Referirse a una amistad tradicional entre Estados unidos y la República Dominicana es incorrecto. Utilizar el término amigo como sustantivo o adjetivo no es aplicable. La amistad envuelve “afecto muto, generalmente desinteresado, que nace y se fortalece con el trato”. Entre amigos, debe darse una interacción sin jerarquías. En las actuales circunstancias, ayudaría intentar definir y aclarar el trato que históricamente hemos llevado con esa magnífica e influyente nación
Bregar con imperios no suele ser cosa de amigos, nunca lo fue. Llámense romanos, británicos, rusos, chinos, españoles, napoleónicos, o yanquis, lo suyo no es andar por el mundo buscando amigos. Entre países de enormes diferencias militares, económicas y políticas, el de mayor poder escoge el trato a conveniencia propia. Solamente entre quienes llegan a respetar sostienen algo cercano a la amistad (Atención a lo del respeto.)
Es en la definición de aliado, socio y súbdito que entenderemos la dinámica y la realidad del trato que recibimos del avasallador e inevitable vecino.
En ocasiones, fungimos de socios: perseguimos fines de mutuo beneficio económico o geopolítico. Socios, aun seguimos siendo. En otras, actuamos como aliados, ya sea espontáneos o forzados. Súbditos, directa o indirectamente, somos: es la forma tradicional de trato jerárquico que imponen los imperios. Al final, resultamos ser una mezcla de súbditos, socios y aliados (con tres cucharaditas más de lo primero). Amigos, nunca.
Algo esencial en la amistad, en la auténtica, es el respeto mutuo. A mis amigos debo respetar; de lo contrario, otra cosa sería. Es necesaria, aparte del cariño, una admiración que selle y defina el trato. Pero, “sucede y vine a ser” que nosotros respetamos y admiramos a los gringos, aunque ellos a nosotros no.
Somos y seguiremos siendo frente al “imperio del Norte” una “república bananera”. Bien ganado nos tenemos el mote. Quien no se respeta no pude darse a respetar. Antes que los americanos, iniciaron el irrespeto nuestros gobernantes. Lo hicieron ayer y hoy. Por eso resulta fácil humillarnos y sacarnos ventajas: es una costumbre de nuestro liderazgo político. Entonces, ¿por qué no lo haría un imperio? Ese trato desigual y discretamente autoritario que recibimos – y del que hoy nos quejamos – lo cosechamos aquí. Reflexionemos y llegaremos a la conclusión de que poco hacemos para poder ser admirados como nación.
Repasemos la historia de las intervenciones americanas y, siendo objetivos, casi todas las invasiones de una u otra manera fueron provocadas por los desmanes de las elites dominicanas y sus frecuentes anarquías. Quienes gobiernan, con su incapacidad, rapacidad, intrascendencia y ejercicio político gansteril, sostienen y fomentan un aparato judicial que pide limosnas al mando de forajidos expresidentes, que poco o nada hicieron por sacarnos del oscurantismo.
¿Qué consideración o qué respeto pueden tenernos los norteamericanos ante tan reiterados desgobiernos, ante el desmadre rapaz de nuestros representantes electos, ante tanta mediocridad y falta de trascendencia de la clase política?
Seguiremos siendo una “república bananera” ante sus ojos. Como tal nos tratan. Conocen al dedillo que aquí “por los cuartos baila el mono”. Saben que esos monos, cuando se visten de seda y negocian con ellos, monos se quedan. Este es un país de súbditos, aliados a conveniencias y socios circunstanciales a los cuales es fácil irrespetar y desconsiderar.
No andemos quejándonos de amistades zaheridas. A esta “republiqueta”- como solía llamar a este país el Dr. Carvajal Martínez – no se le considera una amiga ni se le tiene respeto. Es que esa enojosa deslealtad y egoísmo del que maldecimos, tiene materia prima criolla. Hecho en RD para consumo de cualquier imperio.