Imbert y la Revolución de abril

Cuando empezó la Revolución de Abril Imbert se hallaba en una finca de arroz de San Francisco Macorís cazando yaguazas (Dendrocygna arborea), ave típica de la isla, junto a Ralph Heywood, teniente coronel de la infantería de Marina, agregado naval de la embajada de los Estados Unidos. Se enteró del estallido a través de una llamada radial por la frecuencia de la Policía en la unidad móvil que poseía el vehículo de Imbert. Con el mismo artefacto se comunicaron con Donald Reid Cabral, presidente del Triunvirato de dos quien le encomendó pasar por las fortalezas militares de Santiago y de La Vega para recomendarles permanecer en calma y leales a su gobierno. A las seis de la tarde del sábado 24 de abril, Imbert se trasladó al Palacio Nacional donde se entrevistó Reid Cabral, y se puso al tanto del cisma desatado al interior de las Fuerzas Armadas:

“[…] Imbert decididamente se ofreció ayudar a unir a los militares y a suprimir la revuelta si Reid lo nombraba secretario de Estado de las Fuerzas Armadas. Pero Reid Cabral ya había decidido nombrar al general Wessin en ese puesto, esperando así asegurar la lealtad de Wessin y hacer su apoyo obvio ante todos”. (Abraham F. Lowenthal, El desatino dominicano, Santo Domingo, 2015, p. 133).

Ante la negativa del triunviro Reid Cabral, que prefería el poder militar de Wessin y los militares de San Isidro a las relaciones de Imbert con los estadounidenses, este último le propuso visitar por su cuenta los campamentos militares rebelados para empaparse sobre lo que estaba ocurriendo y el 25 de abril visitó al Campamento militar 16 de Agosto donde lo recibió el oficial Cuco Rodríguez Landestoy, pero el teniente coronel Miguel Ángel Hernando Ramírez rehusó recibirlo:

“Mientras estábamos en el Campamento 16 de Agosto llegó Lachapelle y un poco más tarde el coronel Caamaño. No sé cómo se encontraron él y el general Imbert. Pero el caso es que Caamaño me dijo que quería hablar conmigo. Yo había dado orden de no dejar pasar a nadie y el general estaba en la puerta de entrada, a 300 metros de las edificaciones del campamento. Con el coronel Caamaño le mandé a decir que en otro momento más apropiado y que oportunamente nos veríamos”. (En: Arlette Fernández, Coronel Rafael Fernández Domínguez…, Sto. Dgo., 2005, p. 224).

Pero Imbert Barrera era un hombre persistente, y al siguiente día se presentó nuevamente donde el teniente coronel Hernando Ramírez a quien le expresó lo absurdo que era lanzarse a una guerra civil y a matarse unos con otros. Al percatarse de las escasas posibilidades de sobrevivir que tenía Donald Reid políticamente, le dijo que si este era el obstáculo lo harían renunciar y a continuación propuso la formación de una Junta Militar bajo su liderazgo y a convocar elecciones en un plazo de 60 o 90 días. Ramírez le respondió a Imbert en los mismos términos que hizo luego con el coronel Pérez y Pérez: que no era una Junta Militar lo que procedía sino la reposición de Juan Bosch en la presidencia de la República y el retorno a la Constitución de 1963:

“Al otro día, el general Imbert Barrera fue una vez más a ponerse a nuestras órdenes y ver qué podía hacer él, pero yo no tenía confianza en lo que pudiera hacer por nosotros el mismo que apoyara el golpe de Estado, de modo que, cortésmente me limité a agradecerle el gesto, le expresé que ya él había ofrecido un servicio muy importante a la Patria y que en ese momento no iba a necesitarle, que debíamos posponer para más adelante cualquier colaboración suya”. (Ibidem).

Para Hamlet Hermann esta era la primera vez que Imbert había escuchado hablar de “constitucionalidad sin elecciones”, un concepto que no alcanzaba a comprender:

[…] pero que en poco tiempo logró entender que abogar por esa causa significaba volver atrás el reloj de la historia al 25 de septiembre de 1963 y condenar su propia participación en el derrocamiento del gobierno de Juan Bosch. En ese momento perdió todo su encanto la posibilidad de aliarse con los idealistas que abogaban por el retorno al respeto a la Constitución y a las leyes de la República”. (H. Hermann, Caamaño. Biografía de una época, Sto. Dgo., 2013, p. 110).

