“Una especie de alucinación infinita, difusa e inverosímil puede arroparnos si no estamos preparados para acercarnos a una de las esquinas de la ciudad de Santo Domingo. Ser envueltos en una especie de encantamiento en estos espacios es más probable que el propio hecho de insertarnos en la vida de esta urbe caribeña. Y es que, en primer lugar, las esquinas de las ciudades, como las esquinas de nuestras casas, tienen algo mágico, esotérico, misterioso; algo que es no tan palpable como sustancial dentro de la natural subsistencia humana. Pero en el caso de la capital dominicana, lo fantástico, lo “real maravilloso” se impone y nos convierte en cómplices de aquello que podemos aceptar o rechazar a primera vista, algo que luego nos magulla con cierta tibieza amorosa y maternal. Más tarde, en los ratos de recogimiento, esa especie de filme profundo y conclusivo se nos revela en forma de imágenes cortadas o continuas que nos hacen recrear y hasta desear lo experimentado”.
Así comienza un texto que escribí entre 2006 y 2010. En su nacimiento lo llamé “Ventas de Semáforo”. El nombre le duró muy poco; en cuanto puse el manuscrito en manos de mi amigo Marcio Veloz Magiolo, él me dijo, con toda la autoridad que le era propia frente a mis escritos: “El título será Antropología del Semáforo”. No lo dudé jamás; el maestro es el maestro, simplemente incorporé el subtítulo.
Bajo ese título la obra ganó un premio en el concurso literario de FUNGLODE en el año 2011 y creo que el bautizo tuvo su impacto en la decisión del jurado. También el estudio, la observación constante, el diálogo largo y profundo con los actores sociales que me llevó al convencimiento de que las esquinas en las que existen esos reguladores del tránsito vehicular y peatonal son lugares de cierta exclusividad en el comercio de Santo Domingo. Estamos seguros de que muchas personas se plantean la interrogante, pero no siempre van al análisis del porqué es tan significativa como arraigada la práctica de prestación de servicios y sobre todo la venta en estos sitios de la capital dominicana.
Aunque el subtítulo precisa que se trata del caso Santo Domingo, el trabajo, dada su incuestionable y sólida universalidad, muy bien se podría extrapolar o al menos ser tomado en cuenta, para el análisis de lo que ocurre en otras ciudades de la República Dominicana y del mundo, sobre todo en Latinoamérica, donde es evidente una tácita contraposición a las prácticas comerciales que siguen un modelo europeo. Es así, porque el desarrollo del comercio en cualquier espacio sociocultural tiene características que lo hacen único. Aunque algunas de esas prácticas sean comunes y hasta universales, se impone una determinada cantidad de elementos a los cuales los individuos les impregnan su sello personal, sus modos de ser y pensar enraizados en las bases históricas, las tradiciones, las identidades…
En Antropología del Semáforo asumí como “clasificación básica”, según el lugar de venta, el sitio en que desarrollan su labor tres grupos de vendedores: los que establecen puntos fijos para sus ventas en diferentes lugares de la ciudad; los que desandan por barrios, residenciales y centros de trabajo; y los que se desplazan detrás de los transeúntes en las intersecciones reguladas por semáforos (vendedores de semáforo).
La mirada a quienes dan vida a ese trozo de cultura dominicana y la identidad que la define son la esencia de ese libro que escribí bajo la influencia del gran Veloz Magiolo. En esa obra está parte de su manera de ver la vida, la ciudad, la gente de Santo Domingo. Mientras, esta mención en Acento.com es una manera de seguir agradeciendo sus ratos de debates, de análisis y, sobre todas las cosas, las jornadas de escucha y aprendizaje que pude disfrutar cada vez que nos encontramos. Este libro y el espacio que fuera su biblioteca (que luego se convirtió en mi hogar) me mantienen conectado al más versátil creador literario dominicano.