Las familias originarias de esta provincia  no eran acaudaladas ni intelectuales, sino agricultoras. Pero, desde que llegaron para fundar la colonia y definir la frontera respecto de Haití, en 1927 y años subsiguientes, sembraron y enarbolaron valores que convirtieron la comarca en un rincón envidiable de la geografía nacional.

Solidaridad, amistad, lealtad, honestidad, honradez, respeto, responsabilidad, limpieza, trabajo, cuidado del ambiente y organización representaban su normalidad pese a la dureza del entorno. En general, no aceptaban excusas para prácticas que chocaran con esos parámetros. Ni siquiera en sus conucos de subsistencia.

Su modo de vida redituaba tranquilidad, seguridad, silencio, integración, trabajo, cero drogas y violencia, reconocimiento de lo bueno y un pueblo limpio y ordenado orgullo de todos. El robo, las invasiones de tierras ajenas, el ruido y el irrespeto al otro, sobre todo, a los mayores de la comunidad, resultaban inaceptables.

La improvisación de botaderos de basura en los frentes de las casas y en las calles nunca fue característico de Pedernales; barrer e irrigar las aceras y calzadas eran cotidianos. Pintar las casas, cada año, con motivo las navidades, devenían en una especie de ritual que nada ni nadie paraba.

Las malas prácticas no cabían en el pueblo porque los primeros en atacarlas eran los padres y las madres, sin importar que los culpables fuesen sus hijos. La delincuencia carecía de espacio para fermentar. Ni de “cuello blanco” ni callejera.

Con su conducta, aquellas familias se convertían en las principales aliadas de las autoridades. Y todo resultaba más fácil.

Pero resulta que un día todo comenzó a cambiar. El oportunismo politiquero y económico sumergieron en el más hondo olvido los valores sembrados y abonados por los colonos y las dos o tres familias que les antecedieron. Sólo los cantaletean en ocasiones, como circo, para disimular las mañas. Los vividores necesitan un pueblo caótico, enajenado, incapaz de resistirse. Saben que en ausencia de conciencia colectiva crítica, se abren las compuertas al fácil enriquecimiento individual con base en erario, el contrabando y el narcotráfico.

Los crecientes atracos y escalamientos de viviendas, negocios e instalaciones públicas, a cualquier hora; la venta y el uso de drogas como si fuese un deporte; la tiradera de basura en balnearios y otros atractivos; el uso de la costa contigua al “maleconcito” como meadero de borrachos; el ruido y los siniestros de motocicletas, a menudo mortales; el uso del parque central como una barra de mala muerte de unos cuantos y el desorden urbanístico son algunos ejemplos del deterioro social provocado por la erosión intencional de los buenas prácticas enseñadas por las primeras familias.

Y eso es fatal de cara a la vida futura de la joven provincia (1957) y al plan de desarrollo turístico anunciado por el presidente Luis Abinader. Pedernales camina a establecerse en “tierra de nadie” y llegará, a menos que sea intervenida sin dilación, de manera integral.

Suerte que aún queda algo de tiempo para reaccionar.

Por esas razones, será oportuna la puesta en marcha, el jueves 11 de febrero de 2021, de un programa para el desarrollo local promovido por el Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo, con el apoyo de una agencia internacional. Allá estarán el ministro Miguel Ceara Hatton y el viceministro de Cooperación Internacional de Turismo y director ejecutivo del Proyecto Turístico de Pedernales, Carlos Peguero.

Se trata de una muy buena señal. Denota seguimiento por parte del Gobierno a su objetivo mayor de desarrollar el turismo; integración de dos instituciones clave en el proceso y, en especial, una visión oficial integral a partir de la planificación situacional que hemos reclamado durante muchos años.

Las autoridades están en el deber de revertir el crecimiento alocado de esta provincia del extremo sudoeste del territorio dominicano. Detener el hurto de terrenos ajenos y la arrabalización de su periferia con suburbios improvisados que han apadrinado los malos políticos. Garantizar seguridad pública y jurídica con policías y guardias eficientes y eficaces. Cambiar el caos en la frontera por un sitio seguro y atractivo para visitantes. Trabajar entre todos por la salud, la educación y la producción. Impulsar el desarrollo local a la par con la zona hotelera.

Lograr todo esto implica empoderar a la comunidad; invitarle a participar activamente sin terror politiquero; motorizar procesos de comunicación que contribuyan a la toma conciencia sobre la importancia de sentir orgullo por lo suyo, y lo defiendan con uñas y dientes, siempre y sin que nadie mande. Porque ya pasaron los tiempos de la planificación normativa, esa que diseñan los expertos en cuartos fríos, sin participación comunitaria.

El desarrollo local sostenido sería el mejor antídoto para reducir el impacto negativo que han evidenciado otros polos turísticos diseñados al margen de la gente. Y representaría el mejor monumento a las familias que fundaron al Pedernales con valores.