Nuevo año. El SARS COV 2 sigue rondando, continúan vigentes la vacunación y las necesarias medidas de prevención y protección. Pero mientras, el mapa político continental 2022 habrá cambiado sustancialmente. En 10 de las 11 elecciones presidenciales realizadas desde el 2019 los resultados han desfavorecido a las corrientes gobernantes predominantes y todo parece indicar que en Brasil y Colombia ocurrirá este año. Más aun, con diversidad de enfoques y prácticas, de los 20 países de habla hispana o portuguesa en las Américas, al menos 10 y muy probablemente 12, estarán gobernados por movimientos políticos considerados de izquierda y centro izquierda, declarados contrarios al programa neoliberal y pensamiento único emergido del “Consenso de Washington”, promovido como panacea para todos nuestros males económicos y sociales.
Muchos políticos y presidentes latinoamericanos acogieron entusiasmados, cual catecismo político, las propuestas neoliberales. Nuestro continente fue considerado el más aplicado alumno de estas recetas. Los prestamos llovieron sobre nuestros países, la deuda externa creció y se hizo impagable.
Hoy, 40 años después, los pueblos latinoamericanos se alejan, huyen, del neoliberalismo y esas ideas parecen “démodé”. Pocos políticos y académicos se animan a identificarse seguidores de las mismas. Salvo uno que otro distraído, prefieren impulsarlas discretamente como bacalao disfrazado.
El llamado “Consenso de Washington”, alcanzado en 1989, substituyó ideas básicas del “Tratado de Bretton Woods” (1945) que, influenciado por las ideas de Keynes y del presidente Roosevelt, promovió el intervencionismo estatal, originó el sistema financiero internacional, encabezado por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, guió los ajustes de las economías mundiales pos segunda guerra mundial y se originaron los programas de desarrollo de las Naciones Unidas. En América Latina, la CEPAL promovió la “substitución de importaciones” y en 1975 la integración de mercados que dio origen al Sistema Económico Latino Americano (SELA).
En 1989 cayó el muro de Berlín, el llamado “campo socialista” hizo crisis y emergió un mundo unipolar, creándose una oportunidad política descrita por el presidente Busch padre, en su célebre discurso (1990), en tono triunfante, como el “Nuevo Orden Mundial”.
En lo económico, el Consenso de Washington, reivindicó la teoría económica neoclásica y orientó al predominio absoluto del mercado; y como base ideológica se conformó el “neoliberalismo”, el cual se asumió, afincado en el positivismo, al estilo del Círculo de Viena, como el único pensamiento científico válido en ciencias económicas y sociales.
Entre las ideas clave del programa neoliberal se incluyó la reducción del gasto público, la privatización de los servicios públicos: salud, seguridad social, transporte, seguridad ciudadana, servicios de agua y alcantarillado, y otros que, no obstante sus deficiencias, eran considerados como “bienes públicos”, financiados o al menos gestionados como públicos, en la mayoría de los países latinoamericanos, desarrollados por gobiernos democráticos que emergieron con posterioridad al derrocamiento de las dictaduras que, con respaldo internacional, plagaron nuestra geografía hasta los años 60. También se incluyó la liberalización del comercio internacional, la desregulación de los capitales y reformas fiscales que sustentaran la “disciplina fiscal” que permitiría superar los déficits y pagar la deuda pública internacional.
Se apostó todo al crecimiento económico y al “saneamiento” de las finanzas públicas, con la promesa de que la pobreza se superaría con el “derrame” de la riqueza producida por los sectores más favorecidos: “Cuando la marea crece, todos los barcos suben”. En ese marco ideológico, las políticas sociales no son consideradas asunto de derechos, sino iniciativas remediales transitorias para los más pobres, mientras la economía despega y “boronea”.
Se produjo una mayor concentración de la riqueza y deterioro de las ya limitadas redes de protección social existentes, con ampliación de brechas de inequidad. La política cambió de sentido, el clientelismo se hizo dominante y su consecuencia casi inevitable, la corrupción, se entronizó, para financiarla. Ambas corroyeron la democracia y la política terminó convertida en mero mercadeo de personas y personajes. El desempleo, el subempleo y la precarización de los empleos predominaron. La tesis del “Estado mínimo” predominó la captura de las decisiones públicas por intereses particulares se hizo norma.
La promesa neoliberal naufragó, dejando una trágica estela de desgracias sociales: sistemas de salud y seguridad social, y sistemas educativos, que no responden a las necesidades y derechos ciudadanos ni logran elevar la calidad de la vida; grandes masas poblacionales con ingresos que no satisfacen necesidades básicas; y huérfanas de liderazgos visionarios, con aliento estratégico. El narcotráfico ocupó espacios vacíos de autoridad pública. La democracia, otrora promesa redentora, se vació de contenido. La política se preñó de clientelismo y su cuasi inevitable consecuencia: corrupción. Los niveles de pobreza en América Latina son hoy los más elevados de los últimos 20 años.
Masivas movilizaciones sociales demandan derechos y cambios sustanciales en las políticas económicas y sociales, sobre todo en salud, seguridad social y educación, en varios países. Los pueblos latinoamericanos parecen caminar en dirección contraria al neoliberalismo y demandar nuevas ideas y liderazgos. Una nueva diversidad política parece abrirse paso.