Entre las amenazas a la democracia moderna existe una práctica que asociamos con las dictaduras, pero que en las sociedades occidentales polarizadas ha ido adquiriendo una presencia cada más notable: la cultura de la censura.

 

A diferencia de lo que ocurre en los regímenes dictatoriales, la censura no se instaura desde el Estado, como aconteció con los regímenes totalitarios de Hitler o Stalin. Se trata de algo más sutil, una censura cultural que emerge de la articulación de movimientos sociales que defienden una causa moral o política.

 

La censura cultural es generada tanto por sectores relacionados con la extrema derecha como por una corriente identificada con las causas de la izquierda liberal -la igualdad de género, la interculturalidad, la diversidad de la orientación sexual- que promueven lo que se ha denominado “cultura de la cancelación”. Si desde la extrema derecha se intenta prohibir una obra científica que cuestiona la lectura literal del Génesis, desde la izquierda radical se pretende que una novela sea excluida de los planes de estudio escolares porque describe la atmosfera intelectual de los Estados racistas del sur norteamericano en la década del 20 empleando el término racista “nigger”.

 

El Premio Cervantes, Sergio Ramírez, ilustra la situación con varios ejemplos que permiten comprender la situación con claridad en un artículo donde compara nuestra época con la etapa en que los nazis iniciaron la quema de libros indeseables al régimen fascista. (https://elpais.com/opinion/2022-11-09/hogueras-encendidas.html).

 

Podemos diferir de la comparación y tildarla de exagerada, pero lo cierto es que los valores democráticos quedan gravemente lesionados cuando se censuran obras, textos o discursos por razones morales o políticas.

 

Resalto que la censura cultural no solo proviene desde los sectores de la extrema derecha, porque resulta paradójico que grupos que dicen luchar por un principio tan democrático como la inclusión y la diversidad pierdan la sensibilidad dialógica y estén dispuestos a promover boicots contra escritores o cineastas que no comparten su ideario; se resistan al debate critico e intenten silenciar las voces de los pensadores del pasado que no tuvieron la mirada para prever la ignominia de la esclavitud, del racismo o del sexismo.

 

La auténtica actitud democrática consiste en promover espacios para el debate, no en clausurarlos. Ninguna causa, por noble que sea, justifica la censura, porque en el proceso que acallamos las voces de los demás nos vamos convirtiendo en personas tiránicas. Un pensador no democrático, Friedrich Nietzsche, parece tenerlo más claro que ciertos movimientos democráticos: “Quien con monstruos lucha cuide de no convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti”.