En el mes de febrero de 2001 visité a Joaquín Balaguer con la finalidad de obsequiarle la novela Los bufones de Dios, de Javier Vergara, ya que en mi conversación anterior él se había referido al papa Gregorio XVII, a quien el colegio de cardenales obligó a renunciar al papado.
Recibió el regalo con una sonrisa y unas palabras de elogio para quien esto escribe. La conversación de ese día giró en torno al papa de origen francés, y su famosa encíclica que provocó divisiones en el seno de la Iglesia.
Al despedirme, me pidió con su acostumbrada amabilidad, que en la próxima visita le llevara el libro Abel Sánchez, escrito por el filósofo español Miguel de Unamuno, cuyo texto trata sobre el problema de la envidia.
–Es un mandato, Presidente,–le digo.
Días después le llevé el texto, y tan pronto lo tuvo en sus manos y acarició sus páginas, hábito que desarrolló al perder la visión, iba comentando sus pareceres sobre los resentimientos.
De pronto, detuvo el comentario y comenzó a mover la cabeza de abajo hacia arriba como si se tratara de un ejercicio mental. Tiempo después, se sumergió en una profunda meditación, mientras quien escribe permanecía allí, en absoluto silencio, tratando de adivinar qué pasaba por la mente de este hombre tan enigmático.
Hacía esfuerzos de no producir el menor ruido, pues se molestaba cuando alguien hablaba e interrumpía su narración. Un rato después me dice:
–Poeta Gerón, hay quienes me tildan de ser un hombre resentido; por el contrario, quien le habla ha sido una víctima. Usted no se imagina los difíciles momentos que padecí guardando el debido silencio en la Era de Trujillo; fui discriminado y calumniado por numerosos lisonjeros de Trujillo por negarme a participar en francachelas con el Jefe y sus comilitones. Tanto así, que hubo ocasiones en que fui víctima de la desgracia.
“En Santiago de los Caballeros, siendo muy joven, fui también discriminado por un sector de la intelectualidad; en la ciudad de Santo Domingo, por igual, por una oligarquía que me despreciaba por pertenecer a una familia de clase media”.
Hace una pausa, y aprovecho el momento para preguntarle:
–Presidente, ¿esa es una de las razones por la cual usted escribió el poema El burgués? Y me responde: “Usted es muy observador. Tiene mucha razón”.
Hace una segunda pausa y se encierra en otra profunda meditación. Lo observo fijamente, pues la silla que colocaba el general Luis María Pérez Bello obligaba al visitante a mirar a Balaguer de frente y me preguntaba: ¿Qué estará pasando por la mente del poeta Balaguer? Mi mirada se queda fija en su bata de seda color púrpura, colocada encima de su traje; luego, se traslada hacia su sombrero color gris puesto en el lugar de siempre, a la espera que me diga algo y sigue ensimismado en un prolongado silencio. Pienso. De seguro está reconstruyendo episodios, y me entusiasmé con la idea, pues siempre me sorprendía con un discurso nuevo sobre historia, literatura o política. De repente, me dice: “Mis adversarios alegan que mi resentimiento se remonta a mi juventud cuando escribí el prólogo de Tebaida lírica”.
Entonces pasa a explicarme las razones que lo llevaron a escribir el citado texto:
En plena Intervención Norteamericana, con apenas 18 años de edad, comencé a participar en reuniones políticas y en mítines donde solía exponer mis ideas en contra de la presencia de marines en mi país; también participaba en una tertulia que se celebraba todos los viernes en el bufete de abogados “Jafe Hernández”, donde se reunía un selecto grupo de intelectuales, escritores, políticos y periodistas en el citado bufete de abogados y si la memoria no me falla en ella participaban Rafael Estrella Ureña, Ramón Emilio Jiménez, Pablo Paulino, Rafael F. Bonnelly, César Tolentino Rojas y Agustín Acevedo entre otros.
Y una tarde, al llegar a la puerta del lugar, escuché cuando Rafael F. Bonnelly les decía a los reunidos allí:
–En esta tertulia solo deben participar los intelectuales santiaguenses con calidad literaria.
Obviamente, entendí que se refería a mi persona pues el único que no era de la ciudad de Santiago era este humilde servidor. Aunque participé ese viernes en la tarde en el encuentro, no emití ningún comentario; todo el tiempo me mantuve callado y, al finalizar el mismo, me despedí muy cordialmente de todos y cada uno de los presentes allí y jamás volví a participar en esa ni en otras tertulias literarias.
“Días después, en horas de la tarde, mientras caminaba por la calle 16 de Agosto, dos marines me detuvieron y me llevaron a la Fortaleza San Luis, y me dejaron detenido acusado de pronunciar discursos en contra de la Intervención Americana. Durante los 14 días que tuve detenido, comencé a escribir el poemario Tebaida lírica, donde puse, no lo niego, mi enfado contra algunos intelectuales de la ciudad de Santiago de los Caballeros”, acota Balaguer.
Pocos historiadores, intelectuales, escritores y políticos desconocen este dato que damos aquí, como primicia, y aquellos interesados en saber si la información es cierta, están en el derecho de investigarlo. Una tarde, mientras caminaba en el Parque Mirador en compañía del eminente cardiólogo Rafael Pichardo, él trajo a colación el relato y afirmó que cuando Balaguer fue llevado en calidad de preso a la Fortaleza San Luis, su padre, se encontraba detenido en el lugar por otras causas y fue quien le contó siendo muy joven de la detención de Balaguer, pues ambas familias -Pichardo-Balaguer, vivían apenas a unas cuadras en la calle Barranca, que desemboca en el lugar denominado “Nibaje”.
Cuenta Balaguer que sus diferencias personales con Rafael F. Bonnelly fueron evidentes, y que se acrecentaron aún más cuando en el año 1978, el segundo publicó un artículo en El Nacional, donde afirmaba que el primero no había escrito el Manifiesto del 23 Febrero de 1930.
Señala que a aun cuando Rafael Estrella Ureña y el doctor Jafet Hernández los reconcilió, el doctor Rafael F. Bonelly, siguió alimentando el aguijón del resentimiento, el cual no disimulaba en reuniones que sostenían con frecuencia en la Era de Trujillo.
Sostiene Balaguer que se sorprendió con la publicación de marras porque, hasta donde él tenía conocimiento, el Dr. Rafael F. Bonnelly no poseía talento, y que durante el ejercicio como abogado en Santiago no hay un caso que se pueda considerar de importancia, y durante sus desempeños en la administración pública como secretario de Interior y Policía, de Trabajo, de Educación, procurador general de la República, rector de la Universidad de Santo Domingo, secretario de Estado de la Presidencia y presidente de la República durante el Consejo de Estado en 1962, no dio señales de ser un profesional brillante.
Sin embargo, Balaguer le reconoce capacidad en redactar largos y tediosos informes en la Era de Trujillo. Explica que sus artículos y los discursos que pronunciaba eran de la autoría de Oscar Antonio Robles Toledano, conocido con el seudónimo de P.R. Thompson, que, según Balaguer, era dueño de una inteligencia excelente y fue el pensador más connotado en su tiempo dentro de la Iglesia católica. Acota Balaguer que Robles Toledano tenía una oficina en el bufé de abogados de Rafael F. Fonnelly, y señala que fue Robles Toledano, en realidad, el que escribió el artículo en que Bonelly lo ataca.