Desde allí el general Imbert se dirigió a la embajada de los Estados Unidos y le filtró  al embajador de los Estados Unidos, William Tapley Bennet, diversas informaciones que había recabado sobre las acciones del incipiente movimiento constitucionalista, tales como la determinación de los líderes militares rebeldes de restituir a J. Bosch en el poder y la vuelta Constitución de 1963 sin elecciones y le advirtió que estos se proponían tomar ese mismo día la ciudad de Santo Domingo, datos que le permitieron a la embajador refrendar otros que había recibido de diversas fuentes. Le sugirió al embajador Bennet la formación de una junta militar de cinco miembros, con una representación de cada una de las ramas militares y policiales y se ofrecía a encabezarla. Bennett informó de manera favorable a Washington de la oferta de Imbert y sugirió acoger esta como una solución definitiva.

Del otro lado, luego de una tensa reunión con el embajador Bennett, que le requirió el rendimiento de las fuerzas constitucionalistas, el coronel Caamaño, junto al teniente coronel Manuel Ramón Montes Arache y sus hombres rana, lograron derrotar a los militares del Centro de Enseñanza de las Fuerzas Armadas (CEFA), liderados por el militar derechista Elías Wessin y Wessin, en la célebre batalla del Puente Duarte, acaecida el 27 de abril, en la cual hubo una gran participación del pueblo en armas. La presencia de Caamaño, recién designado jefe militar constitucionalista, y la masiva participación popular determinaron el triunfo de los constitucionalistas.

Entretanto, la dirigencia del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), casi en su totalidad, se refugió en las embajadas, incluido el recién designado presidente provisional Rafael Molina Ureña quien buscó asilo político en la embajada de Colombia casi a la caída de la tarde el día 27 de abril, tras el intenso ataque de las tropas de Wessin al Palacio Nacional. En estos momentos críticos de la Revolución, mientras la dirigencia del PRD se refugiaba en las embajadas los miembros de la base del partido desempeñaban una función crucial en la movilización de la mayoría pobre la cual mantuvo la resistencia en la batalla del Puente Duarte y luego en la propia dinámica del movimiento revolucionario. Ante la contundente derrota infringida a los militares derechistas por los constitucionalistas, los agregados militares de los Estados Unidos estimularon a los dirigentes militares de San Isidro a solicitar la intervención militar de los Estados Unidos.

El día 28 de abril se produjo la intervención militar para impedir el triunfo del pueblo en armas. Esta se inició desde la noche anterior con el desembarco por el puerto azucarero de Haina dos buques de la Fuerza Operativa del Caribe, cuyos integrantes luego se movilizaron a la embajada de los Estados Unidos. Luego volaron cuatro helicópteros de la infantería de Marina del portaviones Boxer hasta el campo de golf anexo al hotel Embajador, mientras la 82 División Aerotransportada lo hizo por la base aérea de San Isidro, reducto de los militares trujillistas y golpistas. Dichas tropas tendieron un cordón de seguridad para aislar a los constitucionalistas del resto del país y además impedir que destruyeran los militares situados en San Isidro.

El jueves 29 de abril numerosos dirigentes políticos y militares abandonaron las embajadas donde se habían asilado y se integraron al movimiento constitucionalista.  Mientras permanecieron asilados, Leopoldo Espaillat Nanita y Leopoldo Pérez Sánchez, que se hallaban junto a Molina Ureña en la embajada de Colombia, informaron haber recibido una gran presión e intimidación de Imbert Barrera, Luis Amiama Tió y Ángel Severo Cabral para que este último no reasumiera la presidencia de la República al tiempo que le advirtieron que si abandonaba dicha embajada su vida corría peligro pues el movimiento constitucionalista se hallaba bajo el control de los comunistas.

Molina Ureña también fue víctima de una traición por el nuncio Enmanuel Clarizzio  con quien había solicitado reunirse con para informarle de su salida voluntaria de la embajada de Colombia y de los peligros que tal decisión comportaba. Pero, sorpresivamente, al salir a la calle para tomar su vehículo lo esperaba un vehículo artillado del cuerpo de marines, que había llegado al lugar tras una llamada del Nuncio a la embajada de los Estados Unidos, que lo obligó a retornar a pie a la embajada de Colombia. (Molina Ureña, Mis memorias, Sto. Dgo., 2014, p. 9).

El Gobierno de Reconstrucción Nacional

A los norteamericanos les interesaba la instalación de un gobierno civil más acorde con sus intereses y por eso descartaron Junta Militar que habían formado los militares de San Isidro, presidida el coronel Pedro Bartolomé Benoit para lo cual se barajaron varios personajes, entre ellos el doctor Félix Goico, quien fue descartado, Arturo Despradel, antiguo funcionario de la dictadura de Trujillo y el general Imbert Barrera. El día 29 se reunieron de forma sigilosa en el Boxer con Imbert Barrera, que se distinguía de los demás miembros del grupo por su característico atuendo militar que nunca abandonó desde que fue investido de general, y su infaltable pistola 45 al cinto. El periodista Tad Szulc, del The New York Times, reportó lo siguiente:

“[…] Dado que Imbert, político muy astuto, y hombre de gran ambición, había estado siempre en contacto con la embajada norteamericana supuse que este viaje al Boxer podía significar el primer paso de una maniobra de los Estados Unidos para colocarlo en el poder. Decidí arriesgarme en este sentido a informar al Times acerca de la visita de Imbert al Boxer y de la posibilidad de que el general pudiera ser el instrumento escogido por la embajada norteamericana con vistas a los futuros acontecimientos”. (Diario de la Guerra de Abril de 1965, Sto. Dgo., p. 112).

