El huracán Fiona, cuyo paso por la República Dominicana ha dejado ciudadanos fallecidos, centenares de personas desplazadas, miles de personas sin servicios de electricidad, pérdidas materiales y daños al ecosistema de nuestro país activa una empatía inmediata.

En la sociedad dominicana se crean espacios de solidaridad donde miles de dominicanos contribuyen con las personas víctimas de las catástrofes naturales proporcionando ropa, alimentos y diferentes tipos de bienes.

Estos momentos de urgencia no deben hacernos perder el horizonte ético de que el móvil de las muestras de solidaridad debe ser la centralidad de la persona y no un sentimentalismo paternalista. ¿Cuál es el problema de que sea esta emoción la intención de la ayuda? El sentimiento paternalista denigra a la persona ayudada, percibida como un sujeto de lástima. Si dicha afección parece no incurrir en la instrumentalización de la persona, como acontece con la perspectiva instrumentalista del político que busca obtener capital político con sus asistencias, no tiene como fin a la persona, pues la desvaloriza, la cosifica. A la vez, el sentimiento paternalista tiende a dos problemas: el emotivismo y su transitoriedad.

El emotivismo tiende a la volatilidad y a la endogamia. Una de las derivaciones más peligrosas de esta última es el sentimiento tribal de querer ayudar solo a los de mi grupo, a aquellos por los que tengo sentimientos de afectividad o a mediatizar la ayuda sobre la base de prejuicios negativos identitarios.

El otro problema es el de la transitoriedad propia de nuestra época donde todas nuestras prácticas parecen conformar la escena de un programa de telerrealidad y resulta “interesante” durante breves fracciones de tiempo hasta que nos aburren y pasamos a otras actividades que llaman nuestra atención. Esta actitud dificulta abordar el problema desde un punto de vista estructural y   centrarse en la dignidad de las personas, sosteniendo el propósito ético del servicio humanitario más allá de las coyunturas.

En este sentido, no toda ayuda humanitaria es legítima desde el punto de vista ético. El fundamento de la legitimidad descansa sobre el respeto a la dignidad de la persona, el reconocimiento del valor intrínseco que poseen todos los seres humanos independientemente de sus identidades y de sus circunstancias.