Otra suerte, otro destino aguarda al escritor que osa sacar a la superficie todo lo que a cada momento tenemos ante los ojos y que los ojos indiferentes no ven, todo el terrible tremendo cúmulo de pequeñeces que envuelven nuestra vida, todo el abismo de los caracteres fríos y destrozados que vemos a diario, que tanto abundan en esta tierra nuestra, nuestro camino a veces amargo y tedioso, y que con la ruda fuerza del inexorable cincel los presenta con todo relieve , vivamente , a la contemplación de la gentes. Almas Muertas. Nikolaiv Gógol  (2019, pp. 176-77)

Leer en estos tiempos la novela “Almas muertas”,  del escritor  ruso de origen ucraniano  Gógol, es moverse más allá de su contexto histórico a mediados del siglo XIX,  y nos sitúa entre  unas almas  que en el texto devienen en personas y siervos, nada de espíritu o de especie de energía cuando se degrada el cuerpo; la única diferencia que las almas que buscaba el personaje Pável Chíchikov, por los campos y parajes del imperio ruso no son almas (personas o siervos) vivas sino muertas, que no les interesaban a los terratenientes, señores y a la lógica del poder, pero que sin embargo seguían estando registradas como vivas y tenían que pagar impuestos.  Quien poseía documentos de grandes cantidades de almas, era un don de poder social, ya que las muertas no tenían registro. Por lo que las almas muertas eran contabilizadas como vivas en la vida de simulacro que enrostraba Chíchikov; y gracias a estas almas, se conseguía préstamos e indemnizaciones.

El regocijo de encontrarse con almas muertas reflejaba el mundo muerto de Chíchikov, que divagaba entre la noche, tal como divagamos en estos tiempos entre un mundo y un cibermundo virulento de violencias, ajeno a todo referente ético e intelectual y amante al reino del tener, en detrimento del ser, lo que da como resultado la aporofobia o el miedo a las personas pobres (Adela Cortina), así como las violaciones, asesinatos, torturas y masacres.

Chíchikov  tenía la convicción que las almas muertas tan solo eran cenizas que no servían para nada y así les hacía entender a sus compradores:

                    En pocas palabras le hizo ver que la cesión o compra sería una mera fórmula

                    y que en el documento las almas figurarían como si se tratara de vivos.

                   – ¡Pero si están muertos!

                   – Nadie dice que se trata de vivos. Por eso sale perdiendo usted, porque están muertos.

                    Ahora paga por ellos, mientras yo le evitaré preocupaciones y cargaré con el pago (p.64).

El contabilizar almas muertas para conseguir riqueza, estatuto social, despoja la vida de significado, dándole al tener vida como si fuese la propia existencia, lo que da como resultado que se respire aires de degradación de la vida como parte de lo transido que cubre al ser humano de estos tiempos cibernéticos y convulsos.

Vivir contabilizando almas muertas forma parte de la dilatación de esta crisis de civilización, que intensifica el rostro del dolor, el cual se trata de escamotear en el consumismo, la falta de escrúpulos y las frivolidades que se manifiestan en las redes sociales. Solo basta indagar cómo los cúmulos de cadáveres esparcidos en zonas como Bucha, Borodianka y en la estación de Kramatorsk, en Ucrania, en el mes de abril de este 2022, forman parte de la repuesta de Rusia a la guerra económica impuesta por Estados Unidos y la Comunidad Europea. La narrativa que presentan ciudadanos ucranianos con rostro hipertransido, ante tales acontecimientos horrorosos, se ponen de manifiesto en las redes sociales y en las imágenes de importantes periódicos digitales.

Tras el acontecimiento de la invasión de Rusia a Ucrania, se ha estado dando varias modalidades de guerras en el plano real y virtual; de estas, la convencional, la económica y la cibernética son de las que tienen al mundo en una incertidumbre, en cuanto a una conflagración nuclear, que puede ser posible y real, como también la búsqueda de la paz, puede ser posible y real, pero esta última posibilidad es cada día más remota.

Más bien, en estos tiempos de aceleración la preocupación es poseer todo tipo de armas nucleares y tener más almas muertas contabilizadas, lo cual cobra significado como parte de una vida entregada a las distorsiones y el engaño, donde la cultura de muerte y no de vida predomina.  Lo transido penetra el cibermundo a través de las redes sociales y los microespacios virtuales se inundan de violencia y asesinatos como un bacilo que va enfermando todo el tejido social.

¿Y qué decir de estos días que corren en los Estados Unidos? Las violencias, tiroteos masivos, los asesinatos cubren de sangre todo el cielo de esa nación (Oklahoma, Carolina del Sur, Arizona, Georgia, Pensilvania, Tennessee, Nueva York y Maryland); la aceleración de la cultura de la muerte agita las almas de los muertos.  Se llevan los proyectos de vida, como el caso ocurrido en la sociedad dominicana con el ministro de Medio Ambiente Orlando Jorge Mera, a quien la cultura de muerte, le llevó la vida. Su proyecto de vida se entretejía con el valor de la institucionalidad, el combate a la corrupción y la responsabilidad de mejorar la sociedad y su convivencia.

Esa cultura de la muerte, que se manifiesta con rostro de violencia personificada en Miguel Cruz, en su rostro expresa una vida desvergonzada, enredada en trampas y diabluras, típica de lo picaresco, tal como se manifiesta en la novela “Almas muertas”, ya que el homicida Cruz (el Curita) se afana en incrementar sus negocios de manera inescrupulosa e ilícita; además  de intentar gestionar permisos múltiples medioambientales, sin importar que no cumplan los requerimiento jurídicos, todo lo cual  iba en detrimento de los valores de Jorge Mera, de quien él dice  fue su amigo desde la infancia.

Este “Curita”, al quitarle la vida a Jorge Mera, que como funcionario público representa el símbolo de una ética pública contra el clientelismo y la corrupción, se sitúa en la hiperdegradación moral y existencial (no clasifica en la escala de valores humanos), donde solo queda la búsqueda insaciable de vivir alimentándose de carroña y de respirar aire de putrescina.

Vivimos en una sociedad transida, donde hay muchos “Curitas”, que piensan que el Estado   es un botín político para satisfacer apetencias personales, que no les interesa la transformación social y la convivencia humana, sino el afán de lucro y la “Paz Mafiosa”, como manifestara el presidente Luis Abinader.

Este contexto entra en una cultura acelerada de violencia, donde asesinar se intensifica cuando se va desvaneciendo el compromiso, predominando la quiebra de los vínculos, se desvaloriza el ser por el tener; la mirada o la respuesta de lo virtual no corresponden con lo real, produciendo quebraduras en las relaciones sociales, cuando la ruptura produce rajaduras en el alma. Entonces deviene la conducta de lo macabro, lo monstruoso, lo horrendo y desaguisado en la densa agonía de los vínculos y las interacciones sociales, en la cual se puede concretizar en el asesinato de la amante, la esposa, del amigo o del compadre.