El caso dominicano, tras la abrupta eliminación del tirano la noche del 30 de mayo de 1961, supuso para el presidente Kennedy y las instancias de poder norteamericano, un complejo y singular desafío, en un intrincado contexto internacional y regional signado por la bipolaridad estratégica de la guerra fría, enfrentamiento que tuvo en la volátil y candente subregión caribeña inéditas expresiones, y que se hizo aún más álgido, tras el ascenso de Fidel Castro al poder el 1 de enero de 1959.
El lineamiento fundamental de política exterior norteamericana para el caso dominicano, tras la caída de Trujillo, se condensó en aquella fórmula, que conforme la versión de Arthur Schlessinger, expresara el Presidente Kennedy el mismo día en que visitando a De Gaulle recibe la noticia de la liquidación del tirano, al afirmar: “hay tres posibilidades que son por este orden de preferencia: un régimen democrático honrado, una continuación del régimen de Trujillo, y un régimen castrista. Debemos apuntar a la primera posibilidad, pero realmente no podemos renunciar a la segunda hasta que no estemos seguros de que podemos evitar la tercera”.
Un puertorriqueño ilustre, abogado, historiador, diplomático y académico, Don Arturo Morales Carrión, mesurado, competente y discreto, sería una figura clave en aquellos días finales de 1961, en que la República Dominicana se debatía entre la agitación y la incertidumbre, en plena eclosión de la efervescencia social y política, represada durante treinta y un años por la mano de hierro del régimen trujillista.
1.- El contexto de la participación de Don Arturo Morales Carrión en el caso dominicano.
Gracias a la valiosa entrevista que realizara a Don Arturo, en Puerto Rico, en abril de 1989, el mismo año de su fallecimiento, el destacado periodista e historiador Miguel Guerrero, publicada inicialmente en El Caribe, en dicha fecha y posteriormente en su interesante libro “Enero de 1962: el despertar dominicano”, se conocieron entonces inéditas revelaciones sobre su papel discreto y efectivo en aquellos días finales de 1961, papel por el cual el periódico “ El Imparcial”, de Puerto Rico, le calificaría, no sin acierto, como “ el guionista de la transición” dominicana.
Posteriormente, un interesante libro, editado por el destacado académico y hombre de Estado puertorriqueño Héctor Luis Acevedo, titulado “Arturo Morales Carrión, dimensiones del gran diplomático puertorriqueño”, presentado en el Ministerio de Relaciones Exteriores, en enero 2013, por el consagrado historiador Frank Moya Pons, también gran amigo de Don Arturo, aportaría nuevas y valiosas dimensiones sobre la prolífica trayectoria de este hijo ilustre de Puerto Rico y el Caribe.
No era Don Arturo, ni mucho menos, con 48 años entonces, un improvisado en los problemas latinoamericanos y caribeños a finales de 1961. Cuando en el primer trimestre de 1961 fue designado por Kennedy, a sugerencia de Muñoz Marín, Secretario Auxiliar Adjunto para Asuntos Latinoamericanos en el Departamento de Estado, además de historiador y académico de vocación, le precedían en su haber ocho años de intensa labor como Subsecretario de Estado de Muñoz, ocasión que le permitió conocer a profundidad todo el liderazgo y los procesos históricos de Latinoamérica y el Caribe de aquellos años.
Fue Don Arturo, junto con otro puertorriqueño ilustre, Don Teodoro Moscoso, uno de los principales arquitectos de la Alianza para el Progreso, herramienta clave de su accionar exterior que Kennedy procuró implementar en la región, y que tras la respuesta a acuciantes problemas sociales, procuraba hacer avanzar la democracia en momentos en que era notoria la posibilidad de que, de no conjurarse la entronización de regímenes dictatoriales, se acentuara en la región el ascenso de gobiernos de factura revolucionaria a ejemplo de lo ocurrido con la revolución cubana.
¿Cómo maniobrar en aquellos momentos decisivos, para que, conforme a su línea de Política Exterior, la República Dominicana no pendulara, por un lado hacia un gobierno de corte militarista o, en cambio, hacia un régimen de izquierda?
Kennedy estaba sumamente al tanto de lo que ocurría en la República Dominicana, pues en aquellos meses envió en misión privada a un destacado escritor, John Bartlow Martin, posteriormente Embajador en el país, quien tras concluir su misión secreta le entregaría un informe de 115 páginas, que a decir de Schlessinger, Kennedy leería completo una tarde mientras escuchaba una retransmisión de los juegos de las series mundiales.
