Imbert, Johnson y el peligro comunista
La actuación del general Imbert Barreras en la posdictadura revela palmariamente que no simpatizaba con los principios más elementales de la democracia, y que actuaba guiado únicamente por ideas despóticas. Por tanto, con su accionar en esta etapa no aportó ni un ápice al desarrollo de la democracia dominicana. Su obsesión, además de alcanzar y perpetuarse en la cúspide del poder, era destruir los comunistas que supuestamente se habían apropiado del movimiento constitucionalista. Su fobia hacia el comunismo era idéntica a la de los militares ultraderechistas, de prosapia trujillista que todavía dominaban las fuerzas armas. Por ende, con esta tara le resultaba muy difícil obrar a favor de los intereses del pueblo dominicano.
Su anticomunismo superaba hasta el del presidente Lyndon B. Johnson quien en principio creía que la revolución constitucionalista era de carácter democrática que solo procuraba reivindicaciones sociales, aunque luego la Agencia Central de Inteligencia (CIA), el embajador en el país, William Tapley Bennett y otra cohorte de asesores lo convencieron de que estaba dirigida por los comunistas. Supuesto este último que empalmaba cabalmente con el arraigado anticomunismo del general Imbert.
El general Imbert, portador de ideas ultraconservadoras, sentía una aversión extrema hacia al marxismo y el comunismo. Al exponer las razones que lo llevaron a aceptar la presidencia del Gobierno de Reconstrucción Nacional (GRN), expresó que no lo hizo por “bastardas ambiciones de poder”, aseveración falsa pues era de dominio público su obsesión por el poder, sino por circunstancias ajenas a su personal situación y deseos personales, pero de gran “trascendencia para el país”, que lo colocaron en la obligación moral de aceptar el cargo.
La disyuntiva que se le presentaba, afirma, era “dejar que la República se hundiese en la anarquía y fuese totalmente dominada por el comunismo”. O prestarse para recoger el principio de autoridad destruido y hecho añicos, y ponerme a la cabeza del Gobierno accediendo a la solicitud formulada por un grupo de “connotados” y “bien intencionados de dominicanos”, apoyados por las Fuerzas Armadas buscaban “rescatar” la Nación “de las garras del marxismo” que de haber alcanzado el triunfo hubiera entregado la soberanía nacional, los sentimientos cristianos del pueblo y la libertad “a los imperativos del cruel totalitarismo rojo”. (Discurso pronunciado el 1 de julio de 1965, contenido en: Danilo Brugal Alfau, Tragedia en Santo Domingo, S. D. 1966, p. 124). Draper (2016, pp. 207-208) planteó la certeza de que la crisis dominicana fue la expresión de una crisis en el uso y abuso del anticomunismo y “de que de por sí mismo el anticomunismo no nos dice si una causa merece ser objeto de lucha” como pretendía Imbert.
El Gobierno de Reconstrucción Nacional (GRN) de Imbert
Una de las primeras iniciativas del general Imbert fue la reestructuración del aparato militar. Como secretario de las Fuerzas Armadas nombró al comodoro Francisco Rivera Caminero, “corrupto pero inteligente” según Piero Gleijeses, al coronel Jacinto Martínez Arana como jefe del Estado Mayor del Ejército, quien fue un protegido de Wessin, y al capitán de navío Ramón Emilio Jiménez como en el mismo cargo, pero en la Marina de Guerra. El Gobierno de Imbert se instaló en la sede del Congreso Nacional, ubicado en la Feria, contiguo a la zona internacional de seguridad, y, por ende, bajo la protección de los marines estadounidenses. Esta era una zona de intensa actividad de las patrullas de infantería de marina gringa.
Como primer paso para la destrucción despiadada del movimiento constitucionalista, donde se hallaba lo mejor del pueblo dominicano, y de quienes simpatizaban por el retorno de Bosch al poder sin elecciones y a la restitución de la Constitución de 1963. Al día siguiente de su juramentación el general Imbert comenzó a movilizar sus tropas y transportó ocho camiones de soldados a los terrenos de la Feria lo que provocó la protesta de los constitucionalistas.
