Los Palmeros, como la historia ya identifica al aguerrido grupo de revolucionarios encabezados por Amaury German Aristy preparados para reactivar la guerra revolucionaria en el país, originalmente en conjunto con el coronel de Abril, Francis Caamaño. Fueron ubicados en una fase de organización por los aparatos represivos del autoritario Gobierno de Balaguer, de inmediato desataron una cacería humana contra ellos.

Se colocaron letreros que pretendían denigrar a los héroes, dejando entrever se “buscaban como delincuentes”. No obstante, los promotores de la persecución eran los verdaderos malhechores, hasta el extremo que su jefe llegó a sentenciar con mucho énfasis que la corrupción se detenía en la puerta de su despacho en el Palacio Nacional.

En los letreros calumniosos se incluía al doctor Plinio Matos Moquete y al antiguo dirigente del MPD, Harry Jiménez (Memo), estos revolucionarios no estaban vinculados a los Palmeros, se ocultaban por separado. Memo importante personalidad de nuestro barrio de Villa Francisca, en ese lapso no tenía militancia partidaria, logró la solidaridad del barrio, se le protegía de refugio en refugio, hasta que le permitieron asilarse en la embajada de México después de los sucesos del 12 de enero, cuando se evidenció que Memo y Plinio no pertenecían a los Palmeros. Plinio permaneció en la clandestinidad y fue apresado en noviembre del año siguiente.

Tras la búsqueda de los Palmeros se desarrollaron enormes redadas, barrios enteros eran cercados y registrados por la policía política y efectivos militares. Amaury, Virgilio, La Chuta y Cerón se desplazaban de modo ágil en diferentes ángulos de la ciudad, con el apoyo de un equipo de gentes del pueblo que iba desde simples obreros hasta muy distinguidos profesionales. Puedo citar el caso del entonces decano de la Facultad de Ciencias de la Salud de la UASD, el prestigioso odontólogo Luis Pérez Espaillat, quien con cierta frecuencia los transportaba en su vehículo personal. Cito este caso porque el suscrito era íntimo de Pérez Espaillat (ambos relacionados con el Grupo Fragua) y nunca me dejo entrever que realizaba esas arriesgadas labores de apoyo revolucionario.

Previo a esta encarnizada persecución Amaury tenía que desarrollar una vida clandestina, los organismos represivos siempre trataban de ubicarlo. En cierta ocasión era necesario practicarle una amigdalectomía, el eminente otorrinolaringólogo Anulfo Reyes con sumo valor hizo el procedimiento quirúrgico, obviamente de modo secreto en la clínica de un héroe olvidado el doctor Carrasco, en el Ensanche Ozama. Como medida de seguridad, la clínica fue habilitada exclusivamente para la furtiva cirugía.

En todo ese lapso se desarrollaba una brutal represión contra los opositores a las farsas electorales, que perseguían perpetuar a Balaguer en el poder. Las protestas eran desbandadas a balazos por la policía política y los entierros de los muertos  ametrallados, lo que provocaba nuevos sepelios y agresiones policiales, un verdadero círculo vicioso de horror. Esto unido al asesinato de connotados líderes políticos de izquierda como fueron los fusilamientos de Otto Morales, desarmado, delante de una familia que le había brindado refugio, Amín Abel, asesinado también sin armas frente a su esposa e hijos menores de edad y Homero Hernández en semejantes condiciones. Ante tanta brutalidad gubernamental, Amaury German Aristy con suma energía proclamó de modo público que no era lo mismo matar revolucionarios desarmados, que revolucionarios armados. En esos momentos Amaury, Virgilio, La Chuta y Cerón, eran perseguidos de manera bestial por todos los equipos elites represivos del balaguerato.

Parafraseando a García Márquez se trataba de la crónica de un combate anunciado. De modo crítico se debe señalar que toda la izquierda sabía que esa contienda se presentaría tarde o temprano, pero nadie se preparó para respaldar a los muchachos cuando llegara el momento.

