El día 16 de diciembre de 2001 fui a llevar al presidente Joaquín Balaguer  el libro Contra el felipismo. Crónicas de una década, del autor español Federico Jiménez Losantos. Consideró la obra como el mejor regalo que le habían hecho en esos días, porque, según me manifestó, había leído un día donde se atacaba sin consideración a Felipe González por presuntos actos de corrupción.

De inmediato, la conversación giró en torno al libro, llegando a considerar que Felipe González, quien fungió por muchos años como presidente del Partido Socialista Obrero Español, no merecía un trato tan implacable, porque según Balaguer, González había sacado a España del atraso político y económico en que se mantuvo durante décadas y sus gobiernos le habían dado personalidad moral a nivel internacional.

En la conversación se refirió a la función del poder y lo complejo que resulta la mayoría de las veces para que un gobernante no salga estigmatizado por los propios a quienes sirvió. Cuando se asume el poder, el que lo recibe debe saber que debe pagar un precio muy alto al detentarlo. En este caso, la fuerza del destino juega un papel preponderante.

–Lo triste del caso –manifiesta Balaguer– es que estando dentro del poder se le considera a uno como un dios y hay gobernantes -no fue mi caso- que se sitúan en dimensiones inimaginables y no perciben que todo poder es efímero, y que estar fuera del mismo es radicalmente distinto y, por tales razones, debe ser humilde y gobernar para su pueblo y no de manera particular o para grupos. Por lo regular, la mayoría de los gobernantes pasan por el tamiz del olvido y las ingratitudes”.

En ese contexto, dice Balaguer:

“¿Quiénes recuerdan a Pedro Santana, Buenaventura Báez y a Ulises Heureaux, que no sea, el primero, por los fusilamientos del patricio Francisco del Rosario Sánchez, Antonio Duvergé, la heroína María Trinidad Sánchez y José Joaquín Puello; el segundo, por su ambición desmedida demostrada por los cuantiosos empréstitos para recibir comisiones y lo mismo que Ulises Heureaux por los crímenes y los empréstitos para obtener también jugosas comisiones?”.

Los hay, sin embargo, que en la historia tienen una importancia mucho mayor que los señalados. “Evidentemente -expresa Balaguer- en esa logia no me inscribo. Nunca me he visto en ese prisma, tal vez porque no soy digno de la redondez de la comprensión de aquellos que me pintan de monstruo político”.

Agrega:

“Mientras Espaillat solo permanece cinco meses en la dirección de los destinos públicos, Santana y Buenaventura Báez se turnan en el poder durante el largo período de diez y siete años que transcurre entre el trabucazo del 27 de febrero y la proclama del 18 de marzo de 1861 en que se anunció la reincorporación a España. En tanto que el período presidencial de Meriño y de Francisco Gregorio Billini solo abarca un lapso de menos de tres años. Heureaux impone al país su voluntad cesárea durante casi un cuarto de siglo. La historia ha vuelto a repetirse en 1963: el primer gobierno nacido de la voluntad popular en los últimos cuarenta años fue sustituido, apenas siete meses después de inaugurado, por otro de origen cuartelario”.

“Por demás -indica Balaguer- nunca pertenecí a ningún grupo elitista ni oligárquico.  No me arrepiento de ello porque, al final, la muerte nos mide a todos por igual, y el traje de la humildad es el que se entalla más a mi manera de vivir y me ha permitido actuar sin poses y genuflexiones. Mis adversarios apuestan a mi olvido; otros, en cambio, conscientes de que no ambiciono gloria pasajera ni dinero, entienden que pertenezco a los presidentes incomprendidos. Me inscribo a esta consideración porque la misma no está contaminada ni condicionada a efectos doctrinarios y propugna, paradójicamente, por el rechazo al lujo. Estoy satisfecho con mi humilde vida pues nunca he esperado nada de nadie, vivo del trabajo que realizo para la república. Pero sí, estoy agradecido de aquellos que me apoyan sin solicitarles adhesiones políticas ni nada por el estilo”.

Aprovecho la oportunidad y le pregunto:

–Presidente, con todo respeto, y ¿por qué deja usted fuera del listado a Trujillo?

Y me responde:

— ¡Ah, Trujillo!, este ser extraordinario hay que verlo como lo máximo por la forma eficaz con que dirigió el poder por más de treinta años y cómo convirtió este país en un verdadero Estado dominicano!

Por otra parte, señaló que “se sentía como un buen dominicano y eso le bastaba; por considerar que este país tiene la bendición de vivir en paz y mantiene una fe ciega -añadimos nosotros- por lo que nunca claudicará ante su destino ni clamará ante los aventureros del dinero extranjero pues tiene recursos humanos, agrícolas y mineros abundantes y la clave de su desarrollo está en que no se rinde ante el trabajo”.

“Y, en fin, los dominicanos en sus comportamientos y actitudes demuestran    una excepcional fortaleza porque siempre superan cualquier dificultad que se les presente y no ponen en riesgo la libertad que disfrutan. Parecería que somos jactanciosos al hablar en estos términos, esto es, que somos vanidosos. Nada de eso. Lo que quiero significar es que en el alma de cada dominicano yace el ser modesto y honroso que ama a su país con demasía”, expresa.

“Si pudiera reencarnar -me dice- usted puede estar seguro que sería dominicano, y el mismo que ´viste y calza´. En la actualidad, rechazo la vanidad y hago todos los días lo posible para que mi tarea al frente de la Administración Pública no sea intranscendente. Sé que mucha gente dice que soy un enfermo del poder y tienen razón porque es una enfermedad que cura los males del país”.

“En este caso, añade, este humilde servidor se incorpora a ese conglomerado como elemento importante de la historia y cuyo ámbito existencial encierra la eficacia del bien—precisó– en todas sus expresiones”.

Cándido Gerón en Acento.com.do