El camión lo asaltaron. Yo no tengo nada que ver, ninguno de nosotros tiene nada que ver. Nos encañonaron y nos dejaron amarrados en el suelo, nos patearon cuando estábamos en el suelo, eso es todo lo que sé. Nos dijeron que no intentáramos desamarrarnos, que ni siquiera intentáramos respirar y en eso llegaron ustedes. Llegaron los policías y nos cayeron a culatazos. Estábamos amordazados y amarrados por la espalda y nos cayeron a culatazos.
—Con el mayor respecto, mi coronel, los malvivientes estaban amarrados y tirados a un lado del camino, detrás del camión blindado… Seguro que se tiraron y se amarraron ellos mismos. Seguro que se agolpearon ellos mismos.
—Estábamos amordazados y amarrados por la espalda y nos cayeron a patadas y a culatazos…
—Le dije que se callara.
—A patadas limpias y a culatazos nos subieron a la camioneta como si fuéramos puercos y no gente.
—¿Y quién le dijo a usted que el preso es gente?
—En el piso de la camioneta nos machacaron a culatazos…
—Le dije que se callara y le dije que el preso no es gente, que lo que quiero saber es dónde está el dinero.
—Le dije que no sé nada, que soy un simple custodio, un guachimán. Que estaba cumpliendo con mi deber en el momento en que los asaltantes se nos tiraron arriba y no pudimos hacer nada, que cuando nos dimos cuenta ya estábamos encañonados, estábamos amarrados y amordazados. Es lo único que sé.
—Lo que usted sabe lo vamos a saber ahora, lo vamos a comenzar a saber al pasito, pero lo vamos a saber, le vamos a sacar todo lo que sabe. Ya verá cuántas cosas sabe.
—Pues van a tener que sacarme lo que no sé porque ya les dije que no sé nada. Solo sé que llevo tres días con las manos amarradas por detrás aquí parado sin dormir frente a esta misma pared, oyendo las mismas preguntas. No me dejan dormir ni comer ni beber agua. Dicen que no dan agua para que no me orine en los pantalones y me estoy quemando por dentro. Cada vez que me voy a dormir me despiertan de un culatazo, cada vez que me voy a caer de sueño y de cansancio el policía que está detrás me sacude el cansancio y el sueño de un culatazo. Esto es una tortura. Me estoy cayendo muerto y no me puedo caer.
—Estamos llevando a cabo una investigación. No somos torturadores. Somos investigadores.
—Al policía lo cambian cada dos horas, pero a mí me tienen despierto desde hace tres días con las manos amarradas a la espalda, pegado frente a frente a esta pared sin comer ni beber agua. Le digo que me estoy cayendo muerto y ni morirme me dejan. Me siguen dando con una tabla en las costillas y ya no me queda una que no esté rota. Creo que están astilladas y no lo aguanto el dolor. Me duele hasta la respiración.
—El dolor se le quitará cuando comience a decir lo que sabe. Ya verá como se le quita.
—Lo único que sé es que me estoy muriendo.
No va a tener esa suerte. Hasta que no suelte todo lo que tiene adentro va a seguir vivo y lo vamos a seguir apretando. Son órdenes del coronel. Piense en lo que le digo.
—Ya yo no puedo pensar, ya me duele hasta pensar. La cabeza me la rompieron a macanazos, ni siquiera me lavaron la sangre ni me cosieron las heridas. Tengo la sangre pegada a los cabellos y a los ojos, la sangre coagulada es lo que impide que me desangre. Estuve a punto de morir desangrado frente a esta misma pared donde me tienen, torturándome sin parar desde hace tres días.
—Le dije que somos miembros del cuerpo de investigación de la Policía Nacional, le dije que no somos torturadores, que somos los mejores investigadores del país y estamos haciendo una investigación y le vamos a sacar todo lo que tiene adentro. Le vamos a sacar hasta el mondongo. Haga memoria. No se me haga el pendejo y dígame dónde está el dinero para que lo podamos repartir entre los dos.
—Más pendejo sería si supiera dónde está el dinero y no dijera nada y siguiera aguantando esta tortura. Me están volviendo loco.
—Le repito que aquí no se tortura, aquí no se tortura a nadie, somos investigadores de la Policía Nacional. Ya se lo he dicho en buena forma. ¿Está usted sordo, recluso?
—Me golpearon en las orejas con las palmas de las manos, me reventaron un oído, ya solo oigo por un lado. Por el otro solo escucho un zumbido que no se cansa de zumbar. Lo único que quiero es morirme Solo quiero morirme y no me dejan..
—Ya va para largo el interrogatorio, mi coronel. Parece que no saben nada, pero usted me dijo que siguiera apretando. En realidad parece que son inocentes, mi coronel, le hemos dado con todo y no sueltan nada.
—Denles con la macana por los riñones, un buen golpe a cada lado, hasta que se doblen del dolor. Se van pasar la noche orinando sangre. La noche y muchos días. Y les va servir de recordatorio.
—Mejor que acaben de matarme de una vez. Los golpes en los riñones ya me tienen orinando sangre, la poca sangre que me han dejado.
—No sueltan nada, señor, no saben nada. Ya están más muertos que vivos
—Levántenles un expediente y mándenlos a La Victoria para que los presos terminen de machacarlos. Ahora la justicia se hará cargo de ellos, pero apriétenlos todavía un poco más por si acaso.
—De tanto doler ya comienzan a no dolerme los dolores. Lo peor es el zumbido que tengo en el oído. Las costillas que me rompieron y los riñones que me machacaron no se sienten. Lo que yo quiero es morirme.
—Ya le dije que por ahora no va a tener esa suerte. Ahora lo vamos a poner en manos de la justicia.
—El camión lo asaltaron. Yo no tengo nada que ver, ninguno de nosotros tiene nada que ver, nos encañonaron y nos dejaron amarrados y nos patearon en el suelo, eso es todo lo que sé. Nos dijeron que no intentáramos desamarrarnos, que ni siquiera intentáramos respirar y en eso llegaron ustedes. Llegaron los policías y nos cayeron a culatazos. Estábamos amarrados por la espalda y amordazados y nos cayeron a culatazos. A mi compañero le sacaron un ojo de un culatazo y se le está infectando. Ya tiene el ojo brotado, lo tiene como podrido por la infección. Óiganlo cómo grita…!No lo oye…! ¡Pero es que nadie lo oye…!