La primera semana del año en República Dominicana ha estado influenciada por una frase tan incendiaria que, justo después de terminarla, su vocero pedía: “No me tiren piedras, pero es así”.  No le quiero tirar piedras ni a él ni a sus seguidores, más bien ofrecerles ejemplos que espero amplíen su visión del mundo.

Salomé Ureña

En República Dominicana, aunque nos quedan muchos avances posibles, desde nuestra más temprana historia, contamos con ejemplos de productiva participación pública de mujeres que todos agradecemos. Nadie se pregunta si el hogar de Anacaona estaba bien atendido, pero todos nos enorgullecemos del ejemplo de una taína con poder político en nuestro pasado común.  Ya en tiempos de colonización, también es motivo de alegría conocer la posición de virreina y gobernadora que tenía María de Toledo.  Más adelante, en el período de la independencia, los aportes de María Trinidad Sánchez fueron tan valorados que se le puso su nombre a una provincia. De los años posteriores a la independencia tenemos a la poetisa y educadora Salomé Ureña, que quiso dar a otras mujeres la educación que recibió inicialmente por la vía de su padre, Nicolás Ureña Mendoza, así que dedicó esfuerzos para que las teorías de Eugenio María de Hostos fueran conocidas y aplicadas también a señoritas. En el siglo XX, las primeras manifestaciones de feminismo asumido vinieron unidas cercanamente a los sentimientos patrióticos.  Fueron principalmente las mujeres que escribieron a favor de la soberanía nacional a raíz de la ocupación militar por los Estados Unidos, quienes luego siguieron el liderazgo de Abigaíl Mejía y formaron el “Club Nosotras”, posteriormente denominado “Acción Femenina”, creado para trabajar por el derecho al voto de las mujeres dominicanas.  La mayoría de estas mujeres también avanzaban agendas que insistían en mayor apoyo social a las familias y al cuido, educación y salud de la niñez.

Durante el trujillato la participación pública de las mujeres creció y, como en el caso de los varones, hubo mujeres que empezaron queriendo colaborar con el régimen y luego, las circunstancias las llevaron a tener que abandonar esas posturas, es el caso de Carmita Landestoy.

Cada vez más contamos con personas que, sin importar sus simpatías políticas, entienden que una mayor integración de hombres y mujeres a ambas áreas de la existencia, la privada (el hogar, la familia) y la pública (la política, los negocios) es un arreglo conveniente para todos.

Frances Perkings

Hasta aquí he mencionado figuras asociadas con la República Dominicana, pero el caso de Frances Perkins, en los Estados Unidos, es la más fehaciente demostración de una actuación pública feminista conveniente para todos los trabajadores y para todas las familias.  En el año 1911, porque ya tenía cierta actividad pública y fue de las personas que vieron directamente en la ciudad de Nueva York el incendio en una fábrica textil donde trabajaban principalmente mujeres, fue nombrada como integrante de la comisión ciudadana de esa ciudad para establecer recomendaciones de seguridad que evitaran futuros desastres de esa naturaleza.  Lo hizo con mucho profesionalismo y calidad pero, a partir de 1915, ella debió retirarse de la vida pública durante unos años porque tuvo dos embarazos complicados e infructíferos antes de dar a luz a la única hija que pudo criar.  Pocos años después del nacimiento de esa hija, su marido, que era hijo de una familia que tenía propiedades industriales, pero no vivía de los beneficios que dejaban esas empresas, debió ser hospitalizado por problemas psiquiátricos y continuó entrando y saliendo de hospitales hasta el final de sus días.  Por necesidad material y también de su propia salud mental, ella volvió a la vida pública.

En 1933, cuando el antiguo gobernador de Nueva York con quien había trabajado a raíz del incidente del incendio asumió la presidencia, él la llamó y le propuso dirigir la Secretaría de Trabajo que él acababa de concebir dentro de su gabinete. Ella fue la primera persona, hombre o mujer, en ocupar ese puesto en EEUU y lo hizo de una manera ejemplar.  Sus prioridades fueron establecer las 40 horas semanales como el período de trabajo estándar, la aplicación de un salario mínimo, el seguro de desempleo, la abolición de la legalidad del trabajo infantil, la participación del estado federal en la respuesta a problemas de desempleo (algo sumamente importante en los años de la Gran Depresión) y la creación de un sistema de seguridad social.  El único objetivo que se trazó y que no se cumplió hasta más de setenta años de ella haber abandonado el puesto fue el de la creación de un sistema de seguro médico universal para su país. Sin embargo, su impronta trascendió más allá de las fronteras nacionales. Si su energía vital se hubiese dirigido únicamente al área familiar, todos hubiésemos salido perdiendo.  Querer reducir a las mujeres a la atención de las labores reproductivas y a los hombres a la esfera pública es una pérdida para los seres humanos y para la sociedad.  Hacerlo en nombre de Dios es empequeñecer a Dios.