Cincuenta años atrás, ese 12 de enero de 1972, recuerdo llegué a las 8 a.m. al local de la Federación de Estudiantes Dominicanos en el Alma Mater, me enteré ahí de la terrible noticia del día, había desconcierto total. Se conocía el valor de los muchachos, pero el combate era muy desigual, cuatro contra varios miles de mercenarios. Con diligencias del rector Rafael Kasse Acta y el vicerrector Federico Lalane, se formó una comisión de personalidades para solicitar a Balaguer un alto al fuego en las hostilidades. Vi a decanas como Ivelisse Prats y Mechi Macarrulla bañadas en lágrimas ante el infausto acontecimiento, deprimido el vicerrector Cabrera Zorrilla. De repente una especie de impotencia colectiva se había expandido en la UASD como un inesperado brote epidémico.

La universidad en esos momentos iniciaba el proceso de reinscripción, el campus prácticamente estaba vacío y no podíamos apelar a una gran movilización violenta hacia el seno del pueblo, para provocar que los organismos represivos descongestionaran la zona de combate en la avenida de Las Américas.

El grupo Fragua, del cual era miembro de su Comité Central, se reunió de emergencia, hicimos la propuesta de tomar una emisora para llamar a los estudiantes y el pueblo a salir a las calles a movilizarnos en apoyo a los sitiados, siguiendo el modelo de Amín Abel en diciembre de 1965 cuando el caso del Matum y los combatientes constitucionalistas. No eran las mismas condiciones, en esa ocasión  la guerra estaba fresca y la población capitaleña respondió de modo masivo al llamado de movilización de Amín por la desaparecida Radio Guarachita. La moción triunfó, pero no fue posible aplicarla, Fragua no tenía equipo militar. Se debía solicitar a la Línea Roja y su dirección era derechista, como lo demostró en la práctica.

Solo nos quedó trasladarnos al desaparecido Liceo Manuel Rodríguez Objio en la Zona Intramuros, donde el suscrito y un reconocido economista en el día de hoy (Iván Rodríguez), todavía teníamos ascendiente y provocamos una buena movilización en la avenida Duarte. Pero todo era en vano, Amaury y Virgilio resistieron por más diez horas, desde una cueva en las inmediaciones del lugar donde fueron cercados.

Los Palmeros sucumbieron con supremo valor, dejando por lo menos ocho bajas en el bando de la policía política balaguerista. Saldo también lamentable, pero las circunstancias lo impusieron. Los jefes no se arrimaron por los alrededores para participar o encabezar los combates, dirigieron el operativo a control remoto desde la avenida Las Américas.

Las aflictivas honras fúnebres se desarrollaron en dos funerarias cercanas, en la desaparecida capilla La Humanitaria de la funeraria Blandino en la 30 de marzo fueron conducidos los restos de La Chuta y Cerón, mientras en la funeraria de La Protectora de la Altagracia de la avenida Bolívar, se colocó a Amaury y Virgilio. La policía acordonó ambos velatorios, y exigió que los entierros tendrían que salir uno a uno con diferencias de 15 minutos. Se decidió sacar a Amaury de último, la mayoría nos quedamos para acompañar el féretro de este héroe, a pie por la avenida Bolívar doblando en la avenida 30 de marzo siguiendo la San Martín hasta el cementerio de la avenida Máximo Gómez. A la entrada al camposanto la policía tiroteó el cortejo fúnebre, pero con gran arrojo una buena parte logró penetrar a la necrópolis, allí se produjeron unas conmovedoras palabras a fuer de panegírico de doña Manuela Aristy, madre de Amaury al momento de sepultarlo.

A partir de entonces en las movilizaciones estudiantiles de la UASD y los liceos, la consigna principal frente a la policía política pasó a ser: ¡En la cueva se mandaron! ¡En la cueva se mandaron! Nos tiraban balas y bombas lacrimógenas con mucho encono al escuchar esa frase lapidaria, que no mentía. El Gordo Oviedo, asesor de Fragua, fue el creador de ese eslogan. La cueva era en alusión al lugar donde resistieron por más de diez horas los héroes Amaury y Virgilio, previamente habían caído La Chuta y Cerón.

Esos héroes se inmolaron  de cara al sol con estrellas en la frente, como manifestó Amaury: Demostrando que no era lo mismo asesinar revolucionarios desarmados que armados.