La fecha correcta de la independencia dominicana es el 16 de enero de 1844 y no el 27 de febrero del mismo año. Esa tan alabada noche febrerina no sucedió nada digno de ser destacado, si comparamos el proceso separatista con la lógica y con los acontecimientos similares, militares o no, del resto de los avatares de independencia, de las demás naciones americanas.
La República Dominicana, como estado nación, surge con el Manifiesto de Independencia redactado por el escribano Don Tomás Bobadilla y Briones, cabeza pensante de los conservadores, porque, dentro de las cosas y aspectos inexplicables de la independencia o separación, sobresale el hecho de que el proceso y los momentos decisivos fueron dirigidos, desencadenados y aplicados por el ala conservadora, dentro del tablero político de la abandonada colonia española de Santo Domingo.
Otro aspecto único, es el de que contrariamente a todas las demás repúblicas americanas, nosotros no nos separamos de ninguna potencia europea, sino que, se pronuncia, primero el Haití Español, por Don José Núñez de Cáceres, en 1821, y después la separación de Haití, que era el único estado a la fecha de la proclama en el territorio de la isla de Santo Domingo. Esto no se enseña en las escuelas.
A todas luces, el sentimiento de dominicanidad, el sentido nacionalista de pertenencia, fue construido, por las clases dominantes, a partir de la negación de lo haitiano, y de todo lo factual y representativo de Haití, su iconografía, sus paradigmas, su religiosidad, entre otros aspectos no menos importantes. Por ello no se reconocen los aportes y la participación de los haitianos en la gesta restauradora, o se hace ese reconocimiento muy tímidamente. No soy haitiano, entonces soy dominicano.
El presidente Gefrard respondió: “El pueblo dominicano no le debe nada al pueblo haitiano, solo hemos cumplido con nuestro deber. Cuando la hermana pequeña está en peligro, la hermana mayor debe acudir en su ayuda”.
Establecida la República, en los procesos que comienzan con la proclama del 16 de enero y que culminaron en la constituyente del 6 de noviembre de 1844, en San Cristóbal, donde no participó ningún Trinitario, ni redactaron nada, ni firmaron el Acta Constituyente, surge entonces, al modelo alegadamente de la Constitución de 1812, en Cádiz (España), apodada como la Pepa, la primera constitución, que agrupa, describiendo la cara del nuevo estado, a todos los nacionales españoles de ultramar, llamados posteriormente dominicanos.
Ese estado, comienza su vida republicana, cohabitando desde entonces, con la República de Haití. Con quien, desde antes de ser estado, la nación dominicana no tiene registro de batalla alguna con los haitianos, ni hubo tal invasión en 1822, sino una visita de cortesía a la parte española de la Isla, por parte del presidente de Haití, Jean Pierre Boyer. Ver, Los documentos básicos de la Historia dominicana, Wenceslao Vega, página 187 y siguientes.
Siguiendo la línea de tiempo, el presidente general Pedro Santana, libertador por excelencia y forjador, con el filo de su sable, del nuevo estado, designado por la constituyente como presidente por dos periodos consecutivos sin elecciones, viaja a España, sede de la Corona española, para ponernos formalmente bajo su amparo, protección y dependencia, hecho ocurrido el 18 de marzo de 1861, después de las gestiones del padre de la patria, General Ramón Matías Mella, quien fue a España, enviado por Santana, con rango de ministro plenipotenciario, a negociar con la Reina Isabel, el contrato de la anexión a esa corona europea.
Francisco del Rosario Sánchez, también padre de la patria, utilizó sus relaciones con la clase política haitiana para lograr apoyo en contra de la corona española y su renovada presencia colonial en la parte este de la Isla de Santo Domingo. Por ello, contactó al General Fabre Geffrard, presidente de Haití, quien permitió el uso del territorio y el aporte de armas y municiones, para desde allí avanzar con el movimiento restaurador.
Después de la victoria del ejército haitiano sobre el ejército de España, el presidente Santana le escribió una misiva al presidente Geffrard, para preguntarle qué le debía el pueblo dominicano al pueblo haitiano. Lo destacable es, atendiendo a los hechos y no a la propaganda de odio, que se dio un caso único, en el que una antigua colonia, de la que se ha separado otra colonia, pero de otro imperio, ayuda a la anterior, a combatir contra una potencia europea.
El presidente Gefrard respondió: “El pueblo dominicano no le debe nada al pueblo haitiano, solo hemos cumplido con nuestro deber. Cuando la hermana pequeña está en peligro, la hermana mayor debe acudir en su ayuda”.
Por ello Haití intervino tres veces en la parte española de la isla de Santo Domingo. La primera con Toussaint Louverture, en 1801, la segunda con Jean Pierre Boyer de 1822 a 1843, en ambas no éramos república, ni dominicanos ni nada, y, en esta segunda intervencion, para expulsar a los españoles y anexar a Santo Domingo, que se convertiria, y tal vez lo fue de facto y de jure, una provincia haitiana; la tercera intervención fue la de 1863, para tambien expulsar a España y borrar la anexion santanista.
Ese amor por la libertad del pueblo haitiano llegó en 1815 hasta Simón Bolívar, con apoyo de armas muy avanzadas en esa epoca, dejadas abandonadas en Haiti por el General Louis Leclerc, cuñado de Napoleón, cuando debió huir ante el aguerrido ejército haitiano, además del ataque despiadado de las pestes tropicales. Pero también Haití aportó para la indepedencia de Grecia de Turquía, es decir del Imperio Otomano que la dominó durante más de tres siglos.