Ciudadano de excepción por sus admirables virtudes humanas, patrióticas e intelectuales, el nombre de Arturo Napoleón Álvarez Peña merece perdurar con caracteres imborrables en el recuerdo y admiración del pueblo dominicano.
El destacado periodista Julio César Martínez, que le trató tan de cerca, llegó a afirmar: “Arturo Napoleón Álvarez fue uno de los dominicanos extraordinarios de estas últimas décadas”. De ahí la indeclinable responsabilidad de que su noble trayectoria de bien patrio sea conocida por las presentes y futuras generaciones.
1.- Vicisitudes en su primera infancia y su decidida vocación por el estudio.
Vino a la luz este notable dominicano, en la Cruz de Marilopez, en la ciudad de Santiago de los Caballeros, un 11 de noviembre de 1903. Hijo del matrimonio conformado por Don José del Carmen Álvarez (Carmito) y Doña Tonila Peña, nobles campesinos dedicados al cultivo la tierra, queridos por su nobleza y bondad.
En busca de mejores condiciones para labrar la tierra, los padres de Napoleón se trasladaron al Mamey, en la Provincia de la Vega y, posteriormente, a Yaroa, en Puerto Plata, donde se dedicaron al cultivo del café y del cacao y otros frutos tradicionales. Entre tanto, Napoleón permanecería en Marilópez, al cuidado de sus tíos Don Chicho Domínguez y Doña Chucha Peña.
Luchando desde su más tierna infancia contra la adversidad, no cejó Napoleón un solo instante en su empeño de cultivar el intelecto y convertirse en profesional. Era proverbial su devota consagración al estudio de sus lecciones, hasta tal punto que sus vecinos llegaron a exclamar: “¡El hijo de Tonila no duerme!”, dado que siempre se le escuchaba estudiar en voz alta, germen de su reconocida capacidad oratoria.
Entre los profesores que tuvieron en su enseñanza influjo decisivo, recordaría Napoleón con especial nostalgia a la distinguida educadora Doña Rosa Smester. Así lo confesaría en misiva enviada a su hermana Andreita Álvarez Peña de Jiménez: “entre esos inolvidables educadores dominicanos, se me agiganta cada día más con los años, la vieja Doña Rosa Smester. Tal vez la personalidad educacional que mayor influencia ha alcanzado en mi vida”.
2.- Rebelde ante las injusticias desde su más temprana edad.
Los desmanes y las injusticias siempre tuvieron de frente a Arturo Napoleón Álvarez. Se estrenó muy temprano en el combate contra ellas, cuando siendo apenas un estudiante de bachillerato, debió enfrentarse a los atropellos del inspector de carreteras y el inspector de instrucción pública de Puerto Plata, quienes extorsionaban a los campesinos hasta hacerles triplicar el impuesto de las cédulas de camino. Denunciaría los casos ante el entonces Director del periódico La Información, Rafael César Tolentino, hasta lograr que aquellos funcionarios corruptos desistieran de tan censurable práctica.
Como muchos jóvenes de su época, formó parte de la juventud adscrita al partido republicano, bajo el liderazgo atrayente del entonces fogoso político y orador Rafael Estrella Ureña. Desde aquella trinchera, combatió la primera ocupación militar norteamericana y los aprestos continuistas de Horacio Vásquez.
Quienes le conocieron lo describen como un hombre alto, delgado, fuerte, de acerado rostro. De verbo fluido e inagotable. Era de carácter rectilíneo, irreductible, insobornable ante las lujurias del poder. A decir de Julio César Martínez: “era extraordinario en su ira. En su enojo. En su insòlita capacidad de disgusto”, apreciación que bien matizaría otro entrañable amigo de Arturo Napoleón, el Doctor Sócrates Barinas Coiscou, al afirmar:
“Era extraordinario por su sana pasión por las cosas de la patria; por su entrañable amor a las instituciones jurídicas que conformaron su espíritu… Arturo Napoleón Álvarez era un Quijote de la pasión, pero pasión consciente, siempre lanza en ristre contra los molinos de viento de las injusticias”.
Ya en 1923, hubo de enfrentarse a la censura y anatemas de los interventores yanquis, al publicar sendos artículos en el periódico La Información, en los que fustigaba la pasividad de sus conciudadanos ante aquella ignominia. Así se expresaría en el primero de los referidos artículos, publicado el 14 de abril de 1923:
“Ya no oigo la calurosa prédica de días pasados. Hace algún tiempo que vengo notando que el pueblo calla paulatinamente sus dolores; ya no oigo la prensa delatando sin mesura la iniquidad ni a los oradores en su prédica ardorosa de patriotismo.
