Hablar de mi papá ya me es fácil, hubo un tiempo en que no. Yo lo juzgaba por su ausencia (nací octubre 1966 y él tuvo que salir del país noviembre 1966, y volvió en 1980, le tomó bastante tiempo después del triunfo de Guzmán estar listo para volver…). Fue un tan maravilloso abuelo de mis hijos que, sin darnos cuenta, ese “abueleo” se convirtió en una forma de compensar las ausencias y tendió puentes al amor latente y perenne.

Miriam Germán ha narrado en más de una ocasión que Jim la introdujo en el mágico mundo de la lectura y que eso ella lo agradece infinitamente. A mí, él me regaló muchos poemas que llegaban por correo, en sobre cerrado dirigido a mí, y que Carmelo, el cartero, me entregaba personalmente, era una niña muy chiquita que recibía cartas de amor, eso lo guardo en mi alma y mi corazón.

Jim Tatem Mejía, nació en Puerto Plata el 20 de septiembre de 1927. Vivió su niñez entre Salcedo y San Francisco de Macorís e hizo vida política en Salcedo. Fue un hombre autodidacta y muy culto.  Que, con su lucha a favor de la democracia, y su convicción de que vivir en dictadura era un destino cruel, se convirtió en un líder de su pueblo.

Mi mamá, Clara Brache, narra lo difícil que era la vida con los cepillos del SIM siempre rondando la casa; la ocasión en que lo desaparecieron, y fue muchos días después que supieron que estaba prisionero en la cárcel de La Victoria, había sido torturado, y estuvo mucho tiempo en una celda solitaria, todo lo que vivió en la cárcel le provocó delirio de persecución, enfermedad que se convirtió en su dictadura individual por el resto de su vida.

Fue parte del Movimiento 14 de Junio, estuvo prisionero en las cárceles de La 40 y La Victoria. En 1960, en la pantomima de juicios a los prisioneros políticos, fue condenado a 30 años de cárcel. Resurgió de toda esa ignominia y en el 1963 fue el senador de la otrora Provincia Salcedo, hoy Hermanas Mirabal.

En mi infancia sin él, la gente me contaba historias en las que lo describían como un líder y que el pueblo entero se volcó a apoyarlo; y de su férrea voluntad de trabajo a favor de la instauración de la democracia y la libertad. De su breve paso por el Senado, en donde ocupó la función de secretario de la Cámara, y de su desilusión por el golpe que tronchó todo el ideal de hacer realidad la Constitución de 1963 y sus objetivos de respeto a los derechos fundamentales, la dignidad humana, las libertades públicas y la igualdad ciudadana.

Jim, en 1965 salió del pueblo y estuvo en la zona constitucionalista luchando por la reinstauración de la democracia. Siempre fue un socialdemócrata; así que en la transición post revolución de abril se quedó un tanto aislado, porque no se acercó a la izquierda revolucionaria. En 1966 la persecución y el terror lo obligó a salir del país.

Ahora que viajar es algo cotidiano, resulta difícil aprehender la lejanía inexpugnable de la ausencia. ¿cómo no hubo la ocasión de vencer el trecho convertido en infinito en ninguna de las vías? Parece increíble, pero así fue…  Y ese tiempo dejó una vivencia que atraviesa cada hueso, cada músculo, cada emoción ¿dimensión gigante de pobreza material? Me lo cuestiono y me lleno de dudas porque, la verdad es que, a pesar de crecer en la nada material, aunque suene a romanticismo, no nos dábamos cuenta de las limitaciones. Teníamos una vida inundada de flores, poesía, riqueza espiritual y liderazgo cultural.

Crecí sabiéndome libre e igual en dignidad y derechos, la falta de dinero, que impidió que si él no podía venir la familia se fuera, nunca fue asumida como algo que creara amargura. Lo pienso, y me doy cuenta de que para mi padre y mi madre era algo parecido al estoicismo; y que, en la realidad de la existencia, posiblemente era algo vinculado a su imposibilidad de resolver la funcionabilidad de las cosas, en la practicidad de la vida cotidiana…

Estoy convencida de que a personas como mí papá, y otros salcedenses como Ezequiel, Renato y Nelson González; Fé Ortega, Antonio Manuel “Sombe” Florencio (por mencionar algunos nombres), como sociedad le tenemos una deuda histórica. E imagino que en cada pueblo del país debe haber mucha gente que merece que nos enteremos de sus existencias…

En el caso de Jim, sus años después de los 80, los vivió en el pueblo, primero recibiendo la indiferencia de quienes no querían a “alguien del pasado” que pudiese competirles el “poder”; luego en la situación de su salud. Pero, con mucha gente que lo quiso siempre y se lo demostró hasta el final. No me cabe la menor duda de que Jim se merece el reconocimiento de la procuradora, y el agradecimiento del pueblo dominicano.