Dedico esta serie muy especialmente a todas las escritoras dominicanas, y en particular a mi esposa, Mónica Volonteri, a Ilonka Nacidit Perdomo y a Ángela Hernández Núñez.

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Amelia Francasci (nombre literario de Amelia Francisca Marchena Sánchez (1850-1941) es conocida como la primera novelista en un siglo en el que las narradoras escasearon en la República Dominicana.

No se contentó con ser narradora, no obstante, sino que, además, dio a sus historias un contexto urbano, bebió en las aguas del exotismo que irrumpía entonces con fuerza en las letras europeas de aquellos años finales del siglo XIX y primeros del XX en los que su producción literaria tuvo su período de mayor productividad, se apartó de las convenciones de una sociedad gazmoña que pretendía mantener a la mujer confinada al desempeño de roles domésticos y ejerció igualmente la crítica literaria y la prosa reflexiva en defensa de sus propios principios.

Como si esto fuera poco, y aunque la historia oficial no la haya tenido en cuenta, vale la pena mencionar su incursión en la política local en por lo menos dos circunstancias que marcaron crucialmente el curso de la vida nacional en aquel difícil tránsito del siglo XIX al XX.

La primera fue el complot que condujo al ajusticiamiento del dictador Ulises Heureaux (Lilís) en 1899. En ese momento, ella prestó su casa para que se reunieran los conspiradores y sirvió de enlace entre los organizadores y los gestores del magnicidio.

La segunda circunstancia fue durante el período comprendido entre 1903 y 1904, en el curso del cual participó activamente en el fallido intento de unificar a horacistas y jimenistas, luego del derrocamiento del primer breve gobierno de Juan Isidro Jimenes el 26 de abril de 1902.

Junto con la estrecha amistad que le unió durante décadas al arzobispo Fernando Arturo de Meriño (1833-1906) y a otras importantes figuras de la vida social y cultural de su época, fue de hecho esta participación suya en la política –y no la innegable calidad de su producción literaria– el factor que más contribuyó a consolidar su visibilidad en la escena social dominicana de ese período.

Sin duda, la Francasci contrasta con la mayoría de las mujeres dominicanas de su condición que fueron sus contemporáneas, pero no solamente debido a su formación académica y su, aunque tardía, bien ganada reputación en el ámbito de las letras.

Su casi desconocida condición de mujer de ideas pudo ciertamente pasar casi desapercibida a los ojos de sus contemporáneos debido a la situación de reclusión en que se vio obligada a vivir por culpa de las precarias condiciones de salud que la afectaron tanto a ella como a su madre, a su marido y a varios de sus hermanos a lo largo de su vida.

No obstante, fue la política lo que la condujo a poner fin a este confinamiento y a convertirse en una mujer de acción, hasta que, en el fragor de su activismo, comenzó a ver repartida por los campos y pueblos de todo el país la misma fotografía suya que aparece en la primera edición de su novela Francisca Martinoff (Drama íntimo), al tiempo que se la asociaba públicamente a un proyecto pacifista absolutamente inédito en un momento en que el país se desangraba por sus cuatro costados debido a las interminables guerras de la montonera.

Comienza entonces un corto período de homenajes y reconocimientos que le fueron conferidos desde el poder por varios de los presidentes de aquel convulsionado momento histórico, los cuales, no obstante, nunca lograron arrebatarle de su centro vital: su casa, al lado de su marido y sus familiares.

Al hojear los principales textos de memorias de Amelia Francasci, y en particular los titulados Recuerdos e impresiones. Historia de una novela y Monseñor Meriño íntimo, nos sobrecoge una sensación de extrañamiento como pocas veces experimentan los lectores de literatura dominicana del último cuarto del siglo XIX.

Muchas veces, al leer a la Francasci, resulta inevitable, en efecto, tener la sensación de que leemos a una contemporánea nuestra, y no a una mujer nacida a unos escasos seis años luego de la fundación de nuestra República, el mismo año en que nació la poeta Salomé Ureña. Nótese, sin embargo, que se trata simplemente de un espejismo que debería recordarnos el peso con que las ideologías siempre terminan determinando nuestras maneras de concebir tanto la historia como la literatura.

Y es que el enorme despliegue de emotividad que trasunta su prosa fue equívocamente tildado de “sentimentalista” por varios de sus contemporáneos y se constituyó en el punto de partida de su clasificación, errónea e insuficientemente justificada, por lo demás, en las filas de un romanticismo tardío.

