Sí, ayer pisé sin querer, muy, muy, sin querer, tres caracoles en mi diaria caminata vespertino-nocturna del parque de Las Praderas. Y me sentí -y aún me siento- muy mal por ello pues les tengo mucha simpatía por estos pequeños animalitos.

Hacía solo unas pocas horas que había llovido y esos gasterópodos invertebrados (¡fui a un colegio de pago!) después de estar encerrados con llave en su redondos caparazones por un buen tiempo de sequía comenzaron a salir a divertirse, a jugar al tenis, a compartir un teteo de hiervas entre colegas de especie, a pasear con sus parejas sin importarle eso los cuernos pues son hermafroditas (¡fui a un colegio de pago!).

Dado que ya era de noche, la escasa iluminación del lugar, lo irregular del camino lleno de hoyos y totumas además de lo oscuro de un asfalto gastado, no los vi. El primero me di cuenta que lo pisé al oír un aterrador ¡crashhh! y me dio un escalofrío solo de pensar que un monstruo ocho mil veces más pesado había destrozado su casa y su cuerpo, y así minutos después el segundo crashhh y ya cerca de mí casa se produjo el tercer crahsss, y tuve la mala sensación en ese momento de ser todo un caracolicida que había producido casi un holocaustocaracolicidio.

Siempre que llueve trato de ver bien el camino para no pisar a mis admirados caracoles e incluso cuando los diviso en medio del camino los aparto hacia las orillas para que no sean atropellados por otros caminantes, y cuando voy con mis nietos les inculco al costumbre de ponerlos a salvo y respetar la vida de los animales, por chiquitos que sean, pero esta vez no hubo suerte, la oscuridad fue como una daga traicionera de teatro. Lo crean o no a cada uno le pedí perdón por acabar con su existencia.

El caracol es un ser muy curioso al que admiro mucho por su suave y ondulada forma alargada, sus antenas móviles, su caparazón enroscado que les sirve de hogar sin pagar dolorosos alquileres o hipotecas, sus colores de graciosas filigranas simétricas, y tamaños diversos y, cómo no, por su forma tan peculiar de moverse.

Toda una maravilla en pequeño ser de la naturaleza, aunque un amigo mío me comentó una vez que estaba muy enojado porque para insultarlo le dijeron que era un caracol ¿Y por qué te molestó? le pregunté y la respuesta fue devastadora: ¡Porque son vegetarianos, son babosos, son rastreros, son lentos, son cornudos y además creen que la casa que llevan encima es suya! De tan vejatorio y largo el insulto casi suena a chiste.

De pequeños, los muchachos cogíamos los caracoles y les cantábamos ¨Caracol, col, col, saca los cuernos y ponte al sol¨ entonces les tocábamos las antenas, ellos se encogían y ¡a casa que hay que protegerse de esos bandidos menudos llamados niños!

De mayor la cosa cambió y me los comía -y aún me los como cuando hay ocasión- con muchísimo placer pues un plato tan popular como exquisito, los franceses son débiles con este manjar, sus famosos ¨escargots¨ son un plato reconocido a nivel internacional y hasta los exportan vivos y enlatados,

Y a los catalanes nos gustan por igual o más, en nuestra bella provincia de Lleida se cocinan de muchas formas riquísimas todas, hay docenas de restaurantes especializados que los sirven por raciones de un centenar cada una a discreción de los clientes, y el secreto de su sabor está en las salsas con que se aderezan pues su carne es poca y su sabor no muy definido.

Con salsas de alioli o romescu son sencillamente fabulosos. La demanda ha crecido de tal manera que en España se ha prohibido la recolección del caracol silvestre para ventas en restaurantes para evitar su exterminio y debido a ello se han creado granjas que los producen por decenas millares, observarlos caminar de bebés es todo un espectáculo, chiquitos, iguales, parece hordas mongólicas invasoras, si usted puede verlos por el You Tube no se lo pierdan, mejor que muchas películas oscarizadas.

En los campos el caracol es considerado perjudicial pues come con avidez verduras y hortalizas causando grandes pérdidas. Las y los amantes de la jardinería en nuestro país saben bien los estragos que pueden causar entre las plantas y los combaten ¨a mano¨ o con productos especiales.

Hablando de recolección recuerdo que hace muchos años fui a visitar a un tío mío en un pueblo y lo hallé cogiendo caracoles en el huerto y cuando encontraba uno decía ¨No te preocupes, Antonio¨, y lo metía en la cubeta, cogía otro y de nuevo ¨No te preocupes Antonio¨ y a la cubeta, al poco tiempo ya tenía una cubeta repleta de Antonios despreocupados que nos los degustamos al día siguiente ¡Qué riquísimos quedaron!

Bien, ustedes dirán con toda razón que si me caen tan simpáticos estos amigos míos por qué me los como, pues les diré que también me caen bien las vacas con sus cuernecitos, sus sonoros cencerros, sus lindas pieles marrones, negras, blancas, sus bucólicos mugidos al amanecer, sus oscilantes ubres, pero aún me caen mejor en un buen churrasco tipo argentino en un campo con unos buenos compadres y unas buenas frías. Igualito me pasa con los caracoles

¡Esos Antonios son tan maravillosos!