La característica de cualquier oficina pública es la entrega de un servicio público simple y estandarizado, mediante procedimientos fijos y de muy bajo riesgo. La emisión de un pasaporte o de una certificación, está a cargo de un personal con formación y experiencia promedio. Es como si se tratara de un producto enlatado.

 

En cambio, los servicios hospitalarios varían notablemente. Cada demanda es singular, sujeta a riesgos que podrían terminar con la vida. Se trata de un servicio personalizado que requiere de la atención inmediata y continua de un personal especializado, durante horas, días y hasta semanas. Se trata de un servicio personalizado.

 

No obstante estas enormes diferencias,  el oficialismo somete a ambos servicios a  procesos centralizados y burocráticos similares, degradando a los hospitales a simples oficinas públicas. De manera indistinta, en la capital se concentra: 1) el nombramiento del personal de salud; 2) la compra de los insumos y medicamentos; y 3) el mantenimiento de los equipos y de la planta física, entre otras actividades esenciales.

 

Este burocratismo obedece a la necesidad de concentrar el poder para nombrar a decenas de miles de empleados y para manejar presupuestos multimillonarios, con bastante “flexibilidad”. Tan importante es esta necesidad, que da igual que se trate de entregar un pasaporte o de prestar un servicio de salud vital.

 

En primera y última instancia, la calidad y oportunidad del cuidado de la salud depende, de la capacidad resolutiva de los hospitales y demás centros de salud. Contrario a esta lógica elemental, desde hace décadas las autoridades plantean que con el “fortaleciendo del nivel central” se garantiza el “desarrollo de la capacidad resolutiva local”.

 

Si el objetivo supremo es la calidad de la atención médica, lo lógico es que todas las funciones e instancias respondan a esa prioridad suprema. Las condiciones financieras y técnicas para la prestación de servicios médicos eficientes, determinan el rol y las funciones del Servicio Nacional de Salud (SNS), y no a la inversa.

 

Es aquí donde el interés político choca diametralmente con la necesidad de los pacientes. Mientras la calidad y oportunidad de la prestación implica el fortalecimiento de la capacidad resolutiva local, el clientelismo y el afán de lucro requieren de una alta concentración de los recursos y de las decisiones. Se desarticula la necesaria autonomía hospitalaria, para politizar y centralizar los recursos y las decisiones. Exactamente lo contrario de la práctica privada y de los centros auto administrados.

 

En el mundo real, mientras las grandes empresas se empeñan en simplificar y reducir la jerarquización administrativa, para mejorar la productividad y la eficiencia, en el sector público, se mantiene una estructura altamente verticalizada y burocratizada que, inevitablemente, reduce la gestión y capacidad local, generando frustración de los médicos y del resto del personal.

 

La falta de autonomía hospitalaria limita la calidad y genera frustraciones

 

El Dr. Melo Sarita acaba de señalar públicamente que “120 de los médicos del Hospital Provincial Ricardo Limardo, no asiste al hospital”, obligando a trabajos forzados a los otros 120 médicos dedicados. Fue tan valiente que calificó ese incumplimiento como un irrespeto y una burla. Y lo más doloroso es que esos médicos que no trabajan reciben los mismos ingresos y aumentos que los que sí lo hacen.

 

¿Cuál es la capacidad de servicio de ese hospital cuando su director carece de la autoridad para cancelar o sancionar a esos médicos “botellas? Esta denuncia demuestra que las autoridades no les han hecho caso. Este es el mejor ejemplo de cómo el clientelismo y la centralización frustran a los médicos que quieren hacer las cosas bien. Vamos a ver cuánto tiempo durará el Dr. Melo Sarita en su cargo.

 

Para proveer atención médica pública con calidad y oportunidad, tenemos que abandonar la idea de que los hospitales son simples oficinas públicas, que pueden ser manejados a control remoto desde el nivel central. La verdadera reforma del sistema público de salud tiene que partir de la base, del nivel local, para elevar su capacidad resolutiva. Como dice el refrán “no se puede construir desde el tejado”.

 

Es necesario despolitizar y desburocratizar el Servicio Nacional de Salud (SNS) para entregar servicios con calidad y oportunidad. Dotar a los hospitales de autoridad y autonomía para manejar los recursos humanos y financieros a fin de elevar la satisfacción, y reducir la privatización y el gasto de bolsillo