Al cumplirse el primer aniversario del violento asalto al Capitolio por una horda de rufianes seguidores del expresidente Donald Trump, en uno de los momentos mas solemnes de la vida institucional de cualquier nación, la de la certificación de las elecciones y posterior transición de mando; Estados Unidos todavía enfrenta muchos dilemas en torno al porvenir de la institucionalidad de su sistema político y su liderazgo en el concierto de las naciones democráticas.

Una primera observación que sorprende es la endeble institucionalidad del aparato político estadounidense. Meses después de lo ocurrido, senadores  y congresistas republicanos, cuyas vidas se vieron amenazadas por el furor de la multitud enardecida aquel día, permanecen atemorizados por el expresidente Trump  y sus seguidores y se niegan apoyar la convocatoria de una comisión bipartidista que investigue los hechos. ¿Cómo una nación que hasta el momento ha invertido trillones de dólares en una guerra en contra del terrorismo en el exterior, no fue capaz de controlar una turba compuesta mayormente por terroristas de raza blanca locales? El voto no pudo lograrse a pesar del cabildeo de diversos grupos que favorecían una investigación exhaustiva.

En los meses posteriores, los fiscales han identificado miembros activos de la uniformada, como también a oficiales en retiro de la policía y otras ramas quienes participaron en la insurrección. Aun así, hoy por hoy docenas de oficiales electos en el Congreso todavía persisten en defender el discurso trillado del Trump de que las elecciones del 2020 les fueron robadas.

Por demás, resulta execrable la actitud asumida por el presidente electo Joe Biden quien primeramente esperó varias horas antes de pronunciarse ante los sucesos y, al hacerlo, en horas de la tarde, en un hecho sin precedente en la historia, invitó a Trump a que se pronunciara ante las cámaras de televisión. En dicha ocasión, Biden dijo “nuestra democracia está bajo un asalto sin precedente” para luego declarar “Por lo tanto, llamo al presidente Trump ante la televisión nacional, ahora, cumplir con su juramento y defender la Constitución y demandar fin a este cerco”. Tal abjecta genuflexión por parte de un mandatario electo, a nuestro juicio, no tiene precedente en la historia moderna.

Asimismo, existe una creciente impaciencia por parte de la ciudadanía ante el ritmo de las investigaciones. Mismas que se han concentrado en los individuos arrestados en la turba (unos 700 al momento), pero que todavía no alcanzan a los altos funcionarios, asesores, consejeros y cercanos colaboradores del expresidente, incluyéndolo a él mismo y varios legisladores a nivel federal. Quizás el lector recuerde que a pesar de los disturbios, 147 legisladores federales votaron en contra de la certificación de los resultados electorales.

De igual manera, los actos causados en el Capitolio por la enardecida turba pusieron de relieve una vez más en la agenda pública el efecto narcótico en las multitudes de las teorías conspirativas. Desde el lanzamiento de su candidatura en el 2015, Trump supo utilizar la propensión del norteamericano hacia dichas creencias. Recordemos cómo, desde el inicio de su campaña, Trump diseminó con mucho éxito la idea de que el expresidente Obama no era en realidad norteamericano puesto que su acta de nacimiento era fraudulenta.   Desde ahí una oleada de estudios y análisis publicados han acordado en el apetito histórico del público estadounidense por tales creencias apócrifas. Mismas que en muchos casos han desencadenado en actos de violencia como los ocurridos el 6 de enero del 2020. El hasta hoy desconocido QAnon fue clave en la violencia de este día. Todavía existe el temor a que un grueso de los seguidores de Trump pudiesen repetir dichas acciones en un futuro. De hecho, el think tank The American Enterprise Institute reveló en una de sus encuestas hace un tiempo que 4 de 10 republicanos opinaba que la violencia política pudiera ser necesaria en algún momento.

Tal fue el nivel de alarma a nivel internacional que el conocido periodista Bob Woodward, en su libro Riesgo (2021), indicó que el jefe del Estado Mayor norteamericano, general Mark Miller, en una llamada telefónica de emergencia a su contraparte chino, general Li Zuocheng, del Ejército de Liberación de la República China, le aseguró que las cosas estaban bajo control en Norteamérica mientras la plana mayor de las fuerzas armadas chinas pusieron en alerta a sus fuerzas armadas. Otro tanto hicieron las fuerzas armadas de Irán y Rusia.

Irónicamente, el expresidente Jimmy Carter, fundador del Centro Carter, mismo que ha encabezado decenas de misiones de observación en elecciones alrededor del mundo, se haya pronunciado en un artículo de opinión, en el New York Times, indicando que “ahora temo que eso por lo que tanto hemos luchado para lograr a nivel global, el derecho a elecciones libres e imparciales, no obstaculizadas por políticos autócratas que buscan nada más que hacer crecer su propio poder, se haya vuelto peligrosamente frágil en casa”

Sin la acción tenaz, por parte de la actual administración y el concurso de la población y demás estamentos de la sociedad norteamericana comprometidos en fortalecer la democracia sin banderías políticas, la nación continuará arriesgando su institucionalidad y estará a merced de un explosivo conflicto cívico militar que pudiese devenir en el surgimiento de un régimen fascista en la nación que todavía se ve a sí misma como el faro más refulgente de democracia y libertad y mejor esperanza del mundo libre.