Nuestros niños en ambiente de esclavitud, y lo ignoran, caminan por una tierra avasallada y creen hacerlo por una tierra libre. Es preciso que recordemos al pueblo, cada vez con más empeño, que sobre nosotros pesa la ignominia, que nos envuelven entre sus redes las tinieblas, y que es preciso, ya que no pudimos evitarlas, tratar al menos de deshacernos de ellas”.
Y culminaba: “no hay que desalentarse, no hay que desistir de la empresa que forzadamente hemos de realizar. No olvides pueblo que: cuando se acomete se empieza a vencer y con la vacilación cobarde comienza la derrota”.
Semanas después, en el mismo periódico, específicamente el 16 de mayo de 1923, se dirigía en otro resonante artículo a la mujer dominicana, en que le exhortaba, con viva indignación a no ceder ante ningún halago proveniente de los soldados interventores, como forma de protesta:
“Una mujer que se precie de dominicana debe no corresponder jamás con una sonrisa al requiebro de un yanqui, por lo contrario, debe sentirse herida en su dignidad de mujer ultrajada en su honor como individuo.
En mi concepto, el amor que un yanqui pueda ofrecerle a una mujer no podría pasar de ser la ironía de un insulto. Eso sería como hablarle de amor el lobo a la oveja, o el gavilán a la gallina”.
Después de tan duras recriminaciones a los interventores, debió ocultarse en las lomas de Yaroa, a fines de evadir la persecución de que sería objeto.
3.- El penalista de renombre que enfrentó los desmanes de la tiranía.
En el año de 1928, venciendo indecibles penurias gracias a su carácter estoico, obtuvo Arturo Napoleón el título de Licenciado en derecho. Tras graduarse, instaló bufete en la calle El Conde junto a los también juristas Quirico Elpidio Pérez y Víctor Puesán.
Ya desde entonces, comenzó a rutilar su estrella como uno de nuestros grandes penalistas. Como afirmara al respecto Don Vetilio Alfau Durán: “su actuación en el foro nacional fue breve, pero brillante, como el paso de un meteoro, dejando esplendorosa estela”.
Entre las causas que le hicieron ganar celebridad, se recuerda su extraordinaria participación como abogado penalista tras el sonado crimen en que perdió la vida el acaudalado comerciante Carlos Alberto Read, ocurrido el 27 de febrero de 1929, pero un hecho especialmente doloroso, vendría a agigantar la admiración y el respeto de sus conciudadanos hacia la figura de Arturo Napoleón Álvarez.
El 1 de julio de 1930, la conciencia nacional fue sacudida con la noticia del horrible y alevoso crimen en que perdieron la vida el destacado político e intelectual santiagués Virgilio Martínez Reyna y su esposa Altagracia Almánzar, ya en avanzado estado de gestación. Fue el horripilante crimen de “La Matas”, por referencia al lugar en que se llevara a cabo, en el Municipio de San José de Las Matas, donde se había radicado la pareja, ya que Virgilio padecía de una delicada enfermedad pulmonar y se le había recomendado el aire fresco de los pinares
Era “Vox Populi” que se trataba, a todas luces, de un horrendo asesinato político. Martínez Reyna era uno de los más prominentes políticos del horacismo y eran públicas sus desavenencias con el tirano en ciernes.
Después del golpe artero del 23 de febrero de 1930, era bien sabido cuàles manos mecían la cuna del poder, aunque era Estrella Ureña quien lo ocupaba de forma transitoria. Las manos del tristemente célebre general José Estrella, tío de Estrella Ureña, estaban detrás del crimen, por lo que en la opinión pública reinaba profundo escepticismo en torno a las posibilidades de su esclarecimiento.
Fue entonces, cuando se alzó la voz firme, elocuente y responsable del Lic. Arturo Napoleón Álvarez, quien en célebre carta pública del 8 de julio de 1930 se dirige a Estrella Ureña, ofreciendo sus servicios para esclarecer el hecho si le otorgaban las facultades necesarias.
Expresaba en ella, entre otras cosas:
“Al ofrecérmele, cumplo con mis sentimientos de santiaguero y de hombre. Para los hombres de Santiago no es un galardón que se pueda decir, con apariencia de verdad, que allí da lo mismo deshojar una rosa que asesinar una mujer.
De público se dice que hay peligros en poner claro los autores de esta carnicería. A mí el peligro no me arredra cuando se trata del cumplimiento de un deber. Demasiado sé que no soy inmortal. No sería ser hombre ponerse a temblar por temor a perder la vida, cuando el país tiene a la vista como una provocación a todas sus iras, el vientre sangrante de una mujer en cinta, sacrificada a balazos en su propio aposento, sobre las mismas sábanas del tálamo nupcial!
