Henri-Fréderic Amiel (1821-1881) fue un moralista y escritor suizo, autor de un célebre diario íntimo que se extiende a lo largo de más de dieciséis mil páginas. También filósofo, fue un hombre con una formación amplia y profundas convicciones calvinistas que ejerció la docencia en Ginebra hasta casi el fin de sus días. Sin embargo, su carencia absoluta de habilidades sociales le supuso un aislamiento crónico…

Su obra solo fue publicada póstumamente y su fama se centra en la publicación de varios fragmentos del diario íntimo que escribió desde 1847 hasta unos días antes de su muerte; es decir, durante casi cuatro décadas se dedicó a describir los avatares de su vida, un relato en el que canalizó su dolor y su soledad. Sin saberlo, fue el primer autor de un diario íntimo en la historia de la literatura.

Desde luego, su vida trágica, con el fallecimiento temprano de su madre -cuando él solo tenía 11 años-, el posterior suicidio de su padre un año después, la separación de sus hermanos y la acogida en casa de unos tíos, marcó su personalidad.

El análisis de la misma y de sus frustraciones ha motivado a diferentes especialistas en salud mental  a realizar estudios sobre él. Así, en 1932 el insigne doctor Gregorio Marañón que su especialidad era la Endocrinología pero que siempre se interesó por el vínculo conducta y metabolismo publicó su libro Amiel. Un ensayo sobre la timidez, del que conservo un ejemplar y del que, por la fascinación que me genera, siempre compro un título de sus ediciones más recientes. Además, la vida de Amiel es una buena excusa para recurrir, una vez más, al maestro Marañón.

La personalidad externa de aquel hombre suizo del siglo XIX era la de un perfecto ser insignificante. Parecía un hombre común y corriente, con una vida sin pena ni gloria, vulgar. Incluso le llegaron a calificar de cretino, el perfecto incapaz de hacer y de atreverse a dar el paso de expresar sus sentimientos e ideas, que eran geniales, pero en las que él no creía. En fin, una persona que podría parecer un personaje de ficción, pero que fue real.

Y, sin embargo, el filósofo Henri-Fréderic Amiel dejó escrito: “Los hombres de ahora vivimos en una trágica disociación entre nuestra personalidad íntima y nuestra vida aparente”. Una persona que parece incapaz también puede ser una persona tímida, cuyos impulsos son reprimidos y sus habilidades sociales inexistentes y erráticas. ¿Cómo se pueden construir estos estados de inferioridad y timidez extrema que solo podía aliviar con la escritura para canalizar la angustia vital que le impedía ser y se aislaba literalmente en su mundo y bajo su propio control?

En su descripción de lo patológico de esta persona, don Gregorio Marañón expresó que veía en Amiel al arquetipo desde el punto de vista de Platón de la búsqueda constante del bien perfecto (duda constante) como modo de ser; la expresión de la inferioridad autentica. En su diario, Amiel no tiene secretos, al contrario, los desveló todos, y apreciamos el constante autoanálisis, su tendencia a la introversión y a la melancolía, la carencia afectiva precoz, el hombre reprimido el hombre frustrado…

En nuestro mundo de hoy, en el que no existe el pudor y cada día salimos desnudos sentimentalmente para demostrar nuestros sentimientos más íntimos en una esfera virtual inabarcable, en la que hablamos y actuamos desde el Yo más hipertrofiado, las características que hicieron singular a Amiel son impensables…