En plena era de la sociedad de la comunicación, República Dominicana exhibe una profunda incomprensión acerca de la pertinencia de estas modalidades en la dinámica institucional.

Profesionales de otras disciplinas, ágrafos mediáticos y hasta periodistas sabelotodo suelen gritar que estos servicios profesionales son gastos evitables en tanto drenan las finanzas de cualquier organización. Entienden que ese trabajo deben realizarlo los colaboradores internos.

Aunque ese discursito viejo provoca sórdidos aplausos de los amantes de la posverdad que viven de la bulla mediática de cada día, la afirmación de marras es errónea de cabo a rabo. Nunca estos apoyos habían sido tan necesarios como ahora. 

Los asesores y consultores están llamados a mirar el extorno e identificar situaciones que las Dir-Com no perciben en vista de su tráfago cotidiano.

Con responder a las demandas del día a día, a las direcciones de Comunicación se les van las horas. No perciben las “crisis humeantes” que preceden a la anarquía; por tanto, se ven imposibilitadas de evitar el desastre económico y, quizá, la desaparición de las organizaciones que dirigen.

Igual cumplen el rol de observar desde afuera el desenvolvimiento interno y sugerir soluciones. Y, por no estar condicionados, detectan malas prácticas que muchas veces se hacen imperceptibles por la fuerza de la costumbre.

Estas funciones son aceptadas en todos los países donde el rigor de la ciencia no es embarrado por caprichos de personas ignaras.

En RD, las causas de los ataques van desde el desconocimiento y la subestimación del lugar de la Comunicación en los procesos por parte de altos funcionarios, hasta los Dir-Com con aires de autosuficientes, pero con visiones tubulares que confunden la parte con el todo.

Es fácil manipular a los ignorantes e inocularles la maliciosa idea de que las asesorías y consultorías son “botellas”. Con esos ruidos populistas, llevan ventaja.

En esa práctica desacreditadora subyace la intención de orillar a expertos que, con pocos recursos, evitan costosas crisis de imagen.

Al final, el macabro plan consiste en justificar grandes gastos en publicidad inoportuna y su colocación sin criterio; comidas en restaurantes caros, viajes y otras actividades estériles, para luego recibir cuotas en efectivo de los beneficiarios de los privilegios.

Esa es una forma de enriquecimiento “legal” entronizada hace mucho, que ha de ser perseguida sin desmayo porque huele a prevaricación.

Debemos entender que ya pasamos las eras industrial y posindustrial. La Comunicación ahora es un eje transversal de los procesos de las empresas e instituciones. Diferente a otros tiempos, ahora hablamos del eje vital “redes conversacionales” entre colaboradores.

Y tal complejidad debe ser gestionada de manera holística por profesionales del área, para evitar la recurrente aberración de confundir procesos con actividades de comunicación montadas por intuición como fuegos de artificio para simular que se trabaja (anuncios, publicity, vallas, revistas, newletter, trípticos, banderolas, abogacías).

Las consultorías y asesorías son fundamentales para lograr objetivos y metas institucionales, y deben pagarse bien, sin miedo, porque evitan muchos ruidos y ahorran millones de pesos que, de otra forma, se irían por debajo de la mesa.

Se sabe que es mejor prevenir que remediar. Pero a muchos les gusta inducir la enfermedad para luego presentarse como médicos careros, sin importarles cuánto se erosione la imagen institucional. Es la parte subyacente de los ataques mordaces de interesados.

El Estado, comenzando por el Ejecutivo,  debe potenciar estos importantes soportes, pero sin perder de vista que tal responsabilidad nunca debería caer en manos improvisadas.

Y no reparar en crisis económicas. Éstas nunca han de ser justificación válida para no invertir en Comunicación. Todo lo contrario, en ese momento es cuando más se necesita.