En el 1975, Barral Editores, en México, publicó la obra de Ivan Illich titulada “Némesis Médica. La expropiación de la salud”, en su versión en español.  La expresión Némesis proviene del griego y significa algo así como una indignación justa o una venganza divina. En la mitología griega antigua, Némesis era la diosa de la solidaridad, de la venganza divina ante quienes rompían con las conductas esperadas, abusaban de los más débiles o subordinados y rompían los equilibrios sociales. De acuerdo con el mito, Némesis, por ejemplo, instigó el castigo a Narciso por su excesivo amor a sí mismo, también castigó a los persas en su batalla contra los griegos.

La Real Academia Española reconoce dos acepciones en nuestra lengua, la primera es: “Castigo fatal que restablece un orden anterior”. Quien haya leído la obra de Illich, probablemente habrá encontrado, como yo, que su obra hace una especie de disección y expone públicamente lo que denominó “tragedias” de las prácticas profesionales e institucionales contemporáneas en salud derivadas, según señala, de su vinculación con algunas ramas industriales (farmacéutica y tecno médica,) y de la “medicalización de la vida cotidiana”. Utiliza abundante soporte de evidencias, producto de sus investigaciones académicas y experiencias por años en Europa, Puerto Rico y México. Comportamientos que, en los hechos, conscientemente o no, operan como subordinados o cómplices de la acumulación de beneficios por estas industrias.

Illich organizó su exposición académica en tres dimensiones: Yatrogénesis clínica, Yatrogénesis social y la Yatrogenesis estructural. Destaca como el dolor, la enfermedad, invalidez y muerte dejan de ser desafíos personales y sociales para convertirse en asuntos exclusivamente técnicos. Concluye que solo cambios sustanciales en las prácticas médicas profesionales e institucionales conllevarán a la recuperación de las capacidades de las personas para prestar atención a su salud.

El pasado miércoles 30 de noviembre, fue presentado el libro de la comunicadora social Altagracia Ortiz, titulada “El Comercio del Dolor”. Una primera mirada trajo a mi mente el recuerdo de la obra de Illich.  Se trata de un ensayo. Tiene el mérito de ser producto de muchos años de conocer de cerca las instituciones y las prácticas de salud en la República Dominicana y de una amplia indagación bibliográfica. Expresa con honestidad sus juicios y opiniones, producto de sus experiencias conocidas como periodista, cual observadora participante, testimonios vividos o recibidos de primera mano, con énfasis en el período intenso de la epidemia por la COVID 19, lo que le confiere más actualidad e importancia.

El texto denuncia y lamenta la deshumanización en las prácticas profesionales e institucionales en salud y lo relaciona con el peso de dinámicas e intereses mercantiles. En el mejor sentido de la expresión, esta obra es un grito de alerta y un clamor por recuperar la esencia de las prácticas de salud, centradas en los pacientes, el respeto de sus derechos y su dignidad. El libro, en su estilo de periodismo especializado,  es una especie de Némesis de las prácticas deshumanizadas en la atención de la salud. Su texto puede ser entendido en dos sentidos: Como denuncia implacable y como esperanza de que puedan ser superadas por una práctica más humana y menos mercantilizada.

En una obra previa, denominada “En cuidados intensivos”, la autora, con el mismo estilo predominantemente testimonial, centró su interés en deficiencias del sistema de salud, en cuanto a coberturas, accesibilidad, calidad y equipamientos, que se traducen en baja capacidad resolutiva, derechos incumplidos e insatisfacción de la población. En esta nueva obra, centra su interés en las formas de práctica en la atención de los pacientes. Cuenta además con un interesante prólogo del Dr. César Herrera, prestigioso cardiólogo clínico y académico, un breve comentario del reconocido médico patólogo y académico Dr. Sergio Sarita y entrevistas a Celedonio Jiménez (sociólogo) y a Bernardo Matías (antropólogo social) que enriquecen sus aportes.

Si podemos animarnos a resumir esta obra en un corto párrafo, diría que, en su esencia, como bien señala el Dr. Sarita: “la autora clama por una “revolución” en el sistema de salud, en las políticas de salud y en las prácticas de atención de la salud” y, agregó, lo hace en clave humanística. En este sentido, es “radical”, demanda ir a la raíz de las deficiencias y limitaciones en la atención directa de los pacientes. Altagracia Ortiz se hace voz de quienes sufren las deficiencias del sistema de salud (público y privado) y de prácticas médicas deshumanizadas, y no tienen la oportunidad de señalarlas ante la opinión pública por sus propios medios.  Vale la pena leerlo.

Como señala Herrera en el prólogo: ” confiamos que esta contribución de Altagracia Ortiz sea abrazada por los protagonistas del devenir del ejercicio de la salud dominicana: por nuestras autoridades estatales, por el sector privado, los profesionales de la salud, las instituciones educativas y, sobre todo, por los pacientes…”