Las autoridades han calificado como un “hecho aislado” el asalto a un soldado del Ejército mientras agotaba su turno de guardia en un área de vigilancia en la zona fronteriza, en Los Corozos, perteneciente al Municipio Restauración en la provincia de Dajabón. Sin dudas, el pronunciamiento tiene la buena intención de disminuir la tensión por ese acontecimiento provocativo, para no hacerle el juego a quienes desean envolvernos de modo radical en la muy deplorable vorágine que se respira en el vecino país. No obstante, pese a ser un “hecho aislado”, ese crimen horrendo debe servir de alerta para corregir aspectos descuidados en esa importante área, que por las circunstancias especiales merece la atención de todos los dominicanos.
Sin pretender competir con el necesario y aguerrido comentarista Ramón Tolentino, el pasado año recibí una confidencia directa de militares en la frontera que me manifestaron una gran preocupación por debilidades en los servicios que prestan en esa delicada zona. Para evitar que me volvieran a trancar (ya me apresaron en este Gobierno, como en el de Balaguer) opté por engavetar la denuncia, pero estimo que es pertinente en estos momentos.
En la frontera a raíz del agravamiento de la crisis haitiana y las inexplicable actitudes provocativas de pretender construir un canal para desviar de modo unilateral las aguas del río Masacre, las fuerzas armadas han trasladado equipos militares modernos para disuadir cualquier tipo de incitación perniciosa, como ya ha ocurrido. Se realizan rondas militares motorizadas de persuasión con cierta frecuencia, pero no pueden permanecer de modo constante en circulación por lo costoso de estos operativos.
En el día a día de la frontera es regularizado por los guardias de servicio en los múltiples puntos de vigilancias, quienes asumen la responsabilidad de resguardar el perímetro limítrofe de manera permanente.
La información que nos llegó indica que un guardia de servicio solo recibe seis cartuchos de balas en estos puestos de centinelas, para un servicio de esa naturaleza son muy escasos. El guardia tras terminar su turno, al entregar el fusil se lleva sus cartuchos y si los utiliza debe rendir un informe sobre el particular. El problema es que los traficantes de inmigrantes ilegales haitianos y criollos saben que estos tienen pocos cartuchos y cuando necesitan realizar un operativo delictivo inician operaciones provocativas y van contando los cartuchos de los guardias, para entrar en acción cuando sea oportuno. Este no es el primer soldado que muere en un servicio de estos, el año pasado asesinaron un miembro del Cesfront en condiciones más o menos semejantes en el callejón de La Bomba en Dajabón.
Nos informaron que este tipo de incidentes aunque no son frecuentes, se presentan. Por lo tanto, esos puestos fijos de vigilancia deben ser reforzados en estos momentos especiales, no pueden descansar bajo la responsabilidad de uno o dos centinelas, sino con tres o más y con cartuchos de balas suficientes para repeler cualquier agresión. Obviamente siempre con la prudencia necesaria, evitando los “gatillos alegres” (sin trasladar a la frontera los “intercambios de disparos” de la policía) y solo usar las armas en intentos creíbles de ser agredidos o en casos extremos como ocurrió con el joven soldado Bartolo Familia Solís.
En torno a las heridas mortales del soldado Familia Solís, aunque no se han establecido de modo público se tiene entendido que no perdió el conocimiento de inmediato, pues llegó a hablar, pero con heridas que aparentemente perforaron varios órganos, y alguna arteria secundaria (que no lo mató de inmediato) que lleva sangre oxigenada al organismo en menor cantidad, pero que se desplaza en un circuito cerrado fisiológico que al romperse por herida de bala provoca una hemorragia que conduce a un shock hipovolémico o sea una insuficiencia de sangre arterial que puede provocar la muerte de manera inminente. El largo traslado para un herido urgente de Los Corozos en Restauración a Santiago Rodríguez con heridas casi mortales, impidió que se recuperara. Nos consta que en Santiago Rodríguez existe un personal quirúrgico capaz, pero por la larga travesía con un paciente sangrando las posibilidades en el quirófano eran muy escasas.
Se debe advertir entre las medidas preventivas mantener áreas quirúrgicas en lugares cercanos a la frontera, obviamente resarciendo muy bien con dietas a quienes asuman esa responsabilidad. Las autoridades siempre están dispuestas que especialistas se trasladen a zonas alejadas, pero sin dotar de las compensaciones económicas correspondientes a un personal que se ha preparado en base a múltiples sacrificios.
Ya en el pasado, desde los enfrentamientos con los vecinos cuando trataban de impedir el nacimiento de nuestra República, se ponderó el uso de hospitales de sangre o de guerra. El primero fue instalado en Azua para 1845. El médico de primera clase J. A. Rosó era el médico jefe del hospital de sangre. Telésforo Volta y José Bernal fueron los primeros practicantes, recibían un salario de ocho pesos mensuales, que era mucho dinero en la época.
Aunque la orden del día para los dominicanos es manejarse con suma prudencia ante estos acontecimientos, también debemos estar preparados para cualquier eventualidad, siempre actuando como sentenció un gran líder oriental: «Con razón, con ventaja y sin sobrepasarnos».