Luego de la gran demostración de civismo y democracia que celebramos el pasado domingo en la República Dominicana, he decidido extraer algunas conclusiones y detalles puntuales de lo que ha sido mi primer voto durante el pasado torneo electoral.
Las elecciones transcurrieron en paz. La gente salió a votar. No hubo percances mayores. Los resultados eran lo que la mayoría esperaba, debido a que prácticamente todas las encuestas adelantaban los mismos resultados, aproximadamente: reelección del presidente y victoria en primera vuelta. Ahora bien, esto no significa que no nos haya arrojado datos interesantes con los cuales podamos realizar un análisis de lo que ha pasado, y, por supuesto, vislumbrar el futuro, como nos encanta a los seres humanos. Vivimos en una búsqueda infinita del presente, olvidándonos que cada segundo que nos sucede se va convirtiendo en pasado.
Sin duda alguna, estos resultados le ocasionaron felicidad y júbilo a muchas personas, empero, ha sumido en el desencanto y el pesimismo, a otros, que ahora se convierten en vestigios del pasado.
En esta misma línea de emociones encontradas, los resultados del pasado domingo nos indican que las ideas de derechas motivan más al electorado dominicano, que las ideas de izquierdas, como está sucediendo en varios países de América Latina. Aunque cabe resaltar que, hablar de ideologías políticas en nuestro país, sería como tratar de exprimirle el agua a una piedra, como demuestran empíricamente los resultados de las elecciones. De los partidos, entre todos los cuales se podría “implicar cierta ideología”, sumaron menos de cien mil votos a nivel presidencial.
El dominicano, en definitiva, no tiene sentido ideológico, o sea, conciencia ideológica o de partido. Es decir, los votantes, acuden a las urnas sin motivación ideológica. En el caso de la capital, muchas personas convirtieron su voto en una amalgama de partidos y colores, dividiéndolo en algunos casos en tres partidos diferentes. Es una señal evidente de que el partidismo en nuestro país está en crisis. Esto nos lo demuestra la fuerza que posee el líder de la oposición, Leonel Fernández, que desplazó toda la estructura de un partido en torno a su persona. El “leonelismo” demostró ser un sentimiento, que ha perdurado en el tiempo, concretamente, en los últimos veinticinco años, porque es sustentado por su idea y obras de transformación y modernización y guiado por un líder natural. En cambio, lo que se llamó el “danilismo” demostró ser no más que un sentimiento coyuntural, fruto del poder que, durante su mandato, su liderazgo concitaba. Leonel Fernández sigue liderando masas, pese a que ya lleva más de doce años fuera del Palacio Nacional. Este liderazgo que posee el doctor Fernández lo diferencia de los otros grandes políticos del pasado, que ya no logran el favor de la población, como el caso del PRD y PRSC, que sacaron menos de un 1%.
Leonel Fernández aparenta ser una figura mesiánica para gran parte del electorado que, literalmente, lo visualiza como el único capaz de tomar o retomar el mando de la Nación. Con su partido, Fuerza del Pueblo, relativamente nuevo (fundado en 2019) y sin estructura, logró incrementar su masa electoral, con respecto a la cantidad de votantes, que obtuvo en 2020, convirtiéndola en la principal fuerza opositora del país, tras estas elecciones recién pasadas.
El PLD, relevado a un lejano tercer puesto y sin presencia alguna en el Senado, está encaminado a su desaparición, según las tendencias, o por lo menos, en el corto plazo, a seguir el mismo camino del PRSC y PRD, si no se renueva. Inclusive, su presidente, Danilo Medina, durante la campaña, había vaticinado que el partido que quedase en tercer lugar, estaría destinado a la desaparición. Veremos si su predicción fue acertada o no.
Para nadie es un secreto que la contienda que despertó más interés a nivel nacional, fueron las del nivel senatorial en la capital. Esto debido a la masiva cantidad de publicidad, fondos estatales, oficinas gubernamentales, voluntad del gobierno, funcionarios públicos incorporados a la campaña, miembros de la prensa, entre otros factores que intervinieron, con el objetivo único de aplastar la candidatura de un joven y promisorio diputado de 32 años. Esta suerte de imposición desde el poder, a como diera lugar, generó una indignación generalizada entre los capitaleños, que usaron el voto como castigo. Indirectamente, los miembros del partido oficialista crearon un monstruo, y lo llevaron a dimensiones presidenciales futuras. Omar Fernández, quien demostró que sí se podía vencer al Estado, se perfila desde ya como uno de los favoritos para una hipotética batalla por la presidencia de la República, en el 2028.