Las negociaciones para la instalación del nuevo gobierno las condujo John Bartlow Martín, exembajador de Estados Unidos en el país, y ahora en funciones de emisario del presidente Lyndon B. Johnson, quien cursó una visita a la residencia del general Imbert de la calle Sarasota de la ciudad capital. Este lo puso al tanto de los pormenores iniciales del movimiento revolucionario en curso, tales como que el ejército de tierra de carecía de armas para luchar pues los militares constitucionalistas se habían llevado diez mil fusiles automáticos, ametralladoras, morteros, obuses y bazucas, aunque no tenían suficientes municiones. Que el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) había comenzado la rebelión, pero perdieron su control en manos de los comunistas, información falsa pues la iniciaron los militares constitucionalistas del Movimiento Enriquillo formado por Rafael Fernández Domínguez con el apoyo político de los militantes del PRD.

Sobre el control de los comunistas del movimiento constitucionalista, en principio la izquierda no les dio credibilidad a los pronunciamientos que desde los campamentos cercanos a la ciudad capital hacían los militares rebeldes. El Movimiento Popular Dominicano (MPD), por ejemplo, proclamó que “esta no es nuestra guerra”. Mientras en el 14 de Junio se oyeron voces disonantes y mientras su dirigencia militar se comprometió con el movimiento al margen del resto de la organización, en su Comité Ejecutivo se expresaron dudas y únicamente cuando comenzaron las acciones bélicas su dirigencia se decidió a participar de forma activa y se convirtieron en el principal centro para la formación de comandos que dirigió el Dr. Anulfo Reyes Gómez. El Partido Socialista Popular del que formaban parte Narciso Isa Conde, José Israel Cuello, Asdrúbal Domínguez y otros acogió de manera adversa la existencia de la conspiración. En sentido general, y contrario a lo dicho por Imbert Barrera, en la izquierda dominicana primaba la creencia de que la conspiración era una maquinación de los Estados Unidos para evitar la reposición de Juan Bosch en el poder. (R. Cassá, Historia social y económica de la República Dominicana, t. II, Sto. Dgo, 2023, p. 411).

Asimismo, Martin le solicitó a Imbert obtener información sobre los líderes constitucionalistas “pues usted siempre ha tenido contactos con todo el mundo, incluidos los comunistas”, pero Imbert le respondió que “ya no tanto, pero lo intentaré”. En realidad, por no haberse integrado a la rebelión constitucionalista, mantenerse cerca de los militares derechistas y de la embajada estadounidense, a Imbert, que se preciaba de sus vínculos con el 14 de Junio, los miembros de los comandos y los militares rebeldes empezaron a tildarlo de traidor. Según un reporte de la Agencia de Inteligencia Central (CIA), Imbert Barrera se había comprometido a entregar armas a los miembros del Partido Socialista Popular (PSP) y a colocarse del lado del PRD, pero hizo todo lo contrario. (B. Vega, El peligro comunista en la Revolución de Abril. ¿Mito o realidad, Sto. Dgo, 2006, p. 52).

En la entrevista, Imbert le expresó a Martin su satisfacción por el envío de tropas norteamericanas al país, pero que no enviaran más pues “podremos ganar pasado mañana nosotros mismos”, que ya tenían varios centenares de prisioneros y trescientos soldados de contrainsurgencia en el Palacio, “las únicas tropas disponibles que valían la pena. Cuando terminemos este lío será el momento de reducir las Fuerzas Armadas, limpiarlas. Ahora tenemos el pretexto”. (Martin, p. 631).

El 3 de mayo de 1965, el propio Imbert, que se consideraba a sí mismo como el único redentor de la sociedad dominicana, invitó a Martin a una reunión en su residencia donde se ofreció para presidir un Gobierno civil por patriotismo, “por mí país. No por mí mismo. ¿Para qué cuerno querría meterme en este lío? Puedo quedarme aquí sentado”. Imbert, quien nunca disimuló su ambición por el poder, se comprometió a expatriar a los antiguos generales, promesa que logró ejecutar, con excepción del general Wessin que eludió ser apresado, a disolver la Junta militar de San Isidro en la que solo permanecería el coronel Pedro Bartolomé Benoit y a no incluir políticos en el Gobierno pues entendía que estos “habían arruinado el país”. (Ibidem, p. 644). Se ha cuestionado la abnegación mostrada por Imbert pues durante muchos años había empleado diversos recursos para alcanzar la presidencia de la República, y, por ende, no representaba para él sacrificio alguno la propuesta de Martin.

