Ayer comí clavos oxidados con sabor ácido de alma quebrada, también había entre las sobras de clips doblados y tuercas sancochadas un candado rojo cerrado a canto y cal para que no entraran los dinosaurios de tolueno, los más reputados en comer homínidos en evolución aun sin descender de los árboles. Árboles ahítos de libar tierras filtradas con sangre y lorigas de soldaos caídos en una historia reventada y que solo dan frutos del pan de la desesperanza preñada de sólidas angustias. Sobre ellos se posan pájaros de la nada de blanca negritud que alzan sus gélidas alas para cazar sus presas de ángulos de vida doblados. Las lluvias de gotas preñadas de crudas estelas de aviónica, de lágrimas ingrávidas y muertes irredentas conducen sus venenos líquidos por raíles verticales formados por serpientes de manzanas paradisíacas copulando. Gotas que se clavan en la tierra con odio de acero, con el odio visceral de los esclavos romanos atrapados en galerías de mercurio. Agaves de vientres etílicos fermentando sus suaves colores amarillos abren sus pinchudos brazos en espera de avizorar algún peregrino migratorio desbrujalado que huye su miseria a través del desierto, los agaves locuaces no tienen cuerdas vocales vegetales pero hablan en lengua esotérica entre ellos, aun sin moverse se saludan y abrazan bajo un sol abrasador, se ríen de sus desventuras propias o ajenas, y por las noches hacen sus micciones sobre esqueletos de los viajeros destinados al sin destino. Las arenas inmensas dan pocas oportunidades, aprovecharlas es un oficio, casi una obligación. No hay sirenas, no hay dragones, no hay minotauros, tampoco aves fénix resucitadoras, ni brujas de gatos y escobas voladoras, con los que se amasan mitos, fábulas y mentiras verdaderas, pero hay creencias que se fijan como raíces del Árbol de los Pastores a ochenta y ocho metros de profundidad en las secas tierras sudafricanas, y así mismo lo hacen entre las movedizas neuronas cerebrales porque el presente es chato y hay que apuntar más allá aunque sea en dianas equivocadas si queremos dar pasos de zigzag hacia adelante. Un dinosaurio de tolueno, enorme tal vez el más voluminoso y más inteligente que los otros de su especie untándose una crema resbalosa de devastación psíquica ha podido entrar por el agujero donde se inserta la llave del candado y está llenando el planeta de excrementos sistólicos donde crecerá una nueva humanidad ¿Cómo volveremos a ser? ¿Mejores, perores, iguales? Si de simple y contaminada arcilla hemos venido a ser como somos, tal vez si crecemos sobre una bosta mental fertilizante acabaremos siendo mucho menos imperfectos. Es urgente, perentorio, necesario. El tiempo, si es que logra sobrevivir a la bestialidad humana, nos lo dirá.
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