Cuando pregunté a Gustavo Olivo quien podía ayudarme con la impresión del libro Armas para dominicanos me sugirió a Isael Pérez, de Editorial Santuario. Al minuto de conocerlo agradecí el consejo. Isael es un apasionado de la actividad editorial y un santo patrón que conoce las formas más económicas para la impresión y difusión de los libros. Todo el año se lo pasa en actividades de ferias nacionales o regionales de libros, organiza grupos de lecturas y conecta autores con sus lugares de origen o crianza. Con este iremos a mi pueblo natal, Las Matas de Farfán, próximamente, y está en contacto con Ismael Pérez, presidente del Club COANCA, para un conversatorio con los amigos del barrio. Es el dínamo que necesita todo autor que para vender le falta impulso.
Ya está en Amazon. Me ayudó a colocarlo el mismo diagramador y diseñador gráfico que trabajó la versión impresa de los cien ejemplares de la edición original. Ahora puede llegar a lectores de países de todo el mundo que sufren la misma tragedia de los dominicanos: vivir donde cada día los delincuentes se multiplican como mosquitos y no tienen armas para su defensa propia porque “tienen su seguridad garantizada por la policía pública”.
En varios artículos de opinión del libro argumento que no es así. A los políticos les encanta usar la palabra garantizar cuando en realidad lo que ofrecen es una simple promesa, una funda vacía. Cuando tomas un préstamo hipotecario la garantía es la casa, si no pagas te la quitan; si no puedes pagarla, la entregas. Una póliza de seguro es una garantía de recibir un pago si ocurre el evento por el que contratas cobertura. ¿Conoce alguna víctima de atraco a mano armada, robos u homicidios que haya sido compensada porque la policía llegó con el forense o el ladrón ya había visitado tres casas de empeño, dos talleres que desguazan autos o cruzado la frontera con diez cabezas de ganado?
En cada uno de nosotros está la primera línea de defensa para preservar nuestra vida, la de nuestros familiares y de los bienes sobre los que tenemos propiedad privada. Se pagan impuestos para que una fuerza pública se especialicé en la prevención, persecución y captura de delincuentes y asesinos, pero sin eliminar el derecho natural a la defensa propia. Y hay dos simples razones.
La primera, no hay forma posible que esté presente en el segundo ante de que ocurra el evento lleve a la tumba o al hospital a un ciudadano o reduzca sustancialmente su patrimonio. Esto es algo que ni siquiera puede evitar la policía en las cárceles donde privados de libertad tienen que dormir con un ojo abierto para evitar sorpresivas violaciones, golpizas o robos de sus pocas pertenencias.
La segunda, la posesión y tenencia de armas es una de las formas más efectivas para evitar que demócratas se conviertan en dictadores o pongan el acelerador hasta el piso en su carrera hacia el socialismo destruye libertades individuales. Dictadores y demócratas nos prefieren desarmados. El primero es más honesto, no oculta sus intenciones de monopolizar la violencia en la fuerza pública para eliminar competencia y mantener un régimen generalizado de terror donde no hay oportunidades para delinquir o cuestionar sus medidas políticas o económicas. Es el “En esta casa Trujillo es el Jefe”.
Los segundos, como aquí, son bipolares. Tienen casi sesenta años venerando a civiles que fueron armados por los militares buscaban el rescate de la constitucionalidad en 1965 y, paradójicamente, apenas uno menos aferrados a una ley de armas que se redactó para rescatar de inmediato las armas de guerra en posesión de civiles y prohibir prácticamente todas las de fuego a la generalidad de la población no tiene recursos o enchufes para usarlas con fines defensivos.
El civil desarmado es uno de esos patos pequeños que salen de un lado del telón en los estantes de tiro al blanco de una feria de verano, como se ve en películas, y que con rabia de impotencia ve a delincuentes, asaltantes y asesinos cada vez más osados en sus ataques. También contempla desde las gradas el tirijala de ministros de interior y jefes de la policía, presentes y pasados, sobre quién fue mejor en el combate al crimen en un duelo de porcentajes. Algo sin sentido porque la forma de combatir al crimen es esencialmente la misma: monopolio de la fuerza pública al estilo lenteja de seguridad rogada.
El libro estaba listo para salir hace más de un año y está dedicado “A toda víctima de la violencia por delincuentes armados privada del derecho natural a defender su vida.” La privación proviene del poder político y se multiplican las víctimas por todo el mundo.
Creía que en Israel, como en Suiza, cada familia tenía un fusil para defenderse de invasores de sus hogares o de su gran nación. Sin embargo, los terroristas de Hamas llegaron a pueblos de Israel y masacraron familias enteras que no tenían nada con que defenderse. Ahora han “flexibilizado” la disposición para que se puedan defender en caso de que se repitan ataques.
En noticias “del frente local”, aquí siguen varones celosos masacrando a mujeres que solo tienen las uñas para defenderse en lucha cuerpo a cuerpo (cuando existen armas especialmente diseñadas para facilitar su defensa contra violencia de pareja o asaltantes que el gobierno prohíbe importar) y es cada vez más frecuente la modalidad de asaltar en grupos de cinco o seis motores, de manera simultánea, varios establecimientos en una calle y a todos sus clientes o transeúntes (algo solo posible por las probabilidades tan ridículamente bajas de que algunos tengan armas y pongan resistencia efectiva).
Armas para dominicanos es una propuesta “fuera del cajón” para rescatar el derecho natural a las armas en defensa propia que lleva casi un siglo secuestrado por los políticos.
Agradezco a Fausto Rosario y a Gustavo Olivo brindarme la oportunidad en este medio para comentar en esta línea por casi ya diez años.