Desde la infancia vamos exhibiendo una identidad inventada, que a la larga será la causa de algunos conflictos personales. Ese falso yo es conocido con el nombre de ego. Una especie de segunda identidad que nos hace difícil saber quiénes somos en realidad y de dónde vienen nuestros problemas.

Todas las interrelaciones personales: familias, amigos, parejas, trabajos, políticas…se ven sacudidas por serias dificultades, a veces grandes, o a veces pequeñas, muchas veces corriendo en un círculo, de forma recurrente. A veces, cuando una relación parece ir bien, otra empeora. Las relaciones entre las personas se convierten en una montaña rusa de altibajos, avances y retrocesos. Nunca parece que vayan a arreglarse definitivamente del todo. Siempre el mismo tipo de conflictos, así la vida se hace complicada.

Y en ese punto, hay quienes suelen decir algo así como que “las relaciones son difíciles”, cuando en verdad es quien hace esa afirmación quien es difícil. Seguramente tal vez las personas no necesiten ninguna reparación, pero si deban examinar y cuestionar sus comportamientos y creencias gobernadas por el ego. Estas no son, sin embargo, la única causa del sufrimiento o del conflicto, sino que son la espoleta que activa un dolor antiguo, un conflicto no resuelto que viene de lejos, y que ya estaba ahí.

Es alarmante la cantidad de conflictos judiciales en los que desembocan muchas relaciones de pareja, metidas en una espiral de amor-odio, pasando del todo a la nada en función de si la otra persona cubre ciertas expectativas o no. Si lo hace, la amara; si no lo hace, la odiara. Son relaciones que no tienen nada que ver con el amor real, el amor verdadero, sino con una necesidad, una carencia, un apego o incluso una adicción.

Para los especialistas en psicología, la adicción en las relaciones personales consiste en el uso de personas para cubrir un vacío o un dolor. Cuando hay dos personas en ese inseguro mundo, todo lo que siga está condenado a crear una mala experiencia: una crisis de pareja. Sin embargo, esta podría darse por buena si conduce a una mejora. Para los estudiosos en la materia, “es la oportunidad perfecta para corregir las manifestaciones del ego desde la practica en el día a día”.

El ego es una autoimagen que se basa en identificaciones tales como un nombre, una edad, un estado civil, un rol familiar, unas posesiones, una nacionalidad, un pasado, una profesión, unas creencias religiosas, un cuerpo, una educación, un sexo, unos logros y unos fracasos, la posesión de la política correcta… En fin, todos los egos en realidad son iguales para los especialistas; ya que consisten en una identificación, y por tanto solo se diferencia en la superficie, pero no en el fondo.  Para Albert Einstein “La realidad no es otra cosa que la capacidad de engañarse que tienen nuestros sentidos”.

El autoengaño tiene muchos nombres. El ego se le conoce también por autoimagen, yo construido, falso yo, o yo fabricado, pero en realidad no importa el nombre, sino darse cuenta de que se trata de una creación mental, una falsa identidad no real.   Es importante que tengamos la capacidad de detectarnos cuando esta esta en activo en nuestro cerebro.  Esto pasa cuando nos suceden cosas y queremos tener la razón a toda costa, quejarse y sentirse víctima, ser incapaz de perdonar, juzgar y etiquetar a las personas, atacar o defenderse de comportamientos, reaccionar impulsivamente, establecer diferencias donde no las hay. Por otro lado, cuando desactivamos el ego perdemos interés por discutir, competir, agredir, criticar, estar a la defensiva, juzgar… Esto no significa que seamos pasivos, sino que habremos elegido antes que nada la paz, ser humildes en toda situación, algo que solo se consigue tomando elecciones sabias y no lo contrario, reaccionando como un autómata.

El peligroso juego de vivir arropado bajo la coraza del ego consiste en crear una identidad por identificación.  Una vez creada, se buscan las diferencias con otros egos.  Cuanto mayores son las contradicciones, más grandes son los problemas potenciales que surgen del conflicto, en una estúpida cruzada por defender las supuestas diferencias.  Dice Héctor Ortiz, militante revolucionario del municipio de Esperanza, provincia Valverde: “que es una lucha inútil, pues del conflicto de egos la única consecuencia posible es el sufrimiento psicológico”. Además, indica que al ego le gusta crear un molde para si mismo y otro para aquel con el que se cruce. Si los demás se ajustan a él, los amara; en caso contrario, los odiara”.

Pero el juego preferido del que vive aforrado en la coraza del ego es tratar de cambiar a los demás, sin esforzarse por cambiarse así mismo. Un proverbio chino dice: “Es más fácil variar el curso de un rio que el carácter de una persona”. Así es, y sin embargo, una y otra vez se vive en la ilusión de hacer pasar a los demás por los guiones que hemos inventado para ellos, como si alguien pudiera saber que es lo mejor?.

Renunciar a la posesión imaginaria del constructo mental que es el ego no es sencillo. ¿Cómo desprenderse de una identidad forjada a lo largo de toda una vida? Parece como una pequeña muerte, y en realidad lo es, pero servirá para renacer a una nueva vida libre de apegos y aversiones, y por ello más feliz.