En aquel informe, Bartlow Martín informaría a Kennedy que Balaguer estaba procurando realizar un esfuerzo honesto por encausar el país hacia derroteros democráticos, al punto de que el gobernante norteamericano exclamara en una reunión, hacia agosto de 1961: “Balaguer es nuestro único instrumento. Los liberales anticomunistas no son lo suficientemente fuertes. Debemos emplear nuestra influencia para hacer que Balaguer tome la senda de la democracia”.
No obstante, en los círculos de poder norteamericano, no existía, ni mucho menos, un parecer unánime en torno a lo que convenía hacer entonces en la República Dominicana, con el propósito de preservar sus intereses.
Lo anterior se puso en evidencia en una reunión celebrada en la Sala de Gabinete, por aquellos días, entre el Presidente Kennedy y su equipo, a fines de analizar el caso dominicano. Allí tomaron la palabra, conforme la versión de Schlessinger, desde quienes despreciaban una posible salida democrática en la República Dominicana hasta quienes se refirieron despectivamente a “la lucha de facciones”, para denominar las fuerzas opositoras, a tan punto que el entonces Fiscal General pasò a Schelissenger una nota manuscrita en la que le expresaba, refiriéndose a la situación que imperaba en nuestro país: “Esto es tan malo como la ciudad de Nueva York”.
La “ sobria elocuencia” de Don Arturo se dejaría sentir en aquella tensa reunión, para expresar, no sin mostrar aflicción por los comentarios que entendió impropios y en parte despectivos hacia nuestro país, su autorizado parecer en torno a la conducta de Política Exterior que entendía debía seguirse en aquellas horas hacia el caso dominicano:
“La oposición democrática, es la que representa la única posibilidad de establecer un gobierno democrático en la República Dominicana. Estos hombres son los mismos que los que han conseguido una democracia efectiva en Puerto Rico y Venezuela. Desde luego, no están demasiado disciplinados por el momento. Durante mucho tiempo han vivido bajo la tiranía. Ahora acaba de renacer la vida política y no siempre está bajo control. Pero debemos comprenderles, comprender su posición y sus esperanzas. De lo contrario perderemos toda posibilidad de llevar la democracia a la República Dominicana”.
Coincidía plenamente en este punto con el parecer de Kennedy, quien temía que de tomar los militares el poder, inclinarían más rápidamente la balanza hacia un régimen de factura izquierdista, y quien al respecto afirmaría: “Esta es la situación con las que nos las habemos en este momento, y por eso es por lo que tenemos que conseguir un modus vivendi entre todas las fuerzas dispuestas a comprometerse con la democracia, en vez de dejarlas que se desgarren entre sí y permitir la entrada de la extrema derecha o a la extrema izquierda. El problema consiguiente es en encontrar a alguien que simbolice el futuro para la isla”.
¿Pero quién era ese alguien? La situación se fue enrareciendo, pues Ramfis Trujillo, tras arreciar el clima de agitación, llegó al convencimiento de que su proyecto de suceder a su padre ajusticiado, carecía en el momento de viabilidad, pero decidido a preservar su poder, y tras decidir ausentarse del país, articula el fallido golpe de Estado, alentado con el retorno de sus tíos, estrategía con la cual procuraba dar un golpe mortal, de factura militar, no sólo a Balaguer, sino también a sus opositores políticos (especialmente Unión Cívica y 14 de Junio).
El general Rodríguez Echavarría asumiría el liderazgo militar del contragolpe contra los Trujillo aquel 19 de noviembre de 1961, prevalecido de la presencia en el placer de los estudios de las unidades navales norteamericanas. Con el contragolpe, Balaguer legitima su poder momentáneamente, pero crecen las tensiones entre trujillistas y antitrujillistas, tornándose cada vez más imposible la posibilidad de la avenencia, especialmente tras la postura de Unión Cívica Nacional, quienes cifraban la posibilidad de alcanzar el poder en su antitrujillismo radical.
Es en medio de un barril de pólvora que arriba al pais Don Arturo Morales Carrión, aquel 23 de noviembre de 1961, en vuelo comercial desde San Juan, Puerto Rico, procurando acercar sectores y pareceres encontrados en medio del caos reinante.
John Calvin Hill, Cónsul General de los Estados Unidos, y máxima representación norteamericana en el país, tras la ruptura de relaciones diplomáticas de los Estados Unidos y todo el sistema interamericano con Trujillo, en agosto de 1960, no tenía entendimiento con los militares- y más aún, tenía instrucciones de no tenerlo.
El momento era sumamente delicado, dado que uno de los principales escollos que había advertido el Pentágono- y así lo haría saber al Departamento de Estado-, era que el poder acumulado por el general Rodríguez Echavarría, erigido como Secretario de Estado de las Fuerzas Armadas, tras liderar militarmente el contragolpe del 19 de noviembre de 1961, se había convertido en un serio obstáculo al entendimiento entre Balaguer y los cívicos y, por ende, a la búsqueda de direccionar por cauces democratizadores el proceso de transición, conforme el guión de la administración Kennedy.