Asimismo, fortaleció las guarniciones militares de Transportación y de Intendencia ubicadas en el ensanche La Fe, en la calle Pedro Livio Cedeño. Se procuraba aislar del comando central a los constitucionalistas de la zona Norte, donde se ubicaban los barrios más pobres como el ensanche La Fe, Cristo Rey, Villa Juana, Gualey, etc., en los cuales las fuerzas que poseían los constitucionalistas no eran regulares y carecían del sistema de defensa y bloqueo de caminos existentes en el área céntrica. Lo fundamental era que los dirigentes militares, quienes le conferían unidad, dirección y organización al pueblo en armas”, se hallaban ubicados en la parte Sur. Fueron los partidos de izquierda, en especial el 14 de Junio, y hombres del pueblo sin experiencia en combate quienes asumieron la conducción militar de la resistencia.
Hasta allí llegaban armamentos y abastecimientos, transportados en helicópteros y camiones, además de soldados refuerzos del interior del país y otros que habían desertado tras la derrota del Puente Duarte y fueron atraídos de nuevo a su redil mediante diversos medios. El general Bruce Palmer solo admitió que le dieron radios tipo walkie-talkie, raciones, chalecos blindados y municiones calibre 50. En realidad, el apoyo de los Estados Unidos al Gobierno de Imbert sobrepasó con creces lo citado por Palmer. Una de las armas más mortíferas aportadas por ellos fueron los cañones sin retroceso de 105 mm que se utilizaban por primera vez en nuestro país.
Esto convirtió a la zona Norte en un bastión del Gobierno de Imbert. Al enterarse los constitucionalistas de estas acciones, varios comandos populares embistieron a los soldados allí recluidos para evitar la consolidación del campamento, pero su esfuerzo resultó infructuoso pues solo disponían de armas livianas y para enfrentarlos con éxito se requería disponer de artillería. Las condiciones climáticas y la oscuridad de la noche contribuyeron a reducir las bajas en los primeros enfrentamientos. (H. Hermann, Caamaño, p. 178).
El 9 de mayo el general Imbert la reiteró propuesta de reunirse con el coronel Caamaño, pero con la absurda propuesta de que solo se negociaría su rendición y garantizar a los líderes constitucionalistas la salida del país. Consideraba que su Gobierno era el único legítimo por la seguridad que le dispensaba el poder imperial. Imbert calculaba que una victoria sobre los constitucionalistas lo catapultaría como el líder más importante de la República Dominicana. El coronel Caamaño, en cambio, estableció que solo se reuniría con Imbert para hablar de constitucionalismo. Tenía la seguridad de que las fuerzas de Imbert lo atacarían con la protección de las tropas estadounidenses.
Un editorial del The New York Times, del 12 de mayo, mostraba preocupación por el compromiso político y militar de los Estados Unidos en la República Dominicana. Su apoyo “a un grupo militar de extrema derecha contra un movimiento que, aunque tuviera algunos comunistas en su interior era en su mayor parte democrático en su espíritu y en sus intenciones. (En: T. Szulc, Diario de la Guerra de Abril, p. 237).
El 13 de mayo tuvo lugar la jornada más violenta de la Revolución cuando las tropas del GRN atacaron con fiereza las instalaciones de la Radio Santo Domingo por la cual se enviaban los mensajes del mando constitucionalista, y al mismo tiempo se contrarrestaban las mentiras difundidas por la Voz de los Estados Unidos, que funcionaba en Washington con potentes emisiones, y Radio San Isidro. Por esto, los mandos militares estadounidenses establecieron equipos para interferir la frecuencia radial. El general Imbert dispuso una brutal embestida aérea con aviones P51, con la complicidad de las tropas norteamericanas que controlaban el aeropuerto de San Isidro. Los aviones volaron casi a ras de las edificios y árboles y pulverizaron toda la zona con fuego de ametralladoras y cohetes lo que provocó la muerte de numerosas personas residentes en el entorno.