Este horrible asesinato constituye un grosero insulto a la Sociedad de Santiago, una profanación a todos los hogares, un ultraje a todas las mujeres, y una grave ofensa a la misma ¡maternidad!
Cuando Juana de Arco fue quemada viva, uno de los oficiales ingleses, conmovido, se presentó a su jefe diciéndole con lágrimas en los ojos: «Estamos perdidos, hemos quemado una santa». Ahora yo le digo a usted como ciudadano y como amigo: «El Gobierno se derrumba, si no rompe la Esfinge que guarda el terrible secreto del asesinato de Altagracia Almánzar.»
Tras su carta pública, fue sometido a un asedio inmisericorde. Se vio precisado a comparecer ante el Juez de Instrucción de la Segunda Circunscripción del Distrito Judicial de Santiago, José de Jesús Álvarez, a quien se le encargaría la instrucción del proceso. Luego vendría la carta de Estrella Ureña, pocos días después, no sin cierta dosis de cinismo, pidiéndole indicar cuáles eran las facultades que precisaba. Arturo Napoleón Álvarez le solicitó audiencia al respecto, sin que conste que la misma le fuera concedida.
Ironías de la historia, tanto Rafael Estrella Ureña como su tío José, serían juzgados por el caso Martínez Reyna, en 1940, ya ambos en desgracia y humillados por Trujillo.
4.- El duro camino del exilio.
No pocos sinsabores sufriría Arturo Napoleón Álvarez en los años iniciales de la dictadura trujillista, pero, como afirmara Vetilio Alfau Durán, “…ni las amenazas pavorosas, ni los corruptores halagos, hicieron vacilar al joven abogado”.
Escribiría al mismo Trujillo una célebre carta al comenzar su primer mandato, en fecha 2 de septiembre de 1930. En la misma le expresaba:
“Si Ud. no reacciona pronto los falsos amigos lo van a tumbar.
En más de un sector del país, la Justicia es un escándalo. Aumenta sin cesar la ola de descontentos. Amigos del gobierno exprésanse con indignación respecto de la moralidad que presiden los asuntos judiciales. He presenciado cosas horribles. Jueces desfachatados semejando prostitutas enlutadas. Fiscales en estrados como una barrica de aguardiente. La tarjeta corruptora en acción.
“… Un país sin justicia es un edificio en ruinas. Donde la justicia marcha mal, nada puede marchar bien”.
El 15 de abril de 1933, en carta pública, mostró su opinión disidente a la reelección de Trujillo, en ocasión de la encuesta que a tales fines prohijara el Dr. José Enrique Aybar.
Por no avenirse con los métodos dictatoriales, guardó prisión en las inmundas ergástulas de Nigua, donde estuvo al borde la muerte, hasta que un 17 de septiembre de 1937, emprendió el largo y tortuoso camino del exilio.
Tras divorciarse de su primera esposa, Doña Dulce Gautier, Arturo Napoleón Álvarez contrajo nupcias con la dama montecristeña Josefina Hidalgo Justo, destacada educadora en Venezuela, con quien procreó a sus hijas Toni y Yurubí.
En Venezuela, tuvo activa participación en la lucha de los exiliados contra la tiranía. Militó en la Unión Patriótica Dominicana (UPA) y en el Bloque Unitario de Liberación Dominicana (BULD).
Mantuvo en todo tiempo su actitud firme e incorruptible. Vivía vida austera, con los modestos ingresos que le generaba un inmueble que pudo adquirir como fruto de los honorarios de abogado. Impartía docencia gratuita y repartía con generosidad admirable sus conocimientos a todos aquellos que lo necesitaban, granjeándose el respeto y la alta estima de muchos venezolanos.
Si llegó a tener diferencias con algunos miembros del exilio, fue con aquellos que se prevalecieron de tal condición para vivir vida holgada. Esos los conocía muy bien, cuando afirmaba:
“Viven mucho mejor aquí que en Santo Domingo. Esos no vuelven a Santo Domingo y no es verdad que quieren que Trujillo se caiga, pues de ese modo tendrán que volver aunque sea de visita”.
Siempre mantuvo el alto su dignidad patriótica. Así escribía a su hermana:
“Pero yo, personalmente no me aflijo, sino que, por el contrario, me robustezco en la más firme resolución de luchar hasta la muerte para que nuestros hijos y las generaciones que vendrán, vivan con dignidad y contento en un mundo mejor”.
