Con todo el respeto que me merece el presidente de la República, me siento en el deber de disentir de sus opiniones que en cierta medida se relacionan con mis recientes apresamientos, porque el que calla otorga. El suscrito ha sido víctima de una burda agresión, que en otras latitudes hubiese implicado una demanda al Estado.

El presidente ha señalado que los casos de apresamiento en los últimos días se trata de “ciudadanos que han sido buscado por la Policía Nacional es porque tienen asuntos pendientes”.  Nosotros hacemos vida normal en el mismo domicilio por 49 años, si tenía “asuntos pendientes con la policía” y estaba prófugo lo lógico era que me apresaran en mí casa, con una orden judicial competente.

No era pertinente apresarme de modo aparatoso un sábado al mediodía, esposarme y ficharme y solo decirme que estaba en rojo en la computadora de la policía,  para luego despacharme.

Más adelante ante la protesta de mis colegas, el director de la policía me invita a su despacho, y tras salir de allí se produce lo que menos esperaba tras una reunión muy cordial: en menos de 10 minutos vuelven a apresarme "porque tengo asuntos pendientes con la justicia".

El lunes 24 de julio se me informa que tenía una querella por la custodia de unos de mis hijos desde 2010, que su madre se trasladó de inmediato desde el interior y la descartó, siendo aceptada como buena y válida por la justicia.

¿Por qué 13 años después tanto empeño por ejecutar una querella que hasta yo desconocía? ¿Por qué la necesidad de atropellarme, desconsiderándome en la calle, apresándome como un asaltante dos veces, inclusive después de conversar con el director de la policía, quien debió por lo menos excusarse ante nosotros porque fuimos atropellados de nuevo al salir de su despacho? ¿Qué ciudadano en condiciones similares a la nuestra se atreverá a aceptar una invitación del director de la policía?

Insisto en que todo se debe a una retaliación por mí artículo del pasado año en el periódico Acento,  cuando protesté que un cuartel de la policía llevara el nombre del general responsable de la muerte de dos estudiantes.

También luce sospechoso que la policía se presentara al acto que en homenaje a Otto Morales fue celebrado el domingo 16 de julio en el Club San Lázaro. Yo estaba allí presente como miembro de la Fundación Maximiliano Gómez y fui retratado junto a muchos de los asistentes. ¿Por qué tiene la policía que ir a ese tipo de acto a tomarles fotos a los asistentes? Me resulta suspicaz que el sábado siguiente fuera apresado, con el agravante de que todavía no puedo utilizar mi vehículo, adquirido con el fruto de mi trabajo, no por actos de corrupción. Para usarlo debo tener una certificación oficial, para que no me vuelvan a desconsiderar, y tengo que esperar todo ese proceso burocrático, que desconozco el tiempo que tomará.

Tras 51 años de ser apresado en la UASD durante el ametrallamiento de la universidad del 4 de abril de 1972, cuando asesinaron a la estudiante Sagrario Díaz, y ser fichado en el servicio secreto, nunca jamás había tenido problemas con la policía que ahora, en menos de 72 horas, me apresó en dos ocasiones. Me esposaron y ficharon de nuevo y no me permiten utilizar mi vehículo.

El temible jefe del Servicio Secreto de aquella época, Caonabo Reynoso Rosario, tenía mucha razón cuando en tono de burla nos dijo a los dirigentes estudiantiles presos que esas fichas políticas siempre permanecerían en la policía.

¡Sométanme si soy un delincuente tan peligroso con asuntos pendientes!