Imaginarse que nunca llegaría el tiempo de las demandas médicas es desconocer la sociedad en que vivimos, la sobreabundancia de abogados, y el fardo de críticas y errores endilgados a la clase médica durante décadas. Si no lo vieron venir, fue porque mis colegas prefirieron actuar como gremialistas y politizarse; mantener un “colegio” que se ocupa de reclamar derechos más que deberes.
De acuerdo con datos comentados en su último artículo por el Licenciado Arismendi Santana Diaz, cerca de un 60% de los profesionales de la medicina violan la Ley 42-01 y se saltan la ética con demasiada frecuencia. Esas, y otras transgresiones, constituyen un viejo elefante blanco que pocos señalan, y al que las asociaciones de especialistas han prestado poca atención.
Parece que el gremio ha perdió su capacidad de autocrítica, quedando huérfano de reflexión y ciego ante las propias faltas. Se muestran permisivos a la hora de aplicar correctivos, y agresivos cuando reclaman reivindicaciones.
Las demandas medicas ni criminalizan ni sabotean; surgen cuando los pacientes asumen sus derechos legales y exigen un régimen de consecuencias
En el mismo artículo arriba citado, el preciso y atendible Lic. Díaz Santana, pregunta lo siguiente “¿Por qué cuestionar a una justicia incierta, precisamente cuando dicta una sentencia a favor de los más pobres?” “¿Dónde están los responsables de los cerca de 40 niños muertos en la maternidad de los Mina y de cientos de casos más?” Casos, añado, que en su mayoría pudieron evitarse aplicando controles y supervisiones rigurosas.
En Norteamérica y en otros países, cada estudiante de medicina tiene por sabido que, una vez graduados, el 32% de ellos serán demandados al menos una vez en el transcurso de su vida profesional. Por eso, se les educa en estrategias básicas para prevenir que esto ocurra: ganarse la confianza del paciente, cumplir con el juramento hipocrático, ética incuestionable, mantenerse bien informado, documentar al detalle el encuentro clínico, no mentir sobre el diagnostico ni el pronóstico, y mantener un sentido de humanidad y misericordia.
Pero si la demanda ocurriese, sus colegios, qué no gremios, disponen de estructuras que los asiste durante el proceso judicial. Pero antes- y es obligatorio- deben asistir anualmente a cursos sobre cómo evitar enfrentarse con la ley. De ahí, que de diez procesados solamente uno resulte condenado. Prevenir y no remediar, como asegura el proverbio.
Esos médicos extranjeros también odian las demandas, como el diablo odia la cruz. Tienen que someterse a sistemas de controles y supervisión que pueden resultar atosigantes, y pagar costosos seguros. Aun así, para ellos es un precio a pagar, una realidad inevitable con la que tienen que vivir.
Privados o estatales, los centros de servicios deben ocuparse obsesivamente de la higiene, el mantenimiento, y disponer de suministros adecuadas. Y, por supuesto, de administrar sin corrupción. Cero tolerancias frente a desatinos y violaciones. Nada de contemplaciones ni compadreos. En otras palabras: aceptar normas precisas, vigilancia, y consecuencias.
Sin lugar a duda, se abusará de ellas. Intentaran darse banquete leguleyos desaprensivos y pacientes caza fortuna. La relación médico- paciente se expone a sufrir, colocando a clínicos y cirujanos a la defensiva. Eso sucede al principio, luego viene la calma, la aceptación, y desaparecen los extremos. Ya sucedió así en otros países.
Las demandas llegaron para quedarse. Se instalarán en nuestra cultura como otras costumbres y hábitos de importación, cimentados por un mundo hiperglobalizado. Tengamos en cuenta la fuerte influencia del ir y venir de esa diáspora- en su mayoría residente en Norteamérica- que asimilan el vivir de sus países adoptivos.
Es un error irreflexivo demonizar las acciones legales contra los profesionales de la salud. Ante las demandas, la principal defensa es la prevención. Empeñarse a fondo en la tarea de seguir corrigiendo lo que nos cuesta tanto trabajo y tiempo corregir.