Los periódicos están llenos de las buenas intenciones que proclaman los políticos en sus discursos, diseñados para atraer votos y captar la atención de los ciudadanos menos favorecidos, quienes constituyen la gran mayoría en nuestros países pobres. Sin embargo, lo que realmente no se observa son las acciones concretas para cumplir con esas promesas y materializar las "buenas intenciones" que intentan mostrar.
A pesar de que nuestra economía ha registrado un crecimiento sistemático, el desarrollo y la inclusión social no han alcanzado a beneficiar por igual a las grandes mayorías. La pobreza y la desigualdad son palpables en los cuerpos, la salud y la educación de nuestros hombres y mujeres humildes, tanto de quienes están desempleados como de aquellos que trabajan en las labores más mal pagadas. Entre ellos se encuentran los obreros que sirven en los cabildos municipales, así como los empleados de instituciones como la Corporación de Acueductos y otras entidades públicas y privadas.
Es desgarrador presenciar cómo los trabajadores de nuestros ayuntamientos recogen los desechos de todos nosotros en condiciones deplorables. Los camiones son destartalados y sucios, pero lo más indignante es el estado de los propios trabajadores: sin guantes, sin mascarillas y vestidos con harapos. Mientras tanto, los recursos se malgastan en banalidades como la distribución de bonos, canastas y fiestas que, paradójicamente, estas personas nunca disfrutan.
Más desoladora aún es su realidad personal: salarios miserables, acceso limitado a servicios públicos esenciales como salud y educación, y una alimentación deficiente. Muchos no pueden costear una consulta con un dentista o un profesional de la salud que les ayude a conservar su bienestar. Esto evidencia la urgente necesidad de que los departamentos de recursos humanos, si es que existen, implementen programas que alivien la carga de trabajar en condiciones tan precarias.
Resulta desgarrador escuchar sus historias sobre cómo son explotados por sus propias autoridades, por los dirigentes de cooperativas (cuando existen) o por prestamistas que les cobran intereses de hasta un 20% mensual. Todo esto ocurre sin programas concretos que les permitan solventar sus necesidades, las cuales, con buena voluntad, podrían tener soluciones colectivas.
Es imperativo que los departamentos de recursos humanos presten mayor atención a las necesidades de los empleados y obreros que ocupan la base de la pirámide social. Se necesitan iniciativas innovadoras que les ofrezcan una vida más digna, además de mejorar las condiciones y herramientas para desempeñar sus labores. Solo así podremos garantizar un entorno más justo y eficiente que beneficie tanto a estos trabajadores como a la ciudadanía a la que sirven.