Imbert había se había enterado de que sus protectores estadounidenses se disponían a pactar con Juan Bosch para reemplazarlo por Guzmán y dio instrucciones a los pilotos para arremeter también contra las calles adyacentes a la zona internacional de seguridad donde estaba situada la Embajada de los Estados Unidos, lo cual obligó al embajador Tapley Bennett y sus auxiliares a refugiarse debajo de los escritorios y tras el sobresalto, preso de la cólera, amenazó con denunciar la agresión a la OEA. (Más detalles del incidente en: R. Cassá, Los Doce Años, S. D., 1991, p. 203).
En la tercera semana, no cesaron los combates en los barrios de la zona norte de la ciudad capital y, según Hermann (p. 184), había 1,500 muertos y 3,500 heridos, aunque era muy difícil calcular el número de víctimas acumuladas con el paso de los días. El Departamento de Estado informaba que 16 soldados habían perecido y 86 heridos. Esto induce al ingeniero Hermann a calificar el conflicto como “la peor tragedia que hubiera aquejado a República Dominicana en toda su historia”.
La Operación Limpieza
A mediados de mayo el Gobierno de Imbert inició, con el respaldo explícito de las tropas estadounidenses, el más atroz y despiadado ataque de toda la Revolución contra los constitucionalistas y los habitantes de los barrios pobres de la zona norte antes señalados. Desde las primeras horas de ese sábado, Radio San Isidro advertía a los pobladores de esos lugares permanecer en sus casas y no esconder ni proteger a constitucionalistas y comunistas. Los pequeños comerciantes, que habían empezado a abrir sus tiendas, se vieron obligados a cerrarlas de nuevo y recluirse en sus casas. Estos barrios pobres estaban limitados al sur por el corredor norteamericano que los separaba de Ciudad Nueva y la zona colonial, al oeste por la zona de seguridad internacional, ocupada por los norteamericanos, al norte por el río La Isabela y al este por el Ozama.
En franca violación al cese al fuego acordado nueve días antes con la mediación de la OEA, el Gobierno de Imbert lanzó contra dichos barrios altos más de 2,000 soldados que habían organizados y rearmados los norteamericanos. Las tropas de Imbert partieron desde el cuartel de Transportación, ahora más fortalecido con las fuerzas del CEFA y diversas guarniciones del país, que avanzaron hacia el este de la ciudad protegidas por un tanque de guerra o por un vehículo blindado, la mayoría de las veces de las tropas estadounidenses, seguidas de una gruesa infantería provista de artillería de diverso tipo, además de fusiles y ametralladoras.
Los constitucionalistas de la zona norte solo poseían fusiles, algunas ametralladoras y bazookas fabricadas artesanalmente. El domingo 15 suspendieron el servicio de energía eléctrica en el área de la ciudad controlada por los constitucionalistas lo que sacaba del aire a Radio Santo Domingo para impedir que esta denunciara los crímenes en las zonas donde se libraban los combates, situadas en los alrededores del cementerio de la avenida Máximo Gómez. De manera simultánea se mantenían divulgando falsedades las estaciones radiales del GRN, de la Organización de Estados Americanos (OEA) que utilizaba dos transmisores de la emisora Radio HIN.
Durante los enfrentamientos helicópteros propiedad de las tropas de ocupación volaban la zona para ubicar las posiciones de los constitucionalistas y de inmediato se comunicaban con la infantería para informarle la ubicación precisa de estos que luego sufrían los embates de las ametralladoras y de los célebres cañones 105 mm sin retroceso. Las tropas combinadas de Imbert y de los norteamericanos no daban tregua a los combatientes constitucionales que de manera progresiva se debilitaban pues carecían del entrenamiento necesario para enfrentar esta modalidad de lucha de desgaste. La mayor parte de las víctimas eran personas inocentes que no participaban en la refriega.
