Nadie niega que el bloqueo de los Estados Unidos contra Cuba es un hecho político trascendente en la historia política de la humanidad. Para los países y pueblos amigos de la mayor de las Antillas, Cuba ha obtenido una victoria por el hecho de resistir sesenta (60) años de lucha contra la potencia más grande del mundo, sin que esta la haya doblegado.

El propio presidente de los Estados Unidos Barack Obama le dijo al mundo que el bloqueo contra Cuba, como estrategia política de su país, no había cumplido su objetivo, a pesar de haberlo impuesto por más de medio siglo. Independientemente del cambio de estrategia que utilizara Obama para mantener la guerra contra Cuba por otra vía, lo cierto es que abrió las relaciones diplomáticas entre los dos países.

Una de las batallas más importantes que ha ganado Cuba contra el bloqueo lo constituye el apoyo de todos países miembros de la Asamblea General de las Naciones Unidas -menos dos de ellos- para que sea levantado este impedimento contra la isla. Durante varias décadas, los Estados Unidos se han quedado solos manteniendo su posición de continuar dicho bloqueo; solo contando con el apoyo, de siempre, de Israel.

Como se puede ver, Cuba ha ganado la guerra moral en el mundo en su lucha contra el bloqueo; sin embargo, le ha faltado obtener la victoria económica. Y esta es la única forma posible hoy de derrotar al bloqueo impuesto contra ella por los Estados Unidos.

La pérdida económica para Cuba causada por el bloqueo se calcula en miles de millones de dólares. Sin embargo, esta pérdida no ha sido solo económica ya que el bloqueo ha afectado en todas las áreas de la vida de esa nación. El bloqueo fue diseñado, según sus propios creadores, para producir miseria, hambre, desasosiego y desesperación.

Hace un poco más de una década que Cuba flexibilizó, a través del trabajo por cuenta propia (cuentapropismo), su sistema de producción y comercialización. Quien escribe este artículo recibió el impacto de esa medida, en Santiago de Cuba, hace doce años, de lo que era la nueva época incipiente de apertura y cultura empresarial cubana.

Allí, en Santiago, en aquella ocasión, tuve que elegir, luego de una previa visita de observación a dos lugares, para cenar entre un restaurante del Estado y uno de iniciativa particular o por cuenta propia, como se le llamó -en sus inicios- a ese tipo de actividad no estatal. La experiencia daría para escribir un buen ensayo de estudio comparado o de caso: no elegí el estatal, sino el de iniciativa particular o por cuenta propia. Por supuesto, esta era una apertura limitada y abarcaba solamente algunas áreas.

En Cuba, en el marco de la nueva apertura, se han creado más de 10,000 nuevas empresas bajo el nuevo modelo de desarrollo económico y social y este país se encamina, por condiciones históricas, a crear el único antídoto eficaz contra el bloqueo que le ha impuesto el gobierno de Estados Unidos por el largo período de más de 60 años. Esto es independientemente del coraje y heroísmo del pueblo cubano.

El antídoto contra el bloqueo a Cuba es hacer la revolución en la producción, aunque esto también implica una larga batalla para cambiar aspectos esenciales de la vida de la sociedad de esa nación que van más allá de la economía. Hay que crear la cultura de la transformación económica, dejando atrás muchos elementos producidos socialmente por las difíciles circunstancias históricas del cerco tendido por el propio bloqueo y que han afectado a la sociedad cubana en su conjunto.

Cuba necesita convertir a la mayor cantidad de sus ciudadanos en agentes de transformación en cada espacio de su existencia. Si Vietnam, Estonia y Singapur pudieron hacerlo, en condiciones tan difíciles, entonces Cuba también puede lograrlo. Y tiene el alto nivel educativo necesario (los recursos humanos) como capital acumulado del proceso histórico que ha vivido, para dar el salto impostergable. En ese sentido, los intangibles que Cuba posee son fundamentales para producir el cambio esperado.