A propósito de Radamés Martínez, su libro ahora lanzado y el público al que va dirigido, viene a colación una frase de Bertrand Russell, pensador del siglo XX, cuando dijo: “La buena vida es una vida inspirada por el amor y guiada por el conocimiento”.

Asimismo, nos evoca la ocasión cuando una persona sabia, de esas con las que afortunadamente uno se cruza en la vida, dijo más o menos la siguiente idea: La existencia humana no solo debe implicar vivir como una persona de bien en la sociedad, sino terminar bien ese tránsito que llamamos vida. De estas palabras se infiere la importancia de culminar bien nuestros pasos y dejar una huella positiva, tanto en el ámbito privado como en el público. En efecto, esto se aplica a Radamés Martínez. Quienes le conocemos, sabemos de su calidad humana puesta de manifiesto en ambos planos. Por ello, nos regocijamos de que él haya decidido cerrar un ciclo de su vida, aún plena, pasando revista a su incursión en la vida pública, siempre orientada hacia las buenas causas de la población excluida y la sociedad en su conjunto.

Asumir una mirada retrospectiva que examine sin apasionamiento el desarrollo de los pasos dados, tiene un gran valor que, en el caso de Radamés, constituye una reafirmación de coherencia con tres de los postulados que lo definen: en primer lugar, una práctica de vida orientada hacia la búsqueda de justicia y equidad, siempre de manera colectiva; en segundo lugar, la centralidad de la reflexión crítica, liberada de dogmatismos y resentimientos, en ese proceso; y, en tercer lugar, una actitud pedagógica expresada en una permanente vocación por el aprendizaje personal y social, teniendo como base la práctica. En esencia, esas son las principales cualidades que alberga la obra Apostar al Cambio Social: Reflexiones y Aprendizajes.

 De manera que en esta ocasión, Radamés nos presenta un texto de trazos autobiográficos sobre su involucramiento en diversas organizaciones con experiencias caracterizadas por el compromiso con la formación humana, entendida como parte de un contexto sociopolítico y natural amplio y complejo; asimismo, entidades promotoras de una institucionalidad democrática que genere bienestar a partir del desarrollo de políticas públicas, además de trascender las formalidades, llegando a la participación protagónica e inclusión de los sectores más desfavorecidos de la sociedad; y, sobre todo, instituciones orientadas hacia la promoción de la organización social y la búsqueda de calidad de vida para los sectores populares.

Sabemos que escribir desde la perspectiva autobiográfica es un gran desafío, más aún cuando se trata de proyectos sociales y políticos que, por su naturaleza, involucran la participación de muchas personas e intereses diversos. Sin embargo, Radamés lo asume y logra un relato en el que se evidencia un resultado fruto del discernimiento y la prudencia, sin el apasionamiento que ofusca y obnubila al ser humano. Por ello, en la lectura de esta obra no se percibe intención alguna de detractar a personas o proyectos, más bien su autor tuvo la intención de destacar los aportes y aprendizajes obtenidos de las distintas experiencias en las que fue uno de sus protagonistas, como ha sido lo habitual en su quehacer sociopolítico.

Lo anterior quiere decir que estamos ante un documento donde el autor nos presenta su mirada reflexiva y particular, sobre un ámbito de su vida que integra dos aspectos entrelazados: por una parte, la valoración sobre los proyectos y procesos sociopolíticos vividos junto a compañeros y compañeras; y, por otra parte, la propia experiencia personal en dichos procesos y lo que considera son los principales aprendizajes para él y la sociedad. Es aquí donde está el corazón de la obra en cuestión.

Así, a lo largo del texto, Radamés va compartiendo una mirada en la que parece establecer un balance de vida. Esta mirada avanza progresivamente en una línea de tiempo que tiene como punto de partida su trayectoria de acción, reflexión y aprendizaje desde la adolescencia en su comunidad natal Villa Vásquez, donde participó en los boy scauts, pasando por clubes culturales, hasta su incursión a nivel nacional como activista de partidos políticos de izquierda, su involucramiento en ONG de educación popular y, desde luego, su última etapa como gestor y promotor de políticas públicas desde las instancias centrales del Estado.

En suma, el abordaje de esta obra nos refiere a Paulo Freire cuando afirmó que “la mejor manera de pensar, es pensar en la práctica”. Precisamente, esta premisa de esencia reflexiva, que pone al propio sujeto en cuestionamiento, es la que marca el presente texto y también ha sido un atributo de su autor, ahora con mayor sosiego por la madurez que dan los años. Reflexionar sobre la práctica, generar conocimientos en diálogos con teorías y aprender de ella para mejorarla, es una cualidad no siempre lograda, porque generalmente los humanos tendemos a justificarnos, incluyendo buena parte de los que decimos pertenecer a una corriente de pensamiento crítico. Sin embargo, Radamés logra trascender esa limitación y concibe un documento bien ponderado que constituye un valioso aporte para la sociedad.

Ahora bien, un aspecto relevante del libro reseñado es su carácter ficcionado, con un buen fluir de la escritura. Además del ser humano, el ciudadano activista y pensador de la sociedad, en esta obra se proyecta un escritor. Su autor se vale de la creación de un personaje que le entrevista, para por medio de ir formulando y contestando preguntas, alcanzar su propósito reflexivo y pedagógico sobre una dimensión vital de su vida.

Sin lugar a dudas, estamos ante una obra que es el testimonio de una vida pública coherente, de alguien que ha ganado respeto y admiración. De manera que, parafraseando a Russell, se aprecia una obra inspirada desde el amor y guiada por el conocimiento, por lo que merece ser socializada y aprovechada.