Dicen que “después del palo da’o, nadie lo quita”. Esa expresión popular puede aplicarse a una muy amplia diversidad de situaciones. En este breve escrito quiero aplicarla a los efectos y las consecuencias de los mensajes.
Para explicarlo mejor me apoyo en otra expresión de sabiduría popular, esta vez con sello oriental. “En la vida hay tres cosas que no vuelven atrás: la flecha lanzada, la palabra pronunciada y la oportunidad perdida”, dicen los chinos. ¡Cuánta razón en tan pocas palabras! Sencillamente, en los tres casos, después de la acción, el efecto hace de las suyas. Pero de las tres, vamos a centrarnos en la palabra, como portadora de mensajes y de significados.
Aunque he referido dos expresiones de sabiduría bastante viejas, el tema adquiere gran relevancia en una etapa de la humanidad en la cual la velocidad a la que circulan los mensajes es cada vez más alta. He aquí una primera etapa del problema. Pues eso, unido a la inmensa cantidad de mensajes, sencillamente provoca imposibilidad para gestionarlos.
Y ante esa imposibilidad es sumamente difícil contar con el tiempo necesario para poder ponderar en cada mensaje criterios como la utilidad, la bondad y la verdad, si quisiéramos aplicar el famoso Triple filtro de Sócrates.
Eso ocurre en diversos ámbitos. Recientemente abordamos el tema en el seno de un grupo, relacionándolo con la difusión de informaciones de contenido científico. Pero también lo podemos encontrar -y pienso que en cantidad mucho mayor todavía- en los mensajes aparentemente inocentes e intrascendentes que forman parte casi de la totalidad del contenido al que los seres humanos comunes y corrientes nos exponemos cada día.
Tenemos un ejemplo que puede resultar muy ilustrativo. Me refiero a lo ocurrido en la actividad realizada el lunes por la alianza opositora Rescate RD. Recordemos que para esa actividad se creó una extraordinaria expectativa, al punto de que solo una de las plataformas que transmitieron en vivo dice haber tenido conectadas de manera simultánea más de cuatro millones de personas.
Pues con relación a esa actividad, tanto personas como medios -incluyendo algunos tradicionales y con alta incidencia- se hicieron eco de una información falsa que difundieron quizás por aquello de “dar el palo”, aunque pienso que realmente lo hicieron para “conseguir viralidad”. Y lo hicieron sin reparar en si decían lo cierto o mentían, en si edificaban o dañaban, en si informaban o deformaban. Ni siquiera midieron lo que en lo adelante podrá ocurrir con su reputación.
Y eso ocurre como si se tratara de satisfacer una necesidad fisiológica sin percatarse de ello. Incluso, solo algunos volvieron sobre sus pasos y admitieron que habían difundido una información falsa. Los demás, asumieron que “la gente no le para a eso”.
Acciones como esas, sobre todo cuando el público tiene cierto nivel de criterio, terminan deteriorando la confianza que las personas habían depositado en ese medio o en esa persona. Y esto, lógicamente, debería servir de lección para que en lo adelante se procure realizar una especie de “curado” de la información que se escoge para difundir.
Ese proceso de “curado” conecta con la lógica humana de ponderar el contenido a difundir, procurando conciliarlo con las consecuencias que tendrá. Eso, lógicamente, no es conciliable con la velocidad a la que -por ejemplo- la denominada inteligencia artificial procesa y difunde cualquier mensaje, independientemente de si tiene o no valor de verdad, de bondad o de utilidad.
Lo penoso de todo esto es que cada vez más personas pecan de incautas, solo por no tomarse el tiempo para discriminar y mucho menos para confrontar o comparar con otras versiones. No realizan ese ejercicio para acercarse a la verdad o como mecanismo para no dejarse influenciar de quienes no se toman el tiempo para ponderar.
Recordemos que hay quienes se prestan a objetivos que no solo terminan desviando de lo esencial a quienes se dejan influir, sino provocando daños que en muchos casos son irreversibles.
Es una gran pena que después de difundir determinados mensajes y reparar en lo que los mismos pueden provocar a quien los recibe, solo quede exclamar: ay, se lo tragó.