Este domingo 16, McGeorge Bundy, emisario del presidente Johnson, visitó al general Imbert en su residencia y le informó de las negociaciones para establecer un gobierno provisional presidido, por el hacendado Antonio Guzmán, y al mismo tiempo le informaba que los miembros del GRN debían prepararse para renunciar. Pero Imbert sacó pecho. Un periodista extranjero lo visitó esa misma noche, y aunque no le mencionó lo de Guzmán, sí le informó que le habían pedido su dimisión y vio que este “estaba completamente furioso”. “Primero los norteamericanos me dicen que forme un gobierno y ahora me piden que me vaya, gritaba. ¿Pero qué les pasa a ustedes?”. (T. Szulc, p. 287).
Los Estados Unidos se enfrentaron entonces a dos importantes problemas. Formar un gobierno provisional y al mismo tiempo persuadir a Imbert de que debía acogerse a los acontecimientos y renunciar. Pero los planes del general Imbert se dirigían a continuar su ofensiva para exterminar los supuestos comunistas de la zona norte. Un periodista de la ciudad de Detroit, citado por Szulc (p. 291) describió a Imbert como “una marioneta que mueve sus propias cuerdas”. Cuando el mismo domingo 16 de mayo Szulc visitó a Imbert en su despacho en el Congreso lo encontró poseído por la furia y le informó que le había dicho a Bundy que no estaba de acuerdo con sus nuevas ideas “y que si querían entregar el país al comunismo yo entraría en eso”. (Ibidem).
Imbert convocó en su residencia a su amigo John B. Martin que también lo encontró iracundo. En el encuentro, primero intervino Alejandro Antonio Zeller, miembro del GRN, quien le increpó al exembajador haberlos “traicionado”, de colocarlos en el Gobierno hacía nueve días y ahora los dejaban caer. Imputó a Martin haber hecho esto a adrede y de que “había estado jugando con ellos”. Mientras Imbert, irascible, le dijo que al siguiente día acusaría a los Estados Unidos y continuaría solo. En horas de la noche, Imbert convocó a todos los agregados militares de la embajada que luchaban con él en la Operación limpieza para plantearles su determinación de continuar solo. El agregado naval luego expresó que temió por su vida en dicha casa. (Martin, p. 658).
Los Estados Unidos se enfrentaban a un gran dilema pues al tiempo que pretendían tolerar la blitzkrieg (o guerra relámpago) de Imbert intentaban persuadirlo para que dimitiera en favor de un candidato de Bosch, “era como querer conservar el bizcocho y al mismo tiempo comérselo”, dice Szulc (p. 287).
Sin embargo, la presión sobre Imbert se vio atenuada por sus “éxitos” en el exterminio de los constitucionalistas y “comunistas” que también conllevó el atropello de la población no involucrada en el conflicto. A partir de este momento, se “deshicieron” todas las gestiones realizadas por McGeorge Bundy para destituirlo.
El 20 de mayo, el periódico Washington Post reportaba que los infantes de marina y paracaidistas norteamericanos contribuían de forma directa e indirectamente con las fuerzas del general Imbert cuando sus tropas se apoderaron de Radio Santo Domingo y efectuaron una limpieza de rebeldes, casa por casa, en los sectores del norte de la ciudad. Acciones de esta naturaleza acaecían diariamente desde que principió la ofensiva. “Fueron necesarios porque la resistencia de los infelices fue heroica. Morilí Holguín, un teniente del CEFA que participó en el ataque, señaló más tarde: Jamás se rendían: peleaban con un coraje y una decisión de la que nosotros carecíamos. Era natural: peleaban por algo, nosotros, solo por la paga”. (Gleijeses, p. 431)
El general Imbert continuó impertérrito el exterminio de la población de la zona norte a pesar de la indignación mundial. “Solo terminó el 21 de mayo después que el GRN tomara el último metro de los barrios altos y masacrara a los últimos defensores. A causa del obstruccionismo de los EE. UU, el Consejo de Seguridad solo pidió el alto al fuego el 22 de mayo, un día después de terminar los combates”. (Gleijeses, p. 431).
