El escenario de otro crimen horrendo se trasladó la semana pasada a la escuela secundaria Apalachee, en la ciudad de Winder, Georgia, enlutando a cuatro familias estadounidenses.

Dos profesores y dos estudiantes fueron las víctimas mortales, junto a nueve heridos en este nuevo incidente sangriento protagonizado por Colt Gray, joven de 14 años que disparó a mansalva contra sus compañeros de clase.

El ataque en la escuela Apalachee no será el último. Se repetirá en cualquier momento y en cualquier lugar, sin posibilidades de evitarlo.

El autor utilizó un arma automática estilo AR-15, favorita entre la mayoría de los “desquiciados” que han cometido ese tipo de salvajismo.

El presidente Joe Biden, tan pronto fue informado, ordenó que los organismos federales, funcionarios estatales y locales apoyaran a las víctimas. Otra cosa no podía hacer. Este año se han producido 385 tiroteos mortales.

Solo en el estado de Nueva York, dominado por los demócratas, se han escenificado 14 tiroteos, con saldo de 13 muertos y 65 heridos. Muy poco se ha hecho para evitarlo.

En cada uno de los ataques sangrientos con armas automáticas, las autoridades investigativas y los propios administradores de los centros escolares afectados se preguntan, muy sorprendidos, de qué manera el atacante logró ingresar al centro educativo un arma de esa categoría sin ser visto por nadie.

En las escuelas públicas y privadas de los EEUU siempre observamos un vigilante uniformado o varios profesores a la entrada principal, supervisando a todo estudiante o visitante que llega a la puerta de cualquier centro docente.

Para buscar a los responsables que inducen directa e indirectamente para que estos hechos sangrientos se manifiesten sin control en el país de las libertades, no se necesita la experticia de un detective al estilo Sherlock Holmes, personaje ficticio que surgió de las imaginaciones del escritor británico Arthur Conan Doyle, en 1887.

El problema es el derecho que tienen los estadounidenses a poseer un arma de fuego, amparado en la Segunda Enmienda de la Constitución de los EEUU, que fuera propuesta el 12 de diciembre de 1791 y ratificada tres días después.

Luego de los asesinatos del presidente John F. Kennedy, del Fiscal General Robert Kennedy y de Martin Luther King, Jr, líder defensor de los derechos civiles, se promulgó la Ley de Control de Armas imponiendo una licencia y regulación más estricta sobre la industria de armas de fuego, aun así, los delincuentes y personas no autorizadas logran obtenerlas.

La cosecha de estos amargos frutos que hoy recoge con dolor la familia estadounidense, es porque esa enmienda “Bill of Right”, no prohíbe la producción, compra y venta de armas de fuego y sus componentes.

Cada vez que se produce un hecho como el ocurrido ahora en Georgia, se enfoca como primer responsable a los fabricantes de armas y los “lobistas” de la Asociación Nacional del Rifle (NRA), de los EEUU.

Para junio de 2021, de los 650 millones de armas en posesión civil en todo el mundo, el 48% estaba en manos de ciudadanos de Estados Unidos, aseguró la agencia de noticias CNN en un informe publicado al respecto.

Y para el 2023, según el Departamento de Estado, las ventas de armas y equipos militares al exterior ascendieron a $80,900 millones de dólares.

La economía de EEUU se fortalece hoy en día de los ingresos económicos que produce la venta de armas a nivel local e internacional, por lo que no hay que sorprenderse que haya más guerras y conflictos bélicos en el mundo para que la producción no se detenga, y así mantener la alicaída economía a flote.

Otro informe de la organización suiza Small Arms Survey (SAS, por sus siglas en inglés), asegura que esta nación es la única en el mundo donde hay más armas en las calles que civiles, ya que según sus cálculos, existen 120 armas de fuego por cada 100 habitantes.

Está claro que ese negocio no lo detiene nadie, y mucho menos conociendo que la industria armamentística de EEUU invierte muchos millones de dólares en las campañas electorales para comprometer a los políticos y no promuevan o legislen leyes que puedan afectar sus intereses.

De nuevo renace la intranquilidad y el miedo, y no por lo que ya pasó, sino porque sabemos que va a volver a ocurrir y no sabemos dónde ni cuándo.