Después que el premio sale es muy fácil calcular los sueños. Así suele decir el saber popular. Pero en este caso no se trata de sacar las cuentas que mucha gente podría pensar. El objetivo es aprender algunas lecciones, lo que suele ser beneficioso independientemente del balance final.
Como suele ocurrir en las campañas, en la realizada de cara a los dos procesos vividos por la sociedad dominicana en este año para la renovación de autoridades a nivel del Gobierno Central, el Congreso y los Ayuntamientos, hay mucho para aprender.
Hasta ahora, desde la óptica de Participación Ciudadana, destacan aspectos como avance significativo en la organización de las elecciones, los debates entre aspirantes, uso de nuevas tecnologías para difusión, mayor participación de jóvenes y mujeres. Y también el contrapeso de aspectos como los altos costos y el uso de la publicidad gubernamental, y las acciones de algunos grupos por restar crédito a las instituciones electorales.
A ello sería muy útil sumar dos elementos: uno relacionado con los debates, de los que se dice que no incidieron en la decisión del electorado, y otro con el uso de la desinformación como herramienta de campaña.
Ante lo primero hace falta preguntar: ¿pesa más el entretenimiento que las ideas en las decisiones de nuestra ciudadanía? De ser así, ¿cómo lograr calidad en nuestra democracia? Y si se asume calidad como “satisfacción de requerimientos”, ¿la clave estará en darle lo que la gente quiera, aunque le haga mal? ¿Es esa la mejor ruta para lograr desarrollo?
Debe ser por ello que este prestigioso intelectual estadounidense hace un planteamiento que debería provocar pavor: “Los moderados liberales sostienen que los demás deberían ser libres e independientes, pero no libres de elegir en direcciones que consideran imprudentes o contrarias a sus (de los liberales, no de los demás) intereses” (Chomsky, 2017).
Como sabemos, aunque de cara a las elecciones abunden las expresiones sobre el derecho y el deber ciudadano de votar, el acto cívico que representa asumir ese compromiso ciudadano, entre otras, lo real es que el ejercicio democrático debe ir mucho más allá del voto que se emite cada cuatro años.
“Cuando se piensa en la calidad de la democracia, las instituciones conforman una de las variables sobre las que es preciso incidir para mejorar los productos democráticos” (Martínez, 2004). Y lo real es que el respeto por las instituciones es lo que menos cuenta cuando campean el transfuguismo y múltiples manifestaciones de gente que a todas luces está “buscándose lo suyo”.
Visto así son muchas las oportunidades de mejora que tenemos de cara a avanzar en calidad de la democracia dominicana. Por supuesto, a menos que se aspire a lo que describe este estudioso: “a medida que el Estado pierde la capacidad de controlar a la población por la fuerza, los sectores privilegiados deben hallar otros métodos para garantizar que la plebe sea eliminada de la escena pública” (Chomsky, 2017).
Y en cuanto al uso de la desinformación, ¿qué pasará por la mente de quien usa la mentira, aunque le dure poco? ¿Confiará en que “la gente olvida rápido”? Y quien descubre la mentira, ¿qué actitud asume ante quien la usa? ¿Hasta cuándo es sostenible ese juego? ¿Hacia dónde conduce? ¿De verdad creen que así se logra mejorar nuestra democracia y nuestra sociedad?
Con gente entretenida y desviada de lo esencial, creyendo que la vida discurre en redes sociales virtuales y siguiéndole la corriente a quien haga más ruido, la tarea de avanzar sigue siendo pospuesta. Y lo peor es que hay quien le saca partido a eso y hasta le llama “éxito”.
Quizás haga falta caer en la cuenta de que así se extiende la vigencia de esta realidad: “un sistema de valores que sacraliza las cosas y desprecia a la gente, y el juego siniestro de la competencia y el consumo que induce a las personas a usarse entre sí y a aplastarse las unas a las otras” (Galeano, 2000).
Ojalá descubramos las virtudes de la democracia para entendernos y para evitar esta advertencia duartiana a quienes actúen injustamente: “habrán de oír y habrán de ver entonces lo que no hubieran querido oír ni ver jamás”.