Otro análisis que podemos sacar de estas elecciones, y que es muy importante a tomar en cuenta, es el abstencionismo, que ha ido tomando más fuerzas en los últimos años, y que es un fenómeno mundial. Una de las principales causas de esta abstención, que ya es generalizada, es la desaparición de los líderes en nuestra política. En el siglo pasado, la política era un acto que motivaba a los jóvenes a estudiar y prepararse para poder ser parte de los debates políticos que, en ese tiempo, eran intelectuales e ideológicos. Hoy, la política es protagonizada por dirigentes políticos, motivados por las ganas de ocupar el poder y gobernar, sin una idea ni sentimiento como guía. El dominicano en general no encuentra diferencias, ni en idea ni en práctica, entre los principales partidos políticos ni entre sus dirigentes o actores políticos, y estas son otras de las causas de la abstención electoral.
La abstención estuvo cercana al 45% e incluso fue mayor al 50% en varias regiones. De 8 millones de personas hábiles para votar, ejercieron su derecho y deber solamente 4 millones. La más alarmante es la casi total abstención del dominicano del exterior, en particular de Europa, donde se abstuvieron de votar más del 80% de los dominicanos. El candidato presidencial que salió vencedor solo obtuvo un 30% de apoyo del padrón electoral. Lo que quiere decir que este gobierno fue reelecto por una minoría, como sucedió también con las pasadas elecciones municipales.
Esta abstención inducida, en regiones de bajo poder adquisitivo, es claramente provocada por la compra de cédulas y votos. De igual manera, ya se puede inferir, como parte de la abstención, una clara apatía política y una generalizada desconfianza en el sistema político y electoral, aparte de un desapego y un desinterés en los candidatos.
De por sí, todo nivel de abstención superior al 40% es considerada alta. Por lo que se debería de apoyar cualquier iniciativa que pretenda realizar un mecanismo, que convirtiera en obligatorio el voto. Sería la única manera de frenar esta creciente apatía política y, por consiguiente, de salvar nuestra democracia ante la escasez de líderes, que despierten el fervor de antaño por la política, entre los jóvenes de hoy.
Con respecto al presente, al que un día incluso algunos miembros de su propio partido apodaran “tayota”, hoy le deben gran parte del éxito que hoy gozan y exhiben, gracias a que supo crear y mantener la unidad y cohesión entre los dirigentes del PRM. Mirando hacia el futuro, Luis Abinader, sin intenciones electorales para el 2028, pues la constitución se lo prohíbe (en su discurso de celebración del triunfo anunció que no se postulará), se concentrará en sanear una economía en crisis y tratar de dejar un legado para la historia, dejando reformas estructurales trascendentales y una economía próspera, que será posible aplicando medidas de austeridad al inicio del próximo mandato con políticas de choque económico, para forjarles el camino a los posibles sucesores dentro de su partido. No obstante, en mi opinión, su mayor desafío será mantener la unidad de su partido, la cohesión del tren gubernamental y la sucesión presidencial dentro de su partido. Al estar inhabilitado para ser candidato, los liderazgos dentro de su partido comenzarán –si no es que ya comenzaron—, a crear sus propias vías para llegar al poder. Por consiguiente, priorizarán sus intereses personales y vocación de poder, y por tanto, lo irán dejando cada vez más solo en el gobierno.
En última instancia, el futuro de nuestro país está en nuestras manos. Abracemos las ideas de la libertad. Sigamos trabajando cada vez más unidos para construir una sociedad más justa y equitativa para todos. Y entender que, a pesar de los resultados del domingo 19 de mayo, el lunes, el sol apareció en el horizonte, indiferente a la ira de los derrotados o a la embriaguez de los vencedores. La vida siguió y seguirá su ciclo eterno.