Luego de más de tres meses de negociaciones, a cargo de una Comisión Negociadora de la OEA, se llegó a un acuerdo para establecer un Gobierno provisional encabezado por Héctor García Godoy, personaje impuesto por los Estados Unidos y se convocaría a elecciones el 1 de junio de 1966. Pero Imbert Barreras se negaba rotundamente a renunciar. Suplicaba al embajador Bennett que quería complacer a los Estados Unidos en todo. “Nada más díganme a quiénes ustedes quieren que yo nombre en mi gobierno y lo haré”. Sin embargo, sus “quejas y peticiones tenían ya poco peso. Los norteamericanos trataban directamente con los jefes militares del GRN que se mostraban tanto más comprensivos porque sabían que sus intereses no estaban amenazados”. (Gleijeses, p. 454).
El historiador Emilio Rodríguez Demorizi le dirigió a carta al general Imbert en la cual le solicitaba que renunciara a la presidencia del GRN:
“Debes reconocer que la causa del derecho, de la ley, está del lado de los constitucionalistas.
Debes reconocer que la actual dramática intervención de la República, la sangre derramada y las pérdidas sufridas, tiene su punto de partida en el aciago 25 de septiembre de 1963.
Debes reconocer que el servicio que pensaste prestar a la República, al aceptar la precaria posición que ocupas, ya no tiene sentido.
Debes reconocer que tu triunfo sólo sería posible mediante la destrucción de la ciudad de Santo Domingo y de la muerte de sus defensores, de la juventud dominicana, de los estudiantes universitarios, de los amantes de la ley, y que por ello mismo de nada te serviría una victoria a condición de la ruina y de la muerte.
Debes reflexionar ante el hecho elocuentísimo de que todo el Continente, así como los países de Europa, apoyan el movimiento constitucionalista”. (Silveria y Emilio en la Revolución Constitucionalista, S. D., 1995, pp. 144-145)
Ante de resistencia del general Imbert a abandonar el poder, los Estados Unidos le cortaron la subvención de julio y agosto de 1965. En total recibió más de tres millones de pesos. El 30 de agosto, Imbert compareció en televisión para donde planteó su renuncia a firmar el Acto Institucional y el Acta de Reconciliación Dominicana, además de presentar su renuncia. Acusó a los Estados Unidos de haberlo traicionado y de preparar el camino a la dominación comunista. Según Danilo Brugal Alfau (p. 199), encargado de relaciones públicas del GRN, ante la petición de la OEA para establecer un gobierno provisional, Imbert presentó “serias reservas vinculadas al peligro comunista que implicaba su aceptación. El caso de la República Dominicana no era aislado o improvisado, sino que era el fruto de un plan “diabólicamente planeado” por el comunismo internacional “que extiende sus tentáculos sobre los países libres del mundo. Responde a planes maquiavélicamente elaborados desde la Habana, Moscú y Pekín”. Aceptar la fórmula propuesta por la OEA “conllevaba riesgos muy grandes y peligrosos para la seguridad del país, de las naciones americanas y de los propios Estados Unidos”.
Los desafueros de Imbert no terminaron ahí. Entre octubre y diciembre de 1966, junto a un grupo de militares de extrema derecha, tramaron el derrocamiento del gobierno de García Godoy al considerarlo muy blando con los comunistas. El 23 de octubre prepararon un comunicando, nunca publicado, donde planteaban que García Godoy ya no controlaba el Gobierno provisional pues los comunistas ya lo habían “infiltrado y penetrado”, al extremo de que eran los comunistas quienes controlaban el gobierno. En este contexto surgió un ejército secreto anticomunista que asesinó a supuestos comunista y numerosos simpatizantes de la causa constitucionalista, (B. Vega, El peligro comunista en la Revolución de Abril, S. D., 2006, p. 293). Una de los asesinados, el 22 de octubre de 1965, fue el gobernador de la provincia Valverde, Milet Haddad, cuyos pormenores se encuentran en nuestro libro Milet Haddad Pichardo. Víctima de la violencia indómita, S. D., 2020)