mundo, nos muestra lo absurdo que es vivir en sociedades a imagen y semejanza de solo un grupo de la población (porque ni siquiera es a imagen de todos los hombres sino de los hombres blancos, ricos y heterosexuales).

No les quiero dar muchos detalles para no dañarles la experiencia si no han ido todavía, pero Barbieland es básicamente nuestro mundo al revés. Las Barbies son las que priorizan sus carreras profesionales, las que dominan todas las instituciones (cuando la Barbie llega a la vida real y ve la valla de un concurso de belleza dice “ah mira, ¡nuestra Suprema Corte de Justicia!”) y las que ven las relaciones de pareja con los Ken como algo secundario. Más aún, como dice el nombre, toda Barbieland está hecha como el mundo de las Barbies en base a sus gustos y sus aspiraciones y los Kens son ciudadanos de segunda categoría que compiten entre ellos por la atención de ellas.

Barbieland es un universo tan hiper femenino que hasta la descripción de la película en Wikipedia lo define como un matriarcado. En realidad el matriarcado no es la versión contraria del patriarcado y por eso muchas personas expertas ni siquiera usan ese concepto. Como aprendí con una de mis estudiantes, aunque las mujeres tengan el control de ciertos recursos y la familia se defina por la línea materna, los hombres no necesariamente son discriminados ni tienen peor calidad de vida como pasa con las mujeres en el patriarcado en que vivimos. Eso fue lo que descubrió haciendo su trabajo final sobre los matriarcados que todavía existen en Juchitán (México) y las etnias Mosuo (China) y Khasi (India). Por el contrario, en la película a las Barbies ni se les ocurre preguntarse cómo se sienten ni qué opinan los Kens de forma parecida a como todavía actúan muchos hombres con las mujeres hoy. Como nos recordó hace unos días una figura pública de nuestro país, todavía muchos hombres no solo creen que saben lo que quieren y necesitan TODAS las mujeres sino que, además, presumen de que no hacen ninguna de las tareas (como fregar) que erróneamente asumen que es solo responsabilidad de ellas.

Y eso es precisamente lo que el famoso monólogo de Gloria, el personaje de América Ferrera en la película, nos invita a cuestionar y a cuestionarnos. ¿Por qué seguimos creyendo la fantasía de que tratamos igual a los hombres y a las mujeres cuando todavía el mundo está hecho a imagen y semejanza de ellos? ¿Por qué todavía a las mujeres les hacemos exigencias totalmente imposibles y contradictorias? ¿Por qué nos fijamos más en el impacto que Shakira tiene en sus hijos con sus acciones que en el impacto de las acciones de Piqué? ¿Por qué la violación es culpa de la mujer por salir con una falda corta y no del violador? ¿Por qué tantos hombres pueden recitar de memoria las estadísticas de su equipo favorito y averiguan solitos todo lo que necesitan para cuidar su carro pero llaman a sus esposas para que les recuerden lo que falta del supermercado o porque “no entienden” la lavadora?

Si van, como fui yo, a ver Barbie más de una vez, encontrarán más formas sutiles en que la película critica esta doble moral con que constantemente tratamos a los hombres y las mujeres. De hecho, me recordaron cómo usamos esta doble moral hasta con las mujeres más poderosas en la política y los negocios. Hasta a ellas (que muchas veces se creen protegidas por sus recursos, sus cargos o su color de piel) se les chantajea con eso de que “deben ser siempre extraordinarias pero de alguna manera siempre lo están haciendo mal”. ¿O ustedes creen que Hilary Clinton, la persona candidata con más preparación y experiencia en la historia de EEUU, no tenía ganas de decirle a Trump las cosas que le dijo Biden después en los debates presidenciales? No podía hacerlo. Si lo hacía la habrían catalogado de “histérica” mientras que Biden, otro hombre blanco y mayor de edad, simplemente estaba siendo “asertivo”.

Podemos ver este doble estándar hasta en la forma en que mucha gente juzga la reacción entusiasta de muchas mujeres ante la película. Varios estudios muestran que como sociedad ridiculizamos las actividades en que participan más las mujeres. Por el contrario, las actividades en que participan mayoritariamente los hombres como los deportes o el cuidado y mantenimiento de carros no solo no son objeto de burla sino que con frecuencia se ven como la norma. (La WNBA es la NBA “de las mujeres” y por eso genera mucho menos interés. Las jugadoras de fútbol del equipo de EEUU hasta el otro día ganaban mucho menos que los jugadores a pesar de ser mucho más exitosas).

El poder de las mujeres siempre es causa de sospecha. Se les exige más. Se les pide que solo participen cuando tengan suficientes méritos (y muchas lamentablemente se lo creen de tanto oírlo) mientras que educamos a los hombres para que participen, levanten la mano y se postulen para el trabajo o para el cargo siempre asumiendo que tienen el derecho y la capacidad. Hasta con la forma de vestir se las descalifica y se las presiona. Si actúan siguiendo los estereotipos asociados con lo femenino no se les toma en serio por “girly” (niñitas). Pero también se las condena si no le prestan atención a la moda o cometen el pecado capital de ponerse la misma ropa más de una vez. (Un político canadiense hizo ver este patrón poniéndose el mismo traje hasta que lo descubriera la prensa y ¡tardaron 15 meses en hacerlo!). Quizás, como dijo mi amigo Marcos Barinas, Barbie nos recuerda que “ser girly” puede ser “un acto político”. Quizás también necesitamos aprender a dejar de tenerle miedo al poder de las mujeres.