En ese sentido, mi hipótesis es que el posicionamiento discursivo de la Francasci en los ensayos que menciono más arriba estuvo determinado por su voluntad de enfrentar el juicio social que parecía haberse propuesto restarle importancia a su trabajo desde la aparición de su novela Madre culpable en 1893 y, sobre todo en Monseñor Meriño íntimo, el otro juicio moral que, expresado bajo la forma de un rumor pertinaz, procuraba deformar algunos pasajes de su vida privada, a tal punto que es probable que dicho rumor haya figurado, junto con su naturaleza enfermiza, entre las causas del prolongado confinamiento en que se sumió durante la última parte de su vida.

Ciertamente, la Francasci nos resulta hoy tan desconocida como cualquiera de nuestros autores contemporáneos, y esto no es mucho decir. Cabe señalar, sin embargo, que no siempre fue así. Al menos en el curso de la primera mitad del siglo XX, Amelia Francasci fue reconocida y homenajeada como autora literaria y como mujer de gran prestigio desde el poder político por varios presidentes dominicanos (Meriño, Billini, Wenceslao Figueroa, alias Manolao, Juan Isidro Jimenes y Horacio Vásquez), así como también, ya en la “Era de Trujillo”, por las integrantes del “Club Nosotras”, organización feminista.

Quienes entienden aunque sea un poco de literatura sabrán que las verdaderas obras literarias son aquellas que están hechas para resistir el paso de los años, poco o mucho tiempo después de que todas las condiciones adversas (incuria, negligencia, olvido, vulgar desprecio de parte de sus contemporáneos, etc.) hayan logrado difuminar las señas particulares de la persona del autor. Y en el caso de Amelia Francasci, no solo el tiempo, sino la misma vida precipitó el desarrollo de ese proceso de borrado.

A tal punto es así que cualquier intento de realizar un levantamiento de los datos esenciales de la vida civil de Amelia Francasci deberá enfrentarse necesariamente a un intrincado y problemático tejido de datos contradictorios. Rufino Martínez y Olga Margarita Gómez Cuesta, por ejemplo, afirman que nació en Santo Domingo en 1850, y es con ese mismo dato que aparece reseñada en el volumen II de la Antología de la Literatura Dominicana de la “Colección Trujillo”, p. 279.

No obstante, en un intento de completar de alguna manera esa información, otro miembro de la familia Marchena, Enrique de Marchena Dujarric, en su discurso de ingreso a la Academia de la Lengua en 1972, declaró que nuestra escritora nació “el 4 de octubre de 1850, en Santo Domingo, o según versión no confirmada, accidentalmente en Ponce, Puerto Rico”.

Es, sin embargo, como una medida de precaución oratoria que habría que considerar estas reservas de Marchena Dujarric respecto al nacimiento circunstancial en Puerto Rico de la autora de Madre culpable.

Esto así porque sus mismos contemporáneos estaban enterados de su nacimiento en la vecina isla, como lo prueba este comentario de Abigaíl Mejía en el Listín Diario del 15 de noviembre de 1933 referido a la autora de Madre culpable: “Trasladada de Borinquen, en donde naciera por casual circunstancia, en uno de los viajes de sus padres, el señor Rafael de Marchena y de doña Justa Sánchez, vino a crecer esta sensitiva, enamorada de Loti, admiradora de Meriño y de todo lo grande, escribiendo novelas llenas de sentimiento e impresiones que parecen novelas, viviendo una vida completamente idealista y fuera de la vulgar realidad, en la trastienda de “La Nueva Feria”.

“La nueva Feria”, conviene señalarlo, era el nombre del pequeño establecimiento comercial propiedad del señor Rafael Leyba, esposo de Amelia Francasci, aunque, debido al precario estado de salud que lo aquejó durante casi toda su vida matrimonial, la responsabilidad de dirigir ese negocio recayó varias veces sobre los hombros de doña Amelia.

No obstante, para terminar de apuntalar el tema del lugar de nacimiento de la Francasci, conviene señalar que ella misma se encarga de precisarlo en un pasaje del capítulo XXVIII de su libro de memorias curiosamente mal titulado Monseñor Meriño íntimo.

En dicho pasaje, la novelista refiere una conversación suya con el arzobispo Meriño, en el curso de la cual, ella le habría dicho al sacerdote que: “Cuando usted recibió las sagradas órdenes, aquí en Santo Domingo, yo no había venido aún al mundo en Puerto Rico. ¡Qué distantes estábamos!”

Y más adelante, en el capítulo XXXII de ese mismo libro, ella cita una reseña de su novela Madre culpable escrita y publicada en Puerto Rico por el periodista y crítico literario borinqueño Ramón Marín (Fausto), quien la presenta a su público de la siguiente manera: “Del sol abrasante de Borinquen recibió su ser los primeros efluvios de vida, y su frente el primer beso de la patria”.