Tras finalizar las negociaciones secretas que mantuvieron Martín y el embajador Bennett con Imbert durante casi una semana, se logró la formación del Gobierno de Reconstrucción Nacional (GRN), considerado como una nueva versión de la malmirada Junta Militar de San Isidro que presidía el coronel Benoit, aunque más acabada y con mayor representación. Imbert fue juramentado el 7 de mayo por Julio Cuello, presidente del Tribunal Supremo, a quien Bennett tuvo que presionar para que accediera. Los demás integrantes del GRN fueron el ingeniero Alejandro Zeller Cocco, el abogado Carlos Grisolía Poloney y el librero y editor Julio Desiderio Postigo Arias, amigo íntimo de Juan Bosch. A este último nunca lograron convencerlo de que el movimiento constitucionalista estaba bajo el control de los comunistas. Estos civiles estarían acompañados del coronel Pedro Bartolmé Benoit, recompensado por haber escrito dos cartas en las que solicitaba la intervención militar estadounidense en el territorio dominicano.

Tanto la embajada como la administración de Johnson se esforzaron por desvanecer la idea de que los grupos que los Estados Unidos respaldaban en el país, opuestos a los militares constitucionalista, constituían un régimen dictatorial. De que el redomado derechista general Wessin no ocupaba un puesto relevante en el GRN, a pesar de que lo tenía, y a presentar a Imbert como el héroe nacional de los dominicanos, lo cual no era cierto pues ya se hallaba muy menguada la aureola de héroe que lo rodeó en los meses siguientes al tiranicidio.

En una conversación telefónica realizada el 4 de mayo, del presidente Johnson con Thomas Mann, secretario de estado para asuntos interamericanos, y con McGeorge Bundy, consejero para asuntos de seguridad de la Casa Blanca, para conocer la propuesta de Martín de formar el GRN como contrapeso al Gobierno de Caamaño que operaba desde Ciudad Nueva y reemplazaba el Gobierno provisional de Rafael Molina Ureña.

Bundy comentó que el canciller Dean Rusk quería tener la certeza de que Imbert “era la pieza del centro adecuada” y Bundy le respondió que Imbert no era de su simpatía porque odiaba a Joaquín Balaguer, quien era el más promisor candidato de todos. Johnson fue el más mordaz de todos pues “pensaba que Imbert era un “asesino” y Mann reitero que lo era”. Ninguna de estas dos percepciones prevaleció y se aceptó la formación del GRN. (B. Vega, Cómo los americanos ayudaron a colocar Balaguer en el poder en 1966, Sto. Dgo., 2004, p. 145). Martin se decantó por Imbert no obstante catalogarlo de “corrupto, ambicioso y obsequioso”, con “mentalidad de un gánster”, “pero era pro norteamericano”. (Citado por Gerardo Sepúlveda, Cronología: Revolución de Abril de 1965, Sto. Dgo, AGN, 2017, p. 117).

De esta manera Imbert, lograba su inveterado propósito de alcanzar la cima del poder bajo la tutela de Martin quien le hacía el último de los regalos envenados al pueblo dominicano, quien se las daba de ser su amigo, dice Piero Gleijeses. Imbert se tomó muy en serio su ascenso al poder y se autopercibía como la solución definitiva, como el mesías que venía a librar al país del comunismo. Fue incapaz de columbrar que solo era un instrumento de los norteamericanos para cumplir una misión breve, una ficha en el ajedrez político de esa coyuntura, y, por tanto, susceptible de ser desplazado por el poder imperial. Su acendrado anticomunismo concordaba perfectamente con la visión tanto de los Estados Unidos como de los militares derechistas de San Isidro.

En su discurso de toma de posesión declaró que se había unido al Gobierno de Reconstrucción Nacional (GRN) “para salvar al pueblo dominicano de la dictadura comunista” y pidió al pueblo deponer las armas y al gobierno de los Estados Unidos mantener las tropas en territorio dominicano. Con la formación del GRN más los 22,000 marines desembarcados los Estados Unidos aseguraban la protección de sus intereses en el país. El 10 de mayo, la Agencia Internacional para el Desarrollo (AID) le entregó al GRN de Imbert 750,000 dólares para el pago de los sueldos de los empleados públicos.