Y a Julio César Martínez le daría el siguiente consejo, tras llegar exiliado a Venezuela:
“No se deje seducir por la gloria ni por el dinero, compatriota. Aquí se ha perdido mucha gente por esa obsesión. No se enamore de las ganancias. Muchos se han olvidado de todo por ganar más. Usted tiene un compromiso. Cúmplalo! “.
Conforme revelara Don Ángel Miolán, debido a su gran estatura intelectual, a Arturo Napoleón Álvarez, le fue encomendada la alta responsabilidad de dirigir el “Seminario latinoamericano de estudios sociológicos Eugenio María de Hostos”. Se impartía en el mismo lugar donde por muchos funcionaria el BRUC, el edificio Plaza- esquina de La Pelota y Avenida Urdaneta).
Allí, afirmaría Miolán: “la palabra incendiaria- transida de luz y de coraje- de Arturo Napoleón Álvarez, estremecía constamente no sólo al auditorio, sino también las estructuras mismas de concreto, del edificio que cobijaba estas organizaciones”.
Miolàn, que también le conocería a profundidad, retrató con agudeza la personalidad de este gran dominicano. Era “brillante e impredecible, de difícil carácter y de rotundas actitudes”. Entero, áspero, iconoclasta.”
Tras la caída de Trujillo, continuaría siempre vigilante del devenir de nuestra patria, sus angustias y sus vicisitudes.
Tras el derrocamiento de Bosch y el ascenso al poder del gobierno ilegítimo del Triunvirato, escribe una carta al Listín Diario, el 4 de enero de 1964, en la que expresaba:
“La República Dominicana…, ahogada nuevamente en sangre de su mejor juventud en todo el país, sabrá agradecer la heroica ejemplaridad de ese periódico del que fui abogado defensor en momentos luctuosos de su historia y vuelvo a ponerme ahora incondicionalmente a sus órdenes en cuanto pudiere serles útil. Con Simón Bolívar inmortal no queda más remedio para Latinoamérica que repetir: “moral y luces son nuestras primeras necesidades”.
Otro duro golpe, de los tantos que sufrió a lo largo de su duro batallar existencial, le correspondió sufrir a Arturo Napoleón Álvarez ya en las postrimerías de su existencia. El 1 de septiembre de 1971 caía asesinado en la ciudad de Santiago, víctima de la represión de entonces, su hermano Jesús María Álvarez (Boyoyo).
En llamada realizada al Listín Diario manifestaría su protesta ante tan horrendo crimen:
“Con indignación y lágrimas responsabilizo Gobierno dominicano por monstruoso asesinato de Jesús María Álvarez, alias Boyoyo. Reclamaré justicia o venganza inexorable, porque Álvarez y Peña no permitiremos que asesinen a nuestra familia impunemente. Pobre nuestro país! ”.
Ya en los años postreros de su existencia, alentó la posibilidad de retornar a su patria. Realizó consultas sobre tal posibilidad a amigos y familiares. Pero le iba minando la enfermedad, que sufriría con entereza y discreción admirable. Rindió su última batalla el sábado 22 de mayo de 1976.
Ni siquiera en las horas finales de su existencia, decaería su cívica entereza. En su lecho de enfermo, repetiría una frase de Machado, que retrata de cuerpo entero su carácter adusto y su rectilíneo patriotismo: “Los señoritos nombran la patria a cada instante y a cada instante la venden; en cambio, el pueblo la compra con su sangre”.
Y es que como afirmara Don Vetilio Alfau Durán:
“El nombre de Arturo Napoleón Álvarez se levantó muy alto en aquellos días sin lumbre. Por eso no podrá ser olvidado mientras existan hombres libres en la tierra en que se meció su cuna.”.
Nota: Al momento en que se escriben las presentes líneas, el autor ignora si viven aún en Venezuela las hijas de Don Arturo Napoleón Álvarez así como datos relativos a su descendencia. Es un deber indagarlo. El pueblo dominicano está en deuda con Arturo Napoleón Álvarez, a quien no se le han rendido los honores de que se hizo acreedor por su trayectoria sin par.
Fuentes consultadas.
1.- Martínez, Julio César. Arturo Napoleón Álvarez. Una psicología de la ira. Revista Renovación. 14 de junio de 1977.
2.- Miolán, Ángel. Arturo Napoleón Álvarez. Última Hora, abril 1984.
3.- Periódicos La Información y el Listín Diario.
4.- Trayectoria. Esbozo biográfico basado en documentos del brillante abogado y político Arturo Napoleón Álvarez. Segunda edición. Santo Domingo, RD, marzo de 1980. Notas de Cipriano Álvarez y Víctor R. Brito S.