A fines de contribuir a solventar dicho impasse, mientras Morales Carrión y Calvin Hill, cada uno por separado, procuraban el entendimiento político al más alto nivel entre los diferentes grupos, un probado agregado naval, Bevin Cass, de la Infantería de Marina, veterano de la segunda guerra mundial y de la guerra de Corea, arribaba al país el 10 de diciembre de 1961 con el propósito de calibrar las pretensiones de los militares dominicanos y, especialmente, de Rodríguez Echavarría. Sustituía en la posición al Teniente Coronel Edward Simmons.
Por diferentes motivos, que no es posible en este espacio explicar detalladamente, la misión de Cass no rendiría enteramente los frutos esperados, mientras las tensiones iban en aumento. Unión Cívica, desoyendo los consejos de Morales Carrión, convoca y financia la huelga general de diciembre de 1961 al tiempo que los sectores de izquierda arreciaban sus ataques, como se hizo manifiesto en los ataques de jóvenes radicales, los días 12 y 13 de diciembre al Cónsul Hill averiando su automóvil y destrozando ventanas.
Morales Carrión continuaría imperturbable en su misión; ponderaría con los diferentes grupos variados argumentos para procurar avanzar una salida negociada a la crisis, entre ellos la posibilidad de que se perdiera la cuota azucarera, un golpe económico que representaría para la República Dominicana 325,000 toneladas, dado que aún estaban vigentes las sanciones a las que estaba sometido el pais, tras el atentado de Trujillo a Betancourt en junio de 1960.
Intensas consultas entre representantes de Balaguer, la Unión Cívica y la jerarquía de la Iglesia Católica continuarían el 14 de diciembre, pero la intervención decisiva de Kennedy, jugaría papel de principalía para desatascar la crisis y avanzar en la fórmula política que imprimió un punto de inflexión al proceso de transición.
Aprovechando la presencia de Kennedy, como huésped de Fortaleza, el palacio de gobierno de Puerto Rico, camino de su viaje a Venezuela y Colombia, vuelan el 15 de diciembre a San Juan Morales Carrión y Calvin Hill en un avión de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, encontrándose allí, entre otros, con Muñoz Marín, Bob Woodward, responsable de las relaciones interamericanas, en el Departamento de Estado y Dick Goodwin, que era ayudante de Kennedy.
Kennedy, en la ocasión, aprueba la fórmula presentada por Morales Carrión para conformar el Consejo de Estado, al tiempo que acepta firmar sendas cartas a Balaguer y Rodríguez Echavarría en las cuáles les exhortaba a prestar su concurso en la salida a la crisis política.
Aquella fórmula propuesta no era producto de la improvisación. Morales Carrión la había estudiado previamente, dado que con sus particulares matices, se había empleado en Venezuela, en el año 1957, en procura de organizar la transición política tras la caída de Marcos Pérez Jiménez.
Morales Carrión retornaría al país al día siguiente y el 17 de diciembre de 1961, Balaguer anunciaría al país los detalles del acuerdo político arribado.
El complejo acuerdo, comportaría la promesa de los Estados Unidos, de secundar la moción que ya en la OEA había presentado la delegación guatemalteca, referida al levantamiento de las sanciones contra la República Dominicana, al tiempo que el e levantamiento de las sanciones, decisiones que fueron adoptadas apenas iniciado el Consejo de Estado, a partir del 1 de enero de 1962.
El 17 de diciembre de 1961, partiría de retorno Morales Carrión hacia Washington, después de permanecer 24 dias en el vórtice de la tormenta dominicana entre finales de noviembre y mediados de diciembre de 1961. Nunca buscaría protagonismo alguno, como lo prueba el hecho de que en aquellas horas y mucho después, hasta entrevistarle Miguel Guerrero, en abril de 1989, revelaría detalles de su misión discreta, respetuosa y persistente en aquel paréntesis tormentoso.
Siempre mantuvo incólume Don Arturo Morales Carrión sus estrechos vínculos con los diferentes sectores y personalidades dominicanas, en prueba manifiesta de su alta estima a nuestro país, exponiendo incluso su vida en la tarea, como lo prueba el hecho de que, en medio de la conflagración de 1965, cuando a petición de José Antonio Mora, viene al país a fines de negociar la neutralidad del Palacio Nacional, fue atacando dentro de su vehículo, salvando la vida milagrosamente.
A este gran hijo de Puerto Rico y el Caribe, deberemos recordarle siempre con respeto y gratitud por todos sus invaluables esfuerzos en procura de nuestro encauzamiento democrático y la búsqueda de la paz y la